Chasseriau y Julio Vega Batlle

Chasseriau y Julio Vega Batlle

Considero de rigor hacer inicialmente dos advertencias con la finalidad de disipar posibles dudas: la primera es que personalmente no conocí al señor Vega ni tengo vínculos de amistad con su parentela, y la segunda, de que estoy en un ayuno total en relación a los merecimientos que es necesario poseer para que la Sala Capitular de un ayuntamiento designe con el nombre de una persona una calle, una avenida o una carretera.[tend]

Como se sabe, Theodore Chasseriau fue un pintor nacido en el 1817 en lo que hoy es la provincia de Samaná, y antes de cumplir dos años de edad sus padres, él diplomático francés y ella hija de franceses pero nacida aquí, abandonaron el país no regresando jamás al mismo. En París fue amigo y discípulo de dos grandes artistas de color, Eugenio Delacroix y Jean A. Ingres, y como era lógico de esperar en su pintura no hay el más ligero asomo, el más remoto indicio del paisaje tropical en general y de Samaná en particular.

Sospecho que ha sido únicamente su celebridad, tiene trabajos colgados en El Louvre y hace dos años vi uno «La Petra Camara» en el museo de Bellas Artes de Budapest, la causa que animó a los regidores del ayuntamiento samanense, cuando hace varios años resolvieron designar con su nombre una de las calles de la ciudad. Sería de muy mal gusto y revelador además de un afán por usufructuar glorias ajenas, el que por ejemplo Francia reclamara en su favor la fama de Carlos Gardel por haber nacido en Toulouse o que Polonia monopolizara la nombradía del bailarín Vaslav Nijinski por el hecho de ser padres polacos.

Después de una búsqueda exhaustiva, un amigo de Samaná logró encontrar y presentarme el libro «Anadel: la novela de la Gastrosofía» de mi compueblano ya fallecido Julio Vega Batlle, la cual acabo de finalizar quedándome en la boca el deseo de paladear otra obra de tan erudito escritor. Como la mayoría de los prosistas dominicanos del primer tercio del pasado siglo, Vega no pudo liberarse del preciosismo y la ampulosidad reinante en la época, y como ejemplo de ello transcribió el siguiente párrafo: «En esta apacible mañana de amortiguada claridad, el mar se vistió de cendales de espuma. El aire jugaba con los árboles, en pueril divertimento polifónico. el tierno blancor de las nubes saturaba el ambiente de benigna inocencia transparente. Incógnitos rumores se esparcían por el aire deshaciéndose en semibelos inaudibles casi». No obstante, la lectura de la novela es fluida, amena, concitando todo el tiempo el interés del lector, cuyo tema es en esencia las aventuras de un grupo de franceses, que hastiados de los refinamientos de la civilización deciden tomarse unas vacaciones en la naturaleza edénica y pastoril de la bahía de Samaná.

El origen del nombre de Samaná, la geografía montaraz de sus cayos Pascual, Alcatraz, Chinchilin, Arenoso y Levantando, el gracioso diseño de sus ensenadas, sus solitarias caletas y sus austeras punas, forman parte de las bien cinceladas descripciones que el autor hace de esta bahía con pretensiones de golfo. Acostumbrados en Francia a una naturaleza decente, disciplinada ay hasta cierto punto razonable, se asombran los franceses ante el espectáculo de este escondrijo de aguas asustadas, ciclones bandoleros, terremotos epilépticos, aguaceros enajenados, nubes licuefacientes y lunas elásticas, donde no se pagaban impuestos ni se exigían documentos de identificación. Indica Vega que la bahía está cautiva de su propio esplendor, oprimida por su obstinada belleza y pertinaz agitación, señalando además, que el permanente azul del cielo, esmeralda del mar y verdor de la vegetación, son los causantes de la satiriasis contemplativa, una especie de pereza mental característica en sus habitantes.

Confieso que fue la lectura de Constantino Cavafis, Lawrence Durrel y F. M. Forster, quienes en sus obras describen cosas maravillosas de Alejandría, la razón por la cual en el mes de Septiembre último visité de vacaciones esta ciudad egipcia, cargad de historia y de un acusado olor a cordero aromatizado con pistacho. No debo olvidar, que junto al inventario de las bellezas físicas de Samaná, el autor nos cuenta la historia de la alimentación humana desde los caldeos y fenicios hasta nuestros días, haciéndolo de una manera tan científica y erudita, que no exageraría al decir que de be ser de lectura obligatoria para todos los estudiantes de hotelería en el país.

El propósito de este artículo ha sido en definitiva exponer con brevedad los merecimientos que tiene Julio Vega Batlle para que los habitantes de esa península lo tomen en consideración a la hora de dispensar honores o distinciones locales, ya que su novela «Anadel» recreada en esa zona costera, es uno de los mejores trabajos realizados hasta el momento en las le tras dominicanas.

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