Cielo naranja
Generación “Hijos de…”

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Generación “Hijos de…”

¿Qué tienen en común Guido Gómez, Elías Wessin Chávez y Pelegrín Castillo? Todos son “hijos de”. Ahora como nunca los antropólogos pueden dejar de hurgar entre huesos centenarios y volver a los viejos sueños de Malinowsky y Levi-Strauss: trazar pautas de comportamiento, definir grupos de adhesión, discutir el alcance de lo “tradicional”, los clanes, los linajes.

Los “hijos de” están por todas partes. Todos mis amigos tienen “hijos de”. Vas a cualquier oficina –pública o privada-, y decir que alguien es “hijo de” es casi lo mismo que hablar de “buena raza”.

Por lo general a los “los hijos de” les ha tocado un tiempo más calmado. La mayoría de las veces han recibido una mejor educación que sus padres. Conocen más países, experimentan con más elementos, “se mueven”. Pero, por más que se muevan, serán “hijos de” (?).

Alrededor del tema hay muchas –viejas y nuevas- cuestiones éticas. Lo primero: nadie es culpable de ser “hijo de”. Las ventajas hay que aprovecharlas. Nadie está obligado a repetir los esquemas de los ascendientes. Los hijos también son parte de un proceso de desarrollo. Verdad de Perogrullo: al ser los hijos la felicidad, hay que tratar de que vivan felices.

El problema deviene cuando este esquema se va convirtiendo en elemento esencial de la vida política y social. Los partidos políticos se convierten en sociedades por acciones, los liderazgos ya no comportan el elemento aureático, detrás del “hijo de” se utilizarán los antepasados como focos compensadores de la falta de luz propia. La política será el negocio y la profesión. Viejos conceptos como “partir  de cero” o “mi propio esfuerzo” serán tan actuales como el andar a pie. No habrá obligación de conceptos, pensamientos, grandes esfuerzos intelectuales, porque el elemento decisivo, que será la capacidad de decisión, vendrá dada por “la sangre heredada”, por los hechos ya frisados en la historia y que se convierten en el cojín de los nuevos comensales. Los que no son “hijos de” la tendrán durísima.

Dentro de la constante puja de los “hijos de” las situaciones a veces llegan a lo esquizofrénico: las verdades de cada quien se yuxtaponen, no llegando a una posición ante la historia; dentro de “los hijos de”, las víctimas y los victimarios confraternizan, descafeinándose la percepción de la historia, como si todo cupiese en la licuadora; muchísimos “hijos de” desdicen el papel de sus antepasados: donde antes hubo honra, honor y lucha, ahora está la ventaja esta o aquella. También hay muchos que pasan factura de sus heroicas acciones; “los hijos de” estarán por ahí.

A los “hijos de” no hay que recordarles la historia. Después de todo, ellos tienen la suya propia. Un problema de los “hijos de” es el de transportar las ventajas de esa condición a una manera de ser y de estar, a no implicarse en un yo lo suficientemente consistente como para tener claro el pasado y asumirse en la claridad del ser ahora. A veces hay que comenzar a dejar de ser “hijo de”. Tal vez los padres comiencen a romper con el “padre de”…

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