¿Cuál realidad?

¿Cuál realidad?

El “no puede ser” contra Rafael Trujillo Molina desconoció la realidad. La advertencia de una minoría no intuyó la catástrofe que se avecinaba. Prefirió la fantasía provista por las buenas intenciones. Aquellos renuentes a reconocer las posibilidades del brigadier, durante tres décadas fueron dejando en el suelo los jirones de sus convicciones hasta sumar su pensamiento al régimen. Miedo, conveniencia, cualquiera que fuera el motivo ocurrió. La negación, la creencia de que el proceder y quehacer de la cuadrilla es el mayoritario siempre aboca en el precipicio de la decepción y la derrota. Inexplicable, sin embargo, que las argucias y estrategias de las personas especializadas en mercadeo político, una y otra vez yerren. Diseñan el mundo ideal conforme a sus creencias y a las necesidades de su clientela. Ganan y pierden en cotos cerrados. Suman adhesiones, manejadas con el baremo de sus designios. Muestran sus resultados sin posibilidad de contradicción. Aferrados a reacciones fieles, cautivas, se resisten a auscultar más allá del círculo afín. La opinión disidente les perturba.
Percepción, deseos, prejuicios, fueron derrotados por la astucia de un brigadier ambicioso, con don de mando, decidido a convertir la República en su hacienda. Solo no lo hizo, solo no se mantuvo. Quienes creyeron que no sería posible tuvieron tiempo para lamentarse y para replegarse. Desde el 1930 hasta hoy con más o menos ingenio, con mejores y efectivas técnicas de comunicación el fracaso se repite. Inconcebible los errores con tantas posibilidades para detectar los vaivenes de las decisiones ciudadanas. Es necesario trascender los sí y no, los jamás y las dudas, descubrir el sentir que ninguna medición puede registrar.
El inolvidable Frank Marino Hernández repetía, una y otra vez, su reverencia a las encuestas. “Las encuestas no fallan, fallan los acontecimientos” aseveraba. La contemporaneidad, no obstante, está demostrando la inexactitud de lo exacto. A mayor uso de tecnología y mayor reproducción de mensajes compartidos por quienes se identifican con lo difundido menor concordancia con el efecto apetecido.
Huelga repetir ejemplos recientes convertidos en mantra. Brexit, la derrota del Sí al Acuerdo de Paz en Colombia, que desde lejos “la mayoría” aseveraba era la opción ganadora; el triunfo de Donald Trump y ahora, el 46% de Jair Bolsonaro en Brasil. Muchos, muchísimos, no querían a Bolsonaro pero esos muchos, muchísimos, no pensaron en el número que sí lo quiere. El exmilitar, diputado, es favorito no a pesar de su discurso sino por el discurso. Sus adversarios prefirieron, igual que la oposición a Donald Trump, la burla y la descalificación. No repararon un instante en la labor de zapa que permitía ganar adeptos cada día. En lugar de dedicar tiempo al choteo procedía conocer al contrincante. Centenas de artículos, millares de tuits se referían al hombre como un advenedizo, ajeno a la política. Ignoraban la biografía del ultraderechista candidato, diputado durante 27 años.
La antropóloga y escritora Lilia Schwarcz, en entrevista, publicada en El País-3.10.2018- decía: Bolsonaro lleva tiempo diciéndonos quién es. No hay doblez en Bolsonaro. Esto no es algo que haya inventado para las elecciones. También comentaba la nostalgia del autoritarismo que manifiestan los brasileños: “Existe el deseo de ver la dictadura como una utopía que mejoraría la seguridad, la economía, la estabilidad… Todo lo que nos va mal ahora. El brasileño tiene esa manía de proyectar la responsabilidad de sus desgracias. Y no hay nada como proyectarse en un Gobierno militar. Es distante, autoritario y recibe todas tus responsabilidades como ciudadano. En Brasil, todo es siempre culpa de otro”.
El domingo 7 de octubre hubo una abstención inesperada. Los datos divulgados por el Tribunal Superior Electoral de Brasil confirman que 29.9 millones decidieron no votar. La abstención alcanzó el 20.3% de los 147.3 millones de personas con derecho al voto. Es la mayor abstención desde el 2002. La realidad virtual y la realidad, todavía no son sinónimos. Quien votó Bolsonaro supo perfectamente porque lo hacía. Fallaron quienes no entendieron la realidad.

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