Crecimiento desordenado

Crecimiento desordenado

La expansión poblacional, con la mayor llegada de migrantes internos al Gran Santo Domingo, complica cada vez más la vida de sus habitantes, dañando la convivencia con una mezcla sin sentido de comercios, industrias apartadas de normas y hogares, todo ello ejerciendo la presión típica de los amontonamientos. Ahora hay más denuncias que nunca por la emisión de ruidos dañinos por un emprendurismo bastardo que instala bebentinas con música estridente que llega hasta los alrededores de locales repletos de parroquianos en perjuicio de los demás. El quebrantamiento a las normas de uso de suelo, todavía en teoría, golpea incluso lugares céntricos y con mayor intensidad a las barriadas de clase media y marginales.

El degradante espectáculo de los residuos plásticos en la desembocadura del río Ozama, tan fuera de control, es consecuencia de un crecimiento desbordado de asentamientos ribereños. Nadie planificó ni puso límites razonables a esa toma de terrenos. Ninguna autoridad ha dirigido, en época alguna, la forma de construir ni su inserción al resto de la ciudad. Los pronósticos indican que la migración interna, aquí y en otros países, derivará en áreas urbanas agigantadas, desordenadas y con servicios públicos insuficientes y los vaticinios para Santo Domingo, sometida a una incapacidad de autogestión y de visión de largo plazo, son preocupantes: mega urbe trastornada y desigual.

Despertando a los cuidadores

La falta de ojos vigilantes, 24-7 como dice el pueblo, y de métodos de reacción rápida, son condiciones favorables a la depredación de recursos ambientales de toda índole; quemadores casi públicos de carbón en áreas prohibidas, cortadores de bosque para sembrar, traficantes ilegales de arbustos, deforestadores para poblar parques nacionales. A todos esos enemigos de una relación sostenible con la naturaleza los descubre y denuncia casi siempre algún preocupado ciudadano independiente del Estado.
Unos clandestinajes, irónicamente visibles, dañan ríos y lomas para que en la mayoría de los casos la acción pública solo trate de hacerse patente cuando el espíritu conservacionista de la gente común produce estallidos de alarma. La autoridad despierta de su modorra y entonces parecerá diligente a partir de los codazos de vox populi.

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