Comparación desafortunada y lamentable

Comparación desafortunada y lamentable

Un extraño delirio de grandeza luce estar afectando la percepción que de sí mismo tiene el doctor Leonel Fernández.

.Al parecer no está recibiendo la ayuda adecuada de sus cercanos, que no aciertan en aconsejarle que hay algunas comparaciones que no encajan en ciertas proporciones y que se pueden percibir como irreverentes y poco atinadas.

Negar parámetros posibles cuando alguien asume la osadía de compararse con Cristo, podría percibirse como religiosamente intolerante o como una reacción sensible desde una perspectiva de la fe. Pero si obviamos el aspecto religioso y nos vamos al plano estrictamente histórico, la trascendencia universal y la influencia sin paralelo que por su vida y obra ha ejercido Jesucristo sobre toda la humanidad, no deja posibilidad alguna para que ningún líder, por brillante e importante que se crea, se preste compararse con Él.

En el plano histórico esta comparación es inapropiada para ningún mortal que esté ponderando el alcance de su liderazgo o tratando de medir el despliegue o el peso social y político que pueda tener en un determinado espacio.

Hay en la historia abundantes situaciones a las cuales un político en apuros puede apelar para justificar sus particulares actuaciones y hechos. Las comparaciones son coartadas y recursos retóricos muy propios y normales de los políticos. Incluso, abundan en la Biblia imágenes, historias variadas y reflexiones, que usualmente son utilizadas por líderes de diversas áreas para matizar el tono de sus comunicaciones.

Memorables y antológicas son las incursiones bíblicas de políticos y oradores que recurren a imágenes o porciones bíblicas para darle lustre a sus discursos. La mención de Emilio Castellar o de Abraham Lincoln es suficiente para traer a la memoria una extensa lista de oradores y políticos que han usado este recurso. Sin embargo, estos hombres han guardado la distancia y no han tenido la osadía de hacer paralelos tan pretenciosos con la persona de Jesús como el que aparece en un artículo del doctor Fernández publicado hace algunos días.

Incluso, un emperador tan influyente y poderoso como Napoleón, al referirse al sin igual Maestro de Galilea, tuvo el cuidado de decir: “Todo lo referente a Cristo me asombra, su espíritu me anonada, su voluntad me confunde; entre Él y cualquier otro personaje de la historia del mundo no hay un solo término posible de comparación”.

Se pueden contar por millones los libros y pensamientos que hablan de Jesús. Tiene millares de seguidores en todo el mundo. Se le invoca momento tras momento en todas las latitudes de la tierra, y una gran parte de la humanidad reconoce, en su calidad y obra como hombre, los mismos atributos morales y la majestad y grandeza que se le reconocen a Dios. En una ocasión, el escéptico historiador Ernest Renán, un obsesionado estudioso de la vida de Jesús, expresó que si este hombre realmente no era el Hijo de Dios, por su obra y su vida, merecía serlo.

Para bien de la carrera política del presidente Fernández, lo aconsejable sería que revaluara la percepción que tiene de sí mismo, y que sus asistentes y consejeros le recomendaran buscar medidas de proporciones más ajustadas y prudentes para que sus comparaciones no resulten tan desafortunadas y lamentables.

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