Como cada año

Como cada año

Las campanas, las canciones, los regalos, los buenos deseos. Los cascabeles, los pasteles, el ponche, el jengibre. Es el olor, el aguinaldo, alegría y congoja entrelazadas, la negación y el gozo. Es lo mismo, lo de siempre, sin embargo, apetece darle paso al cambio, a la ilusión, a esa actitud conciliadora, efímera, mendaz, también imprescindible. Pausa de horas que conforta, tregua entre cerdo asado, lerenes, uvas, teleras. Es la emotiva tradición y, como cada año, difícil de eludir, aunque queramos.
Es algo, una sensación, la magia. Real o fementida, existe, la crearon, es avalada, aunque sea negándola. Porque es diciembre y también es regreso, reencuentro. Repartir abrazos y enmendar agravios. Diciembre y la vuelta interminable de Juanita y por eso, repetir lo escrito no pesa. Párrafos más, párrafos menos, no importa. Es como cantar Noche de Paz, o El burrito Sabanero, sin problemas. Porque la tradición marca, convierte lágrimas en algarabía. Reúne y convoca.
Y el avión es trineo cargado de cariño, de la inenarrable esperanza de reencontrar los afectos detenidos en la misma esquina, en el rincón del barrio que acarrea la nostalgia por doquier. Vuelven como Juanita, y la composición de la colombiana Esther Forero, interpretada por Milly Quesada, ameniza, es un himno para los dominicanos residentes fuera del país. Cada navidad sus letras recuerdan el significado de la ausencia. Confirman que la dominicanidad es esa mezcla de adioses y bienvenida. Es el retorno de ese ser nacional forjado en los afanes de Washington Heights, Aravaca, Zurich, Hamburgo. Esa identidad construida en la distancia. Variopinta composición vernácula expandida por el planeta, gestada por los descendientes de aquellos que trabajan, desde hace dos y tres décadas, en EUA y en ciudades europeas. Familias biculturales, monoparentales, familias cuyos integrantes no han convivido con ninguno de sus progenitores, familias sostenidas emocionalmente por abuelas y parientes colaterales. Situación insoslayable que debe servir para explicar comportamientos y transformaciones. Diciembre permite comprobar la esencia de esa legión de compatriotas. Y ningún lugar más idóneo que cualquier aeropuerto nuestro, para ponderar la diáspora. El bullicio impide distinguir origen de sonidos. Gritos, música, exclamaciones de júbilo.
Selfies, competencia para mostrar a los nietos, a las hijas, al nuevo marido, a la esposa reciente. Confusión de sentimientos, solidaridad en la prisa, en la desesperación por descubrir primero al viajero. Los recién llegados buscan entre la multitud, claman. El control es imposible. Es un embate de entusiasmo que ocupa cada centímetro de las salas de recepción. Llegan niños, ancianos, jóvenes. Algunos cumplen con el hábito, vuelven para compartir con familiares y amigos las fiestas navideñas y de fin de año, después de la jornada de esfuerzo y sacrificio. Otros, cumplen el sueño postergado durante cinco, diez, a veces veinte años y retornan distintos. Quieren buscar el primer amor, reconocer rostros, identificar la parentela desconocida. Reviven penas por no haber estado durante agonías ni en sepelios. Anhelan sazones y ruidos.
En voz alta, sin reparar en la barahúnda, indagan, ofrecen, dicen qué trajeron, qué olvidaron. Bendicen, besan el piso, mencionan el equipo de béisbol favorito, y el “viva” para el político no falta. Detrás de la bienvenida alborozada a miles de dominicanos, en diciembre, está la historia de cada emigrante y la historia económica del país. El espectáculo del retorno ratifica, de manera empírica, los datos formales. Las remesas son un elemento de importancia relevante en la economía dominicana. Los ejecutivos de la Asociación de Empresas Remesadoras de Divisas confirman la trascendencia de esos envíos. Los aportes tienen un marcado sesgo de género: un sondeo estableció, que el 49% de los envíos, hechos desde EUA, y el 79%, desde España, proviene de mujeres. Después de la emoción, la realidad agobia, las respuestas mortifican: ¿Cuándo murió? ¿Qué hiciste con el dinero? ¿Por qué tío está preso? ¿Dónde está la nevera de mamá? Empero, la costumbre manda. Es momento para recesos, disfrute y reflexión. Temporada de Juanita, de inventar la felicidad, aunque se intuya fugaz.

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