ESCUINTLA .— A punto de cumplirse una semana de la erupción que ha costado la vida, al menos, a 110 personas, sigue el peligro en el Volcán de Fuego. Las autoridades guatemaltecas ordenaron nuevas evacuaciones preventivas debido un nuevo lahar, sedimentos candentes que a causa de las lluvias bajaban el sábado por algunas barrancas del flanco oeste del volcán.
No obstante, eso no impidió en que otra ladera, las más afectadas por la tragedia, familiares y voluntarios continuaran buscando a personas bajo las cenizas. Por la tarde, en la capital del país, en torno a un millar de guatemaltecos protestaron por la gestión oficial de la crisis.
Según el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (INSIVUMEH), el del sábado ha sido el lahar más fuerte que ha descendido este año y lo formaba material fino pastoso y bloques de 1 y 3 metros de diámetro que arrastraban troncos y ramas de árboles y provocaba vibraciones a su paso.
Toda esa masa, fruto de los flujos piroclásticos acumulados de la erupción del pasado domingo, bajaba muy caliente, desprendiendo vapor y olor a azufre, y existía el peligro de desborde en algunos sectores de la parte baja del volcán, lo que bloquearía el acceso de vehículos.
Por la tarde, la crecida del río Pantaleón provocada por el lahar motivó la evacuación preventiva de 72 personas de una comunidad de Santa Lucía Cotzumalguapa.
Eddy Sánchez, director INSIVUMEH, indicó a The Associated Press que el riesgo del volcán no ha terminado aunque parece que su actividad disminuye. Recordó que en la erupción anterior pasaron dos semanas y media para que volviera a la normalidad.
Sánchez dijo que se mantiene una vigilancia constante y que han recibido apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México, que instalará un equipo de monitoreo.
Las labores de búsqueda de los cerca de 200 desparecidos siguen oficialmente paralizadas por tercer día consecutivo, pero en lugares como San Miguel Los Lotes decenas de familias y voluntarios persistían el sábado en su intento de encontrar a todo aquel que pudiera haberse quedado enterrado.
Con mascarillas o pañuelos cubriendo la nariz y la boca, entre nubes de ceniza que volvían el ambiente irrespirable, grupos de “topos” mexicanos _organizaciones civiles especializadas en rescate_ excavaban hombro con hombro con vecinos y familiares, muchas veces consumidos por la desesperación, como Damaris Toma, una joven de 24 años que no podía dejar de llorar porque no encontraba a su hija Emily, de 6.
Mientras, en las improvisadas morgues de Escuintla, los forenses trabajaban sin descanso para poner nombre a los muchos cadáveres que permanecían anónimos. El sábado el Instituto Nacional de Ciencias Forense informó de las primeras cinco identificaciones realizadas mediante ADN y de otras 3 por huellas dactilares. En total, han sido identificados 49 de los 110 fallecidos.
Más de 4.000 personas permanecen en albergues donde la ayuda nacional e internacional comenzó a llegar pero también las primeras denuncias de cómo se está gestionando esa ayuda.