Claves para leer las novelas bíblicas

Claves para leer las novelas bíblicas

(La refiguración del hipertexto)
En “Temps et récit, 1. l’intrigue et le récit historique” (1983), Ricoeur introduce una especie de círculo hermenéutico en el que ve la producción textual en un desplazamiento horizontal (Gadamer) o ‘mundanal’ en tres grandes momentos: la anticipación y organización del plan del texto, que él llama prefiguración; la redacción de la obra, o configuración y, en tercer lugar, la refiguración que realiza el lector.
La hermenéutica de Ricoeur se diferencia de la romántica por dar un espacio a la lingüística y a la narratología y alejar el análisis textual de la intención del autor. Sin olvidar que todo texto fue planificado y que todo autor dirige el sentido de su obra. Este primer asunto podríamos ampliarlo a partir de un acercamiento a “Lectures” de Ricoeur y en “De l’interprétación, Essai sur Freud” (1965) en el que avanza otro desplazamiento hermenéutico del símbolo al discurso, como lo trabaja en ‘La Métaphore vive’(1975), siguiendo la lingüística de E. Benveniste.
Ricoeur como pensador se sabe parte de una tradición y uno de sus logros ha sido pensar con los otros y pensarse a sí mismo. Lo que implica una revisión de su propio pensamiento dentro de la tradición. Por su parte, lo bíblico también tiene la complejidad de ser textos cuyos orígenes son muy lejanos a los lectores y están reconfigurados desde distintas tradiciones. Ricoeur refuerza la línea de los lectores bíblicos que provienen de una base de fe.
Cuando nos enfrentamos al corpus bíblico que conforman las novelas “El buen ladrón”, “Magdalena”, “El testimonio” de Veloz Maggiolo, Deive y Reyes, a las que podemos agregar las biografías bíblicas de J. Bosch, no leemos estos textos como producto de una tradición en una primera parte del análisis, sino que tomando en cuenta la experiencia del formalismo ruso, las concebimos como textos, como objetos literarios. Dejamos entre paréntesis dos cosas importantes: el sentido trascendente de estos textos, su carga religiosa, su lectura a partir de la fe y la posición en el mundo de los lectores que, desde su experiencia religiosa de base, sacan de ellos la ‘Palabra’, es decir, el mensaje divino.
Cuando Veloz Maggiolo, Deive y Reyes escribieron sus obras se estaba desarrollando este tipo de literatura en Europa, mientras que en América encontramos una mezcla entre novela de corte social y existencial, que podemos llamar el contexto literario y cultural en que se dio la escritura bíblica. Esta es una razón más para que podamos coincidir con la lectura de clave política que realiza Giovanni Di Pietro en “La novela bíblica y el fin de la Era y otros escritos afines” (2010).
Pero la lectura de Di Pietro, basada en el contenido de la obra y en un análisis de personaje como actante mayor de la acción dramática es una de muchas lecturas que son posibles. Teniendo en cuenta la experiencia de la teoría de la recepción (Isser) la reconfiguración que plantea Ricoeur depende del horizonte (Gadamer) o del mundo del lector. De ahí que la obra esté abierta a la comprensión desde su forma simbólica hasta su reconfiguración como discurso.
Los prólogos o paratextos escritos por Antonio Fernández Spencer para abrir la lectura de “El buen ladrón” o de “El testimonio”, sirvieron para dirigir o ampliar el sentido de la obra que se inscribió en la tradición de la cultura dominicana. Una tradición que se maneja más en la repetición que en la reformulación de los discursos. La aproximación de Spencer tiene una base erudita y también es parte de la filología romántica que tuvo en los años cuarenta y cincuenta un retorno a la filosofía con los escritos de J. Ortega y Gasset y los opinantes de la “Revista de Occidente”.
Las lecturas de Fernández Spencer son importantes en la medida en que impulsan una nueva narrativa dominicana enclavada en lo universal, aunque, como lo confirma Veloz Maggiolo en el prólogo a “Magdalena”, estos textos tenían una intención (mímesis I) política y en su configuración se deseaba una lectura que uniera las acciones humanas ficticias con el mundo o experiencia política del lector, la libertad bajo la Era de Trujillo. Estas ideas las reconfirma el autor en su introducción al libro “Relatos bíblicos”.
El análisis filosófico de Spencer reelabora el sentido bíblico y lo ve dentro del discurso filosófico. Es una forma de poner una tradición epistémica sobre una tradición de heurística religiosa basada en la fe y en las experiencias de las comunidades de base que fundan las iglesias. Spencer compara las novelas citadas (‘hipertextos’, según G. Genette) con el hipotexto bíblico. El problema de su lectura se encuentra en la base de la erudición como forma de análisis. Ella es la tradición y habla desde el saber. Un saber intemporal que solo se afianza en otro saber: el filosófico. No problematiza su teoría; se asienta como verdad. Pasa de generación en generación sin permitir una dialéctica del sentido.

Sería preciso teorizar los efectos que ha tenido el análisis de ‘lo bíblico’ desde la perspectiva de la filosofía, que de cierta manera no logra integrar la diversidad de aproximaciones a esos textos desde las distintas comunidades de fe. Pero sí dentro de otras tradiciones de los textos bíblicos como discurso del otro (Schleiermacher, o discurso de lo sagrado) …

Fernández Spencer compara los discursos bíblicos del hipotexto y el ‘parabíblico’ del hipertexto desde una aproximación erudita, desde una lectura que integra las categorías teológicas y los conceptos filosóficos. Y de manera textual une el texto de origen al resultado mirando su sentido, pero sin ver su estructura. Es decir, sin asumir frontalmente su forma artística como novela, sin teorizar por ejemplo el sentido de lo bíblico como mundo de Dios al sentido de cotidianidad de la novela y del lector de novelas.

Sus preocupaciones sobre el género novela muestran su conocimiento de los textos de Ortega y Gasset “Ideas de la novela” (1925) y de “La deshumanización del arte” (1925); muestran también el sentido de la novela en Unamuno tan unidos a temas como la voluntad, la fe, la resurrección, la carne, el alma y el sentido trágico de la vida. Se plantea una filosofía de la existencia de Kierkegaard a Jasper, de Nietzsche a Ortega y Gasset. Y se vislumbra un intento de construir una nueva narrativa bajo la teoría de la Poesía Sorprendida que centra sus temas en los universales por encima de la literatura social abierta por Federico Bermúdez (“Los humildes”, 1916), El postumismo de Moreno Jimenes y la narrativa del realismo social de Juan Bosch (“Camino real” 1933) en la cultura literatura dominicana.

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