Consumir los pregones

Consumir los pregones

La propaganda política y la publicidad comercial son dos “flujos significativos” a los que estamos sometidos de manera continua. Desde que nos levantamos de la cama hasta que anochece, oímos la radio, la TV, vemos vallas y letreros, donde se anuncian productos comerciales o candidatos a cargos electivos. Cada valla es una composición gráfica destinada a persuadirnos de que aceptemos esto o aquello: el mejor aceite o el mejor alcalde. Alguna frase corta, “slogan” o leyenda, acompaña en todos los casos las imágenes de las vallas publicitarias. Obviamente, siempre hay en el mercado varios productos comerciales del mismo género; y tantos aspirantes a alcaldes como partidos registrados en la Junta Central Electoral.

El hombre de hoy recela del lenguaje un poco más que los ciudadanos anteriores a “la era industrial”. ¿Cuál de los aceites es, verdaderamente, el mejor? ¿Cuál candidato a alcalde tiene, realmente, la intención de hacer lo que pregona? En el mejor de los casos el “consumidor de los pregones” llega a cultivar cierto escepticismo programático. Y esta sana reacción psíquica del hombre común, que le defiende de “las trampas del lenguaje”, también le inhabilita para la percepción de la buena literatura. La recta percepción de los valores literarios sólo es posible cuando el “destinatario” está abierto a “los mensajes”, sin actitudes de rechazo o de reserva mental.
No es que los editores se adapten a las modas vigentes, o que prefieran seguir corrientes populares “del mal gusto”, de la vulgaridad. Los editores, por supuesto, toman en cuenta las preferencias del mercado; ellos saben bien que un “culebrón” de TV será mejor acogido que una tragedia de Esquilo. Pero lo importante es que el posible “receptor” de la literatura está condicionado de antemano por la propaganda política y la publicidad comercial.
Muchos escritores de hoy estiman que el público lector es una manada parlante, que sólo puede ser conquistada mediante artificios publicitarios o maniobras escandalosas. Esto es, con recursos extraliterarios. Espectáculos, presentaciones de carteles, cocteles en lugares prestigiosos, son más efectivos que las viejas “lecturas públicas” en centros culturales, universidades, academias especializadas. Estamos lastrados por un problema atencional; y por creciente ceguera axiológica. No percibimos, de manera inmediata y espontánea, los valores tradicionales.

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