“Este es el país de las viceversas”. Félix María del Monte.
La titulación de esta entrega resume por la tangente, es decir, por la parte incorrecta, la cosmovisión y el universo psíquico del pueblo dominicano, conformado en más de un 85% por la raza africana, cuando inquirimos su preferencia en unas elecciones, o a campo traviesa, por la situación política imperante.
Hay una explicación de esta deformación conceptual de cuál debe ser la preferencia del dominicano ante un proceso electoral o un Gobierno de turno, que es posible identificarla con el acta de nacimiento de la República, el 27-02-1844, cuando el patricio Ramón Matías Mella disparó su histórico trabucazo en la Puerta de la Misericordia, percibiendo la timidez de no pocos en decidir dirigirse a la Puerta del Conde para pronunciar el acta de nacimiento de la República.
El trecho entre ese episodio cumbre de la nacionalidad dominicana y el advenimiento del primer déspota en la persona del ogro Mayoral de El Prado “general” Pedro Santana, distó breve, cuando con el apoyo de la incipiente burguesía hatera y deforestadora impuso el lúgubre artículo 210 a la primera Carta Magna promulgada en San Cristóbal el 06-11-1844, secuestrada por su peonada, que era el “Ejército”, y le facultaba poderes excesivos, inclusive el arbitrio de los recursos del Estado.
Esos recursos del Estado, hoy por sobre los RD$600 mil millones, son la panacea y el mangú de los dominicanos que cortejan todos los políticos, cuando el mangú debe consistir en exigir a los gobernantes preservar la soberanía nacional, lo primero, hoy en franco declive peligroso; pulcritud en esos recursos; un programa eficiente de seguridad nacional, que no lo hay, y organización integral del Estado, excento de corrupción.