Cuando la pasión obnubila

Cuando la pasión obnubila

TEÓFILO QUICO TABAR
Los dirigentes, especialmente cuando gobiernan, por más pasión que les pongan a sus acciones como a sus declaraciones, jamás debería llevarlos a la obnubilación y al fanatismo, sobre todo cuando se trata de personas que se suponen equilibradas. Lo que debería regir y darle mayor peso a las acciones públicas o políticas son precisamente las cualidades que la gente percibe o entiende que deberían adornar a quienes los dirigen, como la autenticidad.

La autenticidad no ha sido la cualidad más abundante en la conducta de la humanidad, por eso, cuando aparece alguien auténtico, se comulgue o no con sus ideas, se convierte en figura importante y sobresaliente. De cualquier forma, los pueblos se fijan en esas pocas personas cuyas vidas y acciones han estado articuladas con sus palabras y sus pensamientos.

El desencanto o divorcio popular se inicia cuando la gente comienza a sospechar o a notar que las cualidades que le suponía a determinada figura pública, o que las posiciones que esas figuras públicas asumían, no se corresponden con la realidad. Los pueblos como el nuestro son dóciles, pero difíciles de perdonar cuando alguien a quien le dio aprecio, solidaridad o apoyo por creer que era como se imaginaba y resulta ser diferