CRÍTICA
Origen edípico de nuestra oligarquía

<STRONG>CRÍTICA<BR></STRONG>Origen edípico de nuestra oligarquía

Los sucesos en torno a los poderosos son siempre oscuros. Misterioso llamaban los griegos a lo que no se conoce, pero susceptible de ser conocido a través de la razón y la investigación. Cuando no es posible conocer la verdad de un hecho, los poderosos y sus letrados se inventan un mito. Contrariamente a lo que ha establecido la opinión, la palabra mito no significa mentira, sino discurso que, sin prueba, es considerado como una verdad. Aunque sin prueba que apoyen lo que afirma, el hecho de que se le considere como un discurso verdadero radica en que tiene una ligera intersección con la historia.

Tal ocurre, como lo vimos en el artículo anterior, con el origen de la oligarquía dominicana. Su historia, un poco misteriosa, no se detiene con los personajes que enumeramos: Buenaventura Báez, cuya hija Amelia, se casa con el general Marcos Cabral, hijo del restaurador, antiguo baecista y luego azul José María Cabral. Dicho matrimonio engendra a José María Cabral y Báez, quien a su vez se casa con María Petronila Bermúdez, quienes son los padres de José María Cabral Bermúdez. Ese es el núcleo fundamental de lo que se considera, sociopolíticamente, como oligarquía dominicana, devenida frente oligárquico, dada la naturaleza de la imbricación de los negocios en un sinnúmero de actividades que incluyen la gestión de industrias, finanzas, agroexportación, ganadería, seguros, vehículos, maquinaria pesada, construcción, medios de comunicación, comercio, hotelería, turismo, cultura, universidades, el control del sector de la burocracia pública que implica la vigilancia de las actividades financieras, etc.

Lo que le imprime el carácter de oligarquía es el control y concentración de más del 80% de las riquezas del país en las manos de una minoría que ronda quizá menos del 0.25 del 1% ciento de la población del país, o sea menos de 10.000 sujetos.

Como la historia y el auge de esa oligarquía se remonta a finales del siglo XIX, durante el gobierno de Ulises Heureaux y un declive poco heroico en la era de Trujillo, es imposible tallarse, en tan corto tiempo, un mito del origen como el de Edipo, pero hay algo de edípico en el origen del, por así decirlo, fundador sin saberlo del clan oligárquico.

En efecto, nada más misterioso que el nacimiento de Pablo Altagracia Báez, padre de Buenaventura Báez, pues ronda las páginas del mito, incluso con una intersección mosaica. Todo está documentado, pero cuando se lee el discurso histórico en torno a su nacimiento, es para creer que se trata de algo novelesco, ficticio, emparentado con la tragedia de Sófocles. Pero dejemos a la pluma de Don Emilio Rodríguez Demorizi que nos cuente esa saga, digna de ser analizada con los lineamientos teóricos de Vladimir Propp: «El historiador, Presbítero Don Antonio Sánchez Valverde, autor  de la ‘Idea del valor de la Isla de Santo Domingo’ (sic), fue el padre de Pablo Altagracia Báez» (En “Papeles de Buenaventura Báez”. Santo Domingo: Montalvo, 1969, p. 501).

En la misma obra y página, continúa el eminente historiador: «Este (Pablo Altagracia Báez) nació en Azua, en el último cuarto del siglo XVIII, y fue ‘expósito’, abandonado en la capilla de la Altagracia del Templo de San Nicolás, contiguo al Hospital de San Nicolás. Por eso, Pablo agregó al nombre que le pusieron el nombre de Altagracia. Lo de que fue expósito se sabe porque él mismo lo consigna así en su testamento, documento hoy en poder de los herederos de D. Damián Báez.»

