CRÓNICAS DEL SER
La guerra de Crimea

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Desde muy temprano en la historia de Bizancio, se impuso la idea de que en la historia del mundo sólo se levantarían y reinarían “cuatro imperios”. Cuáles serían estos, viene dicho en las profecías de Daniel, en la Biblia.

Los teólogos de Constantinopla entendían que los “cuatro reinos” podían enumerarse con los nombres de los imperios mundiales que fueron sucediéndose unos a otros en la Antigüedad: Asiria, Babilonia, Persia y Roma. Constantinopla que era llamada, también, la “nueva Roma” venía consideraba como la continuación histórica del imperio romano, que ahora se revelaba como el reino cristiano-ortodoxo.

Por otro lado, en el siglo XV –cuando desaparece el imperio bizantino- el primer patriarca de Moscú y de todas las Rusias, San Iova, transforma esta creencia bizantina en una doctrina que afirma que Moscú es la potencia mundana sucesora de Constantinopla como reino cristiano-ortodoxo.

Bajo formas diferentes, la idea de que Moscú es “la tercera Roma», se refleja en las grandes obras maestras del arte religioso ruso de los siglos XIV y XV. Además, esta convicción político-religiosa se consolida, cuando a las implicaciones teológicas e históricas, se agrega la concreta conjunción de la sangre real de las familias imperiales de Moscú y Constantinopla, mediante la boda del gran príncipe Iván III, el Grande, (1462-1505) con Sofía Paleóloga, nieta del último emperador bizantino, Constantino XI, asesinado por los turcos.

Iván III fue el primer príncipe en asumir en la Rus –antiguo nombre de Rusia- el título de zar, y adopta en su escudo de armas imperial la figura del águila bizantina bicéfala. Durante su reinado, la Rus se apropia de la herencia del título ortodoxo de “Imperio Romano”. Más adelante, en el reino de su hijo Basilio III, la idea de la «tercera Roma» alcanza su cumplimiento en la profecía de Filiteo, staretz –santo- del monasterio de Pskov: «… dos Romas han caído, la tercera permanece firme y una cuarta no habrá.»

Cuando el hijo de Basilio III, Iván IV –conocido en la historia como Iván el Terrible-, se corona zar, en 1547, sigue el ceremonial de coronación de los emperadores bizantinos. Es probable que esta decisión se efectuara por consejo del arzobispo metropolitano Macario, quien ciñó la cabeza del joven Iván con la corona imperial.

Para dar pleno significado al ideal teocrático bizantino se crea, en ese momento, un cuerpo eclesiástico-estatal con «dos cabezas»: el zar y el patriarca; empero, faltaba aún por nombrar, con el título de patriarca, al jefe de la Iglesia rusa. Fue en enero de 1589, bajo el reinado del zar Fiódor Ioannovich, cuando el patriarca de Constantinopla, Jeremías, viaja a Moscú y designa oficialmente como primer patriarca de Moscú y de todas las Rusias, al arzobispo metropolitano, Iova.

Rusia, desde entonces, mantiene la tradición de que es la continuación del imperio romano. Esta certeza es intensamente reforzada bajo el régimen autocrático del zar Nicolás I (1825-1855), quien envanecido por el crecimiento de la influencia de Rusia entre los estados europeos llega a considerar que debe actuar como el poder sucesor del Imperio Romano de Oriente y, por consiguiente, se considera como el estado que mantiene a su cargo la protección de los cristianos ortodoxos de Turquía y de los lugares sagrados: las iglesias de la Natividad y del Santo Sepulcro, en Palestina.

Desde 1852, Nicolás I intenta aprovecharse de la circunstancial debilidad de los turcos y dispone que sus ejércitos realicen sucesivos movimientos hostiles en dirección a la península turca, desencadenándose, como consecuencia de estas movilizaciones, la guerra ruso-turca en 1853.

Rusia intenta, entonces, forzar definitivamente la capitulación del Imperio Otomano y reconquistar el estrecho de Bósforo y toda Asia Menor, que había sido conquistada por el Islam por la fuerza en contra del antiguo Imperio Bizantino.

La desigual situación entre los contendientes prometía una rápida victoria rusa y la definitiva captura del Estrecho, lo que habría asegurado, además, la independencia de Grecia y de los Balcanes del Imperio Otomano. Rusia envía a su ejército a las ciudades turcas de Moldavia y Valaquia, y desencadena su primer ataque victorioso en Sínope.

Los países neutrales europeos, reunidos en Viena, intentan llegar a una solución pacífica del conflicto, pero el sultán del Imperio Otomano, Abd-ul-Mejid I, rechaza todo tipo de acuerdo y prefiere recurrir a la guerra.

A continuación, la destrucción de la flota turca y la amenaza de una expansión rusa produce gran alarma en Francia y en Inglaterra, quienes deciden, entonces, intervenir en defensa del Imperio Otomano. En 1854, después de que Rusia ignora un ultimátum anglo-francés, que le exige que retire de la cuenca del Danubio sus tropas, los imperios británico y francés le declaran la guerra, secundados por el núcleo territorial del que nacerá Italia, el reino de Piamonte y Cerdeña.

Las tropas occidentales, además de las del Imperio Otomano, se enfrentan entonces a las rusas. Empero, las tropas occidentales constituyen un mayor y más moderno contingente militar, que vencen a los ejércitos rusos en la batalla de Alma y de esta manera impiden la caída del Imperio Otomano.

Tras la derrota rusa en la batalla de Alma, los aliados toman rumbo a Sebastopol, que el 8 de septiembre de 1855, cae en manos de las tropas franco-británicas, luego de haber resistido sitiada, durante un año.

Sin embargo, los rusos incendian tanto la ciudad como el puerto, antes de abandonar la plaza. Existe un desgarrador testimonio de León Tolstoi, que relata en un libro diversos episodios ocurridos durante la defensa de la ciudad, por los rusos. El escritor, en efecto, participó en la defensa de Sebastopol como oficial de artillería.

El 30 de marzo de 1856, se firma en París el tratado que pone fin al conflicto. En el proceso de negociación de la paz los rusos pierden sus derechos sobre los cristianos ortodoxos del Imperio Otomano y las provincias rumanas del imperio logran su autonomía. Rusia, también, debe retirar del Mar Negro su flota de guerra.

Francia, desde ese momento, asume el papel de potencia hegemónica en Europa, bajo el gobierno de Napoleón III, hasta 1870, en que se enfrenta con Prusia, y pierde. Después de la guerra de Crimea –como sus consecuencias- comienzan a afianzar los procesos de reunificación de Italia y Alemania, y Turquía queda muy debilitada, por lo que viene declarada un protectorado inglés.

En síntesis

La caída

Existe un desgarrador testimonio de León Tolstoi que relata en un libro diversos episodios ocurridos durante la defensa de Sebastopol. El escritor, en efecto, participó en la defensa de la ciudad como oficial de artillería. El 30 de marzo de 1856 se firmó el tratado que puso fin al conflicto pero en las negociaciones los rusos perdieron derechos.

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