Coctelera

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¡Feliz año, caro Magino! El conocimiento del proyecto de presupuesto de la nación, cada año, se da su complicadita. El Poder Ejecutivo envía ese proyecto al Congreso Nacional y ahí mismito comienzan los cabildeos o, cuando menos, las declaraciones en que distintos sectores que se creen afectados expresan su insatisfacción con la suma fijada por el gobierno.

Con razón o sin ella —y creemos que la tiene— la Junta Central Electoral (JCE) grita y reclama mil millones más que los estipulados. La Cámara de Cuentas quiere seiscientos adicionales. En Salud Pública hay quienes dicen que 20,000 millones constituyen una boronita que no alcanza para nada. Faltan recursos para Educación. Que se necesitan obras para las provincias. Carreteras y caminos vecinales tendrán que ser “prioritarios”. Todas esas cosuanitas, sin tomar en cuenta que no hay sumas fijadas para el mantenimiento de las obras del Estado, las que se hicieron y las que se hacen. Nadie, fuera del gobierno, habla de que solo el pago de la deuda externa se traga casi la tercera parte del presupuesto nacional. Y en la era de la globalización, o pagas o te jodes… El Congreso dispone de una comisión para que estudie el proyecto. En esa comisión se hacen recortes. Se incluyen partidas nuevas. Se oyen distintas campanas. Que me den lo mío, gritan unos, que no me quiten mi vaquita, expresan otros. La comisión, finalmente, tiene que rendir un informe al plenario. Allí todavía se pueden hacer cosas, hasta travesuras. Muchos tiran para su banda. Hay que atender “prioridades”. Pero pocos se acuerdan de que las “prioridades” deben ser fijadas por el gobierno que las ofreció y ganó. Aunque ahora varíen algunas de esas “prioridades”. Al Doctor le gritaban para que atendiera “asuntos priotirarios”. Pero el Doctor siempre fue dueño de una “sordera” del carajo. Tenía su propio programa “prioritario”. Al año de tomar un país ocupado militarmente, inauguraba barrios como Mata Hambre. Aún cuando la represión política le dañaba seguía con su plan “prioritario”. Cuando ordenó la avenida Luperón, parecía que se había soltado el loco, pues ese era un desierto. Hoy el tapón vehicular es el factor común en la descuidada vía. Lo mismo se puede asegurar de la Núñez de Cáceres, de los Miradores del Sur, Norte y Este, de la Plaza de la Cultura, de la Plaza de la Salud, la Kennedy, la 27 de Febrero, etc. No podemos olvidar el salvajismo con el cual se reprimió a la oposición de la época, a la pacífica y a la todo el tiempo beligerante. Pero cuando de obras físicas se hable, prioritarias o no, incluyendo las viales y una serie de represas en toda la nación, al Doctor hay que sacarle su comida aparte, sobre todo, porque las hacía con recursos generados por el propio país, la inmensa mayoría sin un chelito prestado… Es muy cierto que las cosas han cambiado. Todo se ha “globalizado”, hasta la crisis energética es muy cierto, Maginito querido, que necesitamos cada vez más recursos para dedicarlos a la salud y a la educación, incluyendo la educación superior. Desde luego, si nos circunscribimos a esos campos cuando tengamos que enfrentar otros también tendremos medio siglo de atraso. Por eso, lo ideal es la llamada racionalización de los recursos disponibles, aunque no debamos convertirnos en árbitros de esa racionalización. No somos dueños de la verdad y tenemos que recordar que desde la oposición solemos ver las cosas con un cristal y con otro desde el gobierno. ¿O acaso se taparon “los hoyos” de la 27 de Febrero, como fueron bautizados los túneles construidos en la primera administración Fernández? Mire, viejo verde, la realidad dominicana es una: las necesidades de este pobre país son tantas y tantas, que no se resuelven ni siquiera con el presupuesto de los Estados Unidos. Y para colmo, hay tan poca comunicación entre los poderes públicos establecidos por la Constitución, para la elaboración de ese presupuesto, que cualquiera diría que el ritmo que llevan las cosas, el mismo se va convirtiendo en atribución congresual o congresional…q Ahora tenemos, mi querido Magino, que se habla de que el país no puede exportar pan de agua por falta de “un parque industrial”. ¿Anjá? ¿Y no podemos, en cambio, vender la fórmula para hacer ese dichoso pan a nuestros hermanos del extranjero? Parece que hacer el cotizado y codiciado pan no es algo tan sencillo, sobre todo meterle el aire para que más panes que el carajo pesen una libra. Y de las teleras, ni hablar. Suerte que a nadie se le ha ocurrido hablar de exportarlas. Y es una lástima, pues cualquier laboratorio extranjero caería en caos si tratará de investigar cómo es que las teleras contienen un largo túnel de puro aire, solo igualado por el “Túnel del Tiempo” de la pantalla chica.

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