Cartas
Caldo de ocho carnes

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Leíamos en la Escuela Primaria de Pimentel, hace un montón de años, en un texto español (entonces éramos menos nacionalistas que hoy) un poema que decía: Pasando por un pueblo, un maragato, llevaba tras de un mulo atado un gato, al que un chico mostrando disimulo le asió la cosa por detrás (cuidado) del mulo.

El poemita, cuyos versos no memorizo exactamente, continúa la historia diciendo que el gato, entonces, le clavó las uñas al mulo y que herido entonces el noble bruto lanzó una coz y derribó al muchacho.

Y termina con esta moraleja:

Es el mundo a mi ver una cadena, do rodando la bola, el mal que hacemos en cabeza ajena, redunda en nuestro mal por carambola.

Como dije, este mismo texto español lo estudió en una lejana aldea de Galicia (Aldeaseca) Don Jaime de Aldeaseca, ex sacerdote español y comentarista en Radio Mambi, quien dijo una vez estos versos dentro de algún comentario que no recuerdo.

Con Aldeaseca no hablé de los maragatos. Quien me habló de ellos fue un sacerdote jesuita que iba algunas noches a la Biblioteca Nacional, en Santo Domingo, y me llevaba unos poemitas, muy buenos, que yo luego leía en Diálogo Mañanero. (Notarán que no pongo los acentos ni la letra esa sin la cual no puede escribirse el nombre de la Madre Patria, ni decir aquella mala palabra que ha hecho famoso a Alvarez Guedes. Hay problemas con las computadoras y esas letras).

Pues ese sacerdote me dijo que él era maragato y me contó que los maragatos fueron los grandes arrieros de España.

Claro, en aquella época anterior a los camiones. Pues, he pasado por tierras de los maragatos. Desde Astorga, ciudad que me gusto mucho, hasta Rabanal del Camino y un poco más en el Camino de Santiago, estuvimos en las tierras de los maragatos. Pero no pude comerme un caldo maragato.



Este «caldo», de ocho carnes, tiene tres platos. Uno es una sopa, el otro una ensalada, y finalmente el de las ocho carnes. Me dicen en Rabanal del Camino que era uno de los lugares donde anunciaban este caldo, que los maragatos lo comían comenzando por el plato de las carnes, pues como ellos siempre andaban de prisa, si tenían que irse ya se habían comido lo mejor. Me dicen aquí que así se sigue comiendo este «caldo» de las ocho carnes. Primero las carnes, después la ensalada, y finalmente la sopa. Es decir, al revés de como se comen aquí todos los otros «caldos».

Sucede que como este caldo dicen que alcanza para dos y para tres y además es caro: 15 euros, que vienen siendo casi 20 dólares, yo no pude comerlo. Primero Rebeca y Medar son vegetarianos. Paloma e Isan no pasarían de dos carnes. Y un peregrino que en principio se había interesado en el asunto, se echó pa’tras. Además, yo comiéndolo solo corría el riesgo de una jartura peligrosa, por aquello de «no dejar perder tanta comida».

Un abrazo,
Tiberio Castellanos

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