Cómo cambian los tiempos…

Cómo cambian los tiempos…

Sólo un puñado de mis amigos sabe que cuando era estudiante de Derecho brinqué un semestre para tratar de aprovechar una beca que me fue ofrecida en una prestigiosa academia militar norteamericana.

Quería hacer una licenciatura en derecho internacional, pero para ello era preciso entrar como cadete a la Academia Militar Batalla de Las Carreras, del Ejército Nacional, en San Isidro.

Y pasé allí varios meses que resultaron ser invaluables en mi formación, pese a que me di cuenta que no estaba hecho para la vida militar y, afortunadamente, logré ser dado de baja para volver a la vida civil.

    Pero en la guardia, pese a mi breve paso por ella, hice amistades y conocí mucha gente.

Entre los que fueron de la que habría sido mi promoción hay algunos de los generales más jóvenes de las Fuerzas Armadas; jefes de la Marina y del Ejército, y muchos otros valiosos oficiales, la mayoría de los cuales recuerdo, junto con nuestros instructores que también han sido muy destacados, con un aprecio particular que sólo se forja al compartir la durísima vida del cuartel y la disciplina militar, experiencia de la cual salí agradecido.

    Vestir el uniforme del Ejército y conocer, aunque fuese poco tiempo, cómo se piensa y se acomodan las conveniencias dentro de la guardia, me dio una perspectiva valiosa para entender cuestiones que a muchos “civilones” se les hacen difíciles.

    Una de esas cuestiones es cómo fue cambiando la mentalidad de los jóvenes oficiales militares dominicanos.

A finales de los setenta, por ejemplo, cualquier teniente recién graduado aspiraba ser asignado al Batallón de Cazadores en Constanza, donde el entrenamiento y la oportunidad de comandar a la élite de la tropa eran el sueño de cualquiera con auténtica vocación militar y patriótica. Pocos años después, un compañero de armas me confesó: “Esto se jodió; ahora los recién graduados quieren ir a los aeropuertos o a la frontera”. Hace treinta años, eso era un castigo.

    Hoy la mayoría de los oficiales superiores son “Diplomados en Estado Mayor”, y la guardia ha mejorado muchísimo. Pero para ganar la guerra contra el narcotráfico urge una profilaxis intensiva.

Tenemos al enemigo infiltrado dentro de nuestras propias filas, y sólo mediante el más profundo y delicado ejercicio de la inteligencia y la voluntad, podremos rescatar las instituciones imprescindibles para esta batalla que amenaza la patria.

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