Comer del salchichón

Comer del salchichón

Hace un año oí decir a un periodista: “me gustaría tener acceso a los archivos del Palacio Nacional correspondientes a la época de Trujillo. Con sólo destapar ese depósito de infamias, me haría rico en poco tiempo”. El periodista inclinó la cabeza sobre la mesa y abrió los ojos simulando asombro. –“Te imaginas el terror de las familias más conocidas de Santo Domingo, de empresarios muy poderosos, altos militares, jerarcas de la Iglesia, dirigentes de los partidos políticos”. El gobierno dominicano ha sido siempre el principal empleador del país, le dije. Nada escapa a la influencia de “los que mandan”. Son dueños del salchichón.

-¿De qué salchichón hablas? -Quiero decir que son “administradores caprichosos” de la riqueza pública, con poca o ninguna supervisión. Además, existe una perfecta sincronía “entre lanzadores y receptores”; los políticos ofrecen y los ciudadanos piden; recurren al gobierno con motivo de bodas, bautizos, enfermedades, funerales. Cualquier dificultad financiera de un negocio privado da lugar a una petición al gobierno. Trujillo fue un “dador universal” amparado por la fuerza. También un “quitador de vidas, bienes y libertades”. Miserias, prisiones, humillaciones y torturas, son piezas de utilería fundamentales en el escenario de la política dominicana. Trujillo bautizaba centenares de niños, por lo cual se le llamaba “Padre y Compadre de la Patria Nueva”, todo con mayúsculas.
Son costumbres trágicas arrastradas durante siglos. En aguas de las Antillas han nadado tiburones españoles, franceses, ingleses, norteamericanos. Cada tiburón ha dejado su huella en forma de mordiscos económicos o paradigmas de conducta política. El fuerte y continuo oleaje caribeño no logra borrar esa historia tristísima. Cada dominicano quiere conocer alguna anécdota vergonzosa de otro dominicano, para “tenerlo cogido por el pichirrí”. En el lenguaje zoológico de mi país se dice: a tal o cual político “le van a pisar la cola”.
La famosa columna del periódico “El Caribe”, titulada con redundancia “Foro público”, fue un instrumento de Trujillo para “exponer pichirríes” y “pisotear colas largas o de encrespado pelambre”. La buena fama es un patrimonio que puede ser impugnado sin “los debidos procesos”. Cualquier persona capaz de redactar un escrito, tenga o no credibilidad, participa en las subastas del gran mercado de exhibición de colas y pichirríes.

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