Y termina la leyenda Don Emilio, con la parte más mítica del discurso, a causa de los elementos discretos (lo de expósito es uno) que caracterizan a esa estirpe de héroes como Edipo o Moisés: «La historia del nacimiento de Pablo Altagracia Báez es la siguiente: En Azua vivía un matrimonio de apellido Filpo. El Presbítero Antonio Sánchez Valverde, arriba mencionado, había sido enviado a Azua como ‘visitador’ eclesiástico, y durante la ausencia de Filpo, sostuvo sacrílegas relaciones con la esposa y de ese adulterio nació Pablo Altagracia Báez. Unos aseguran que ese niño fue criado secretamente por una familia de apellido Capellier; pero eso no fue así: lo que resultó fue, que el viejo Capellier lo trajo a Santo Domingo y lo despositó (sic) en el Tempo de San Nicolás. Allí se crió y educó. Aprendió el oficio de platero o dorador con un señor francés de apellido Báez quien lo autorizó a tomar su apellido. Desde entonces se llamó PABLO ALTAGRACIA BÁEZ. Éste, era muy joven aún, se trasladó a Azua, y allí, a fuerza de trabajo, adquirió fortuna y tuvo muchos esclavos, fue propietario de los famosos cortes de madera llamados Sajanoa. En 1821 era Alcalde de Azua.” (Ibíd.)

Están dados en esta leyenda algunos rasgos de Edipo y Moisés: el niño expósito (Edipo lanzado a un monte, recogido por un pastor, o Moisés, lanzado en una cesta al Nilo y salvado por una princesa hija del Faraón). Pablo cumula con ellos el abandono y la salvación (Capellier, el hospicio y el platero francés, cuyo origen es posiblemente sefardí, pues esta profesión y la de mercader estaban reservadas a los judíos). El reconocimiento (casi la de un padre, que le dota de su apellido y le transmite el saber y la profesión de platero). El héroe está ya listo para emprender su hazaña. ¿No es ya mítico que en vez de virar hacia el Cibao o hacia el Este, escoja la senda mítica de Azua? ¿No va en busca de su origen, sabedor de su historia oral, como Edipo emprendió camino hacia Tebas y Moisés hacia la Tierra Prometida? 

He aquí a nuestro héroe en su Tebas azuana. Solo la ficción, más propiamente la novela, podrá entrar a ese territorio vedado para la historia. ¿Supo nuestro héroe la verdad de su origen? ¿Supo que su padre fue Antonio Sánchez Valverde y que su madre fue la esposa de Filpo, de quien seguramente los historiadores azuanos nos puedan suministrar el nombre y apellido, si es que se conservan, acta de matrimonio incluida, tales datos en los libros parroquiales? El misterio envuelve más todavía a nuestro héroe Pablo, pues su apellido no debió ser Báez, sino el de la madre y luego el Sánchez, del Presbítero.

Sin embargo, la historia de nuestro país se escribe como mitología o saga familiar desde la llegada de Colón hasta hoy. Y Pablo, Alcalde de Azua, completó su historia mítica, sin Esfinge que le formulara la terrible pregunta. Se hizo “rey de Azua”, no mató a su padre ni se casó con su madre, pero su vida familiar fue la de un Abraham: su esposa legítima María Quezada no le dio hijos, y como Teresa Méndez, en tanto hija de una esclava negra del susodicho Pablo Altagracia Báez, era una propiedad privada del platero y madero, dispuso sexualmente de ella y tuvo el cúmulo de hijos que conocemos. El primogénito Buenaventura tomó el mando, el cuido de la familia y las propiedades cuando su padre falleció en 1840.

De su abuela azuana no hay mención en Larrazábal (tomo III de Familias dominicanas, atinente a la F), por lo que se impone una investigación a fin de que este misterio nos sea revelado y la genealogía de la oligarquía dominicana esté más completa, pues aunque cumula casi todos los elementos del mito (su origen se funda en un acto de violencia sexual y en el origen esclavo), las leyendas de los cronistas oficiales de esta clase social hablan de un origen hispano limpio de sangre.

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