Citas médicas atrasadas

Citas médicas atrasadas

Yo nací en la falda de la loma. Eso pretendí contarle al compueblano Juan Lockward pero éste más que escucharme lo que hizo fue ripostarme cantando: … Yo nací a la orilla del mar;/ me arrullaron mil mágicas palomas,/ el cantar de un arroyuelo/ y la brisa del palmar”. Interrumpo al cantautor para seguir con mi relato enriquecido con el abono orgánico del tiempo. Subido en el tope de la montaña contemplo el camino andado y me niego a creer que tiempos pasados fueran mejores.

Hoy el mundo es una aldea en donde la información camina a velocidad meteórica; los espacios se achican y lo que pasa en el viejo oeste norteamericano se percibe como si estuviese sucediendo en el traspatio caribeño dominicano. Recientemente miraba una emisión noticiosa de la cadena CNN de Atlanta, Georgia.

La información procedía del hospital de veteranos, ubicado en Phoenix, Arizona. Se narraba el caso del paciente Thomas Breen, ex miembro de la marina de 71 años, quien en septiembre de 2013 notó la presencia de sangre en la orina.

Fue conducido por su hijo a la emergencia hospitalaria, siendo examinado y luego despachado a su casa. Se le programó una cita con el médico familiar en una semana. Vencida la fecha sin recibir aviso alguno, la familia se mantuvo llamando al hospital debido a la persistencia del sangrado. La diaria insistencia de los dolientes resultó infructuosa.

El 30 de noviembre de 2013 el señor Breen moría en su hogar. Irónicamente, el 6 de diciembre 2013, es decir, una semana posterior al fallecimiento, se recibía un mensaje telefónico notificando la aprobación de la cita.

El certificado de defunción mostró un cáncer de la vejiga en la etapa más avanzada de la enfermedad. Si esto le sucedió a un servidor de la marina estadounidense, ¿qué pensar de los cuarenta y cuatro millones de norteamericanos, similar al 16% de la población, quienes en el 2013 carecían de un seguro de salud? El plan de reforma sanitaria conocido como el Obamacare ya convertido en ley ha encontrado una férrea oposición por parte de las empresas aseguradoras que ven en él una amenaza a las pingües ganancias que han venido disfrutando por varias décadas. Caer seriamente enfermo en la patria de Lincoln, más que un via crucis, constituye una desgracia para una parte importante de la ciudadanía.

El sistema de salud de esa gran nación es uno de los más caros y menos eficientes del mundo desarrollado. Canadá, su vecino norteño más cercano, hace contraste pues cuenta con un modelo sanitario más humano, oportuno, eficiente e integral.

El caso Thomas Breen pudiera ser el espejo a mirarnos, de seguir nosotros la ruta de ciertas aseguradoras nacionales más pendientes en lo comercial que en la atención a un conglomerado que acumula cada día más enfermos. Y es que lo que dijera en su momento nuestro imperecedero visionario Juan Bosch, refiriéndose a la economía estadounidense, pudiéramos aplicarlo a los servicios de salud, más o menos con estas palabras: “Cuando en la salud norteamericana hay una gripe, en la nuestra hay pulmonía”. Vuelve Lockward a recordarme: “Yo no creo que tan solo vinimos al mundo a sufrir y a llorar”.

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