Coctelera

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¡Hola, don Magino! ¿Se ha fijado usted, viejito charlatán, que como quien no desea las cosas, ya han pasado cinco meses del 2005? ¡Qué añito que va rápido! Con razón hay gente decidida a «hacerse» a toda velocidad, aún corriendo el riesgo de que le hagan out. Este es un domingo que debería ser tranquilón, refrescante si se puede, pues el calor se da más gusto que el carajo…

Para comenzar con un tema suavecito, le diré que un amigo me llama por teléfono y me pregunta si es cierto que el inolvidable narrador deportivo Buck Canel era argentino, como leyó en una noticia sobre béisbol. Hasta donde tengo entendido, viejito charlatanazo y beisbolista, Buck Canel era norteamericano hasta la tambora, todos sus documentos personales estaban registrados en los Estados Unidos, incluyendo el pasaporte con el cual viajaba alrededor del mundo…

Cuanto ocurre, caro Magino, es que Buck Canel nació en Argentina cuando su padre desempeñaba funciones diplomáticas en la rica nación sudamericana. Al hablar muy correctamente el español, prácticamente sin acento norteamericano, se tejió una especie de leyenda alrededor de la nacionalidad de Buck Canel, pues mientras algunos decían que era argentino, otros afirmaban que era uruguayo. Buck reía cuando escuchaba esas versiones. Un dominicano que laboró años al lado de Buck en la transmisión de juegos de la temporada de Grandes Ligas estadounidenses, Rafael Cuello Batista, es un gran testigo de cómo reaccionaba Buck cuando se le quería «quitar» su nacionalidad norteamericana. Buck profesaba gran amistad por Cuello Batista, a quien llamaba «mi gordo de oro»…

Buck Canel, como usted debe recordar, mi querido Magino, ha sido el más grande narrador en español, especializado en boxeo y en partidos de grandes ligas, juegos de estrellas y series mundiales, fue astro supremo en la descripción de peleas por títulos mundiales. Alternó ese trabajo con un largo y fructífero ejercicio de corresponsal de la Agencia Francesa de Prensa (France Press o AFP) para América Latina. Recuerdo una vez que llegó a Santo Domingo por el viejo y desaparecido aeropuerto General Andrews y permaneció en el país, en gestiones de AFP, durante unas treinta horas. Al marcharse me dijo que había logrado uno de sus más grandes éxitos periodísticos, pues en ese corto tiempo pudo entrevistar nada menos que a los ex dictadores Juan Domingo Perón, de Argentina; Marcos Pérez Jiménez, de Venezuela, y Gustavo Rojas Pinilla, de Colombia, quienes se encontraban aquí después de recibir el palo de la gata en sus respectivos países. Pidió una entrevista al dictador Rafael L. Trujillo, pero ahí se fue en blanco…Buck Canel fue la estrella en la Cabalgata Deportiva Gillete, que conducía, tras reemplazar al cubano René Cañizares, el hombre que, al narrar hizo famoso eso de «…

ahí viene la bola». Canel formó tremendo equipo de narradores junto a los venezolanos Francisco José Cróquer (Pancho Pepe) y Marco Antonio de la Cavalerie (Mosiú de la Cavalerie), el cubano Felo Ramírez y el mexicano Lalo Orbañanos. Grandes peleas de boxeo hicieron época en las voces de Buck y de los cubanos Cuco Conde y Felo…

Buck Canel era un hombre de una capacidad de trabajo extraordinaria. A veces daba la impresión de que ignoraba el significado de la palabra cansancio. Tenía un gran sentido del humor y una memoria de computadora. Era un gran fisonomista. No olvidaba un rostro con facilidad. Fumador impenitente, hacía burlas de todos cuantos le advertían de los peligros de contraer un cáncer de pulmón o un enfisema pulmonar. Esta última enfermedad puso fin a su fructífera existencia. Recuerdo que en el año que falleció, su hermano Jimmy me dijo que Buck estaba muy seriamente enfermo y recluido en su apartamiento newyorquino. Jimmy dirigía las oficinas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en Miami. Llamé por teléfono a Buck para saludarle y formular votos por su recuperación. Como era su costumbre, se puso a bromear y me dijo que le ganaría la batalla a la enfermedad y a los médicos que la combatían. Con la voz un tanto apagada, me expresó que los galenos le habían ordenado que se quedara en su hogar durante el invierno, que no desafiara las bajas temperaturas y mucho menos las nevadas. Luego, con ese espíritu de pelea que tenía, me dijo que en la primavera estaría en las primeras filas del combate. «Nos veremos en Bradenton», fueron sus últimas palabras, al citar uno de los campos de entrenamiento de las mayores. Un par de meses después, Buck moría y con él desaparecía el más grande de todos, una auténtica leyenda en la narración del béisbol y del boxeo.

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