Como en un abismo moral

Como en un abismo moral

Vivimos como en un abismo moral. Lo predominante en la sociedad dominicana es el parecer sobre el ser. Leonel Fernández en Francia recibiendo un “Reconocimiento de la Universidad París VIII”. La imagen parece ser la única categoría a través de la que se expresa y se libera el tiempo subjetivo. ¿No es ese hombre que ríe, con su “reconocimiento” en las manos, la perversión de la imagen? ¿No es ésa burla la anarquía simpática de una sociedad sin valores, hundida en la guiñada trágica de la corrupción generalizada?

Los valores no flotan incontaminados, todo fenómeno valorativo constituye un elemento de la cultura. En tanto objetos o determinaciones espirituales, los valores no son otra cosa que la expresión concentrada de las relaciones sociales. Las sociedades no pueden ser exitosas sin que la interactuación entre sus miembros esté mediada por una escala de valores y leyes, apoyadas en un régimen de consecuencias. ¿Cómo tener, por ejemplo, una idea cabal de la justicia, si ante nuestros propios ojos los funcionarios corruptos amasan fortunas obscenas y no les pasa nada? ¿De qué puede valer el discurso moralista en el aula de un pobre profesor que se desgañita para explicarles a sus alumnos lo que es la honradez, el bien y la verdad; si el cinismo de una foto tiene categoría de magisterio, y se ampara en el don de un valor social, y esculpe la mentira como un atributo?

¿Por qué, la corrupción dominicana, siendo un antivalor, tiene su carta de triunfo asegurada en la práctica? Simplemente, porque la relación valorativa consiste en uno de los modos en que la realidad puede ser asimilada, y porque en la vida social opera un conjunto de representaciones, esquemas e ideales que determinan la conciencia y la conducta de los individuos que la integran. Los corruptos son paradigmas exitosos, y los “líderes sociales” los albergan axiológicamente neutralizados. Nadie los repudia, el medio se los asimila como héroes, y bajo el manto de amparo de la práctica política se cuelan como paradigmas sociales.

¿Cuál es el país real en que vivimos?

La peor educación del continente americano y una de las peores del mundo. Ningún exceso es comparable a un día de martirio en un hospital dominicano, salvo la galería de horror que dibuja Dante en el “Infierno”. Y no es por encapricharse, pero el resto es una parodia: Se paga la energía eléctrica más cara del mundo, pero hay que tener inversores o plantas para contar con electricidad. Hay que pagar el agua, pero si no posee cisterna y bomba de empuje, jamás la verá. Las calles son una desgracia, y hay que andar como guinea tuerta. No hay futuro, sino el de la Loto, o el azar desnudo de la delincuencia. El sistema de seguridad social se ha transformado en una estafa, y la crispación e impotencia aplacan todos nuestros ímpetus. Debes pagar colegios privados, porque ni siquiera los más altos funcionarios del Ministerio de Educación mandan a sus hijos a la escuela pública. Y, además, están los impuestos. Apenas el aire está libre de ellos; y por solidaridad con lo invisible, la corrupción más descarada esfuma algo más del 12 % del PIB.

Cuando Leonel Fernández gobernó, las embajadas y consulados se convirtieron en agencias para conseguirle doctorados, profesorados honoríficos y reconocimientos. Era el alpiste de la adulación a su megalomanía. En Francia está Laurita Faxas, quien representa al Estado dominicano en la UNESCO, con un buen récord en eso de conseguirle galardones a Leonel en universidades francesas. Lo cierto es que vivimos como en un abismo moral, porque uno mira la foto de ese hombre que ríe con su “reconocimiento” de París VIII en las manos, y no sabe si es el mismo que dejó un déficit de más de doscientos mil millones de pesos, y una deuda de 35 mil millones de dólares. El mismo que desguañangó el país, el mismo que se la pasaba viajando huyendo de todo lo insoportable que hay en el país real.

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