Claribel Alegría: el espíritu de la poesía y la vida conyugal

Claribel Alegría:  el espíritu de  la poesía y la vida conyugal

La vida de Claribel Alegría (1924-2017) como escritora está indisolublemente ligada a la de su esposo Darwin J. Flakoll. Su matrimonio con este intelectual americano le deparó la publicación y escritura de varios libros de traducciones, y una novela escrita a dos voces.
Alegría vivía en un estado poético constante. Le hizo honor a su apellido, pues vivió su dilatada vida bajo el imperio de la alegría del mundo. Mujer vital y fervorosa, apasionada de la poesía y de la libertad, esta salvadoreña-nicaragüense se volvió el símbolo de la palabra poética para la región centroamericana durante gran parte del siglo XX.
La conocí cuando fui su edecán en la Feria Internacional del Libro de 2001. En esa ocasión, recuerdo que dictó una conferencia sobre su mentor y maestro, el gran poeta Juan Ramón Jiménez, ante un público exiguo. Luego la volvería a ver en febrero de 2011, cuando fui invitado al Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua, dedicado a ella – ocasión de la cual conservo una foto memorable con ella, en el lobby del hotel Darío, en la ciudad colonial de Granada. Y ese mismo año, en octubre, fue ella quien vino al país a participar como invitada de honor al Festival Internacional de Poesía. Los días de este evento poético los pasamos con ella celebrando su alegría de vivir. Mujer diminuta, pero enérgica y vital, Claribel Alegría constituyó un emblema de la poesía femenina del continente. Heredera de la impronta de Juan Ramón y de Ernesto Cardenal, esta autora encarnó el ideal de la simbiosis entre la palabra y la acción, la libertad y la lucha social. Abanderada del sandinismo, se convirtió en una figura ejemplar en el concierto de las voces femeninas de la lengua española.
Claribel Alegría nació en Estelí, Nicaragua, de padre nicaragüense y madre salvadoreña. Vivió entre las dos patrias, con su corazón escindido. Se exilió en El Salvador, durante la dictadura de los Somoza. Viajó en 1943 a los Estados Unidos, donde hizo estudios de filosofía y letras, en George Mason University, Washington, y donde conoció, en 1947, al que sería su esposo. Ambos tradujeron del inglés el libro Cien poemas, del afamado poeta, erudito y novelista, Robert Graves, quien fue su vecino en Palma de Mallorca. Firmaron textos juntos, bajo el seudónimo de “Claribud” (de Claribel y Bud). Su primer libro de poesía fue Anillo de silencio, de 1948. Además, publicó: Suite de amor, angustia y soledad, Huésped de mi tiempo, Ojo de cuervo, Savoir Fair, Otredad … Obtuvo el Premio Casa de las Américas, en 1978, con Sobrevivo, y el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, en 1964, con la novela Cenizas de Izalco, escrito a dos voces, junto a su esposo. En 2017, obtiene el prestigioso premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que la consagró como una voz indispensable en la lírica del siglo XX. Murió dos meses después de este galardón, a los 93 años, plena de lucidez, y en medio de su jardín doméstico.
Claribel Alegría perteneció a la llamada Generación Comprometida de los 50 y 60, junto al malogrado poeta, y compatriota suyo Roque Dalton. La poesía de esta mujer tiene un marcado matiz testimonial y conversacional. Su vida de escritora está íntimamente mezclada a la de “Bud” -como le decía-, y quien fue diplomático y escritor. La muerte de este marcó los signos de su vida poética, ya que fue su cómplice, confidente y compañero. Alegría vivió en carne propia, apenas a los siete años, una masacre de 30 mil campesinos en El Salvador. Esa violencia permeó -como es obvio- su sensibilidad vital.
De modo pues que su poesía está matizada por la soledad, la desolación, la melancolía, la pérdida, la orfandad y el amor, como resistencia al dolor y a la memoria. Es decir, su universo poético estuvo inscrito al filo de la vida y de la muerte. En efecto, los recuerdos de infancia y la saudade alimentaron su obra poética y le inyectaron potencia lírica. Escribió más de 60 libros entre poesía, cuentos para niños y adultos, novelas y ensayos políticos.
Junto a su esposo, ese compañero de viaje y aventuras literarias, tradujo algunos textos del inglés al castellano, y algunas de las obras de Alegría, al inglés. De “Bud” Darwin dijo ella, en su poema titulado Amor: “Todo lo que amo está en ti y tú en todo lo que amo”.
La muerte de su esposo la sumergió en una larga y proverbial melancolía, que la impulsó realizar una travesía de curación por el continente asiático, donde conoció templos budistas y paisajes encantados. Fue un viaje de peregrinación espiritual y sanación del alma, que la harían retornar a la poesía: su refugio natural. En tal sentido, afirmó a un periodista en 2015: “Fue una salvación total. Mi marido y yo tuvimos una amistad enorme, y cuando él murió creí que el mundo se me venía abajo y que ya no iba a escribir. Y vino la poesía y la poesía me salvó”.
Esta poetisa hablaba en un estado de fervor, encantamiento y excitación poética, como si estuviera recitando versos. De ese modo contaba sus anécdotas de vida. Vivió entre flores, plantas y alcohol, y con una eterna sonrisa, coqueta, juvenil y febril, al calor de su hijo, que fue su edecán, y de sus dos hijas mellizas. La recuerdo con admiración y afectos, en Santo Domingo y Nicaragua, a esta vivaracha, y tierna mujer, de versos encantados: admiradora de la juventud y de los jóvenes, apasionada de la belleza y de la alegría, de la felicidad y de la pasión de vivir.
Su poesía es una obra de resistencia a la opresión y a la violencia, permeada de referencias de mitos clásicos, en versos claros y directos. Además de transparentes, espontáneos, sencillos, cálidos y sinceros, en claves íntimas, conversacionales, confesionales, y con ligeros tonos elegíacos. Claribel Alegría fue una de las voces más representativas del concierto de las poetas centroamericanas del siglo XX, junto a sus compatriotas Gioconda Belli, Daisy Zamora, Blanca Castellón, así como a Ana María Rodas, Ana Iztaru, Consuelo Thomas, entre otras. Fue una voz indispensable en el marco de la celebración anual del Festival Internacional de Poesía de Granada, que organizan los poetas y esposos Gloria Gabuardi y Francisco de Asís.
Este coloquio ferial es más que merecido, sobre la vida y la obra de Claribel Alegría, pues nos visitó en dos ocasiones -al Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo y a la Feria Internacional del Libro, respectivamente-, y porque esta versión de la FIL está dedicada a un país de Centroamérica, Guatemala, la región entrañable de Claribel, como un homenaje de recordación, a pocos meses de su muerte, y como una forma de mantener viva la llama de su poesía. Este conversatorio es una manera de reivindicar su voz, en medio del diapasón de la lírica, de una región geográfica pródiga en poetisas y poetas de una tradición cuya semilla sembró el insigne bardo modernista Rubén Darío.
Así de alegre está el clavel que nos legó -y que germinó- este símbolo de la poesía nicaragüense y salvadoreña, y aun universal.

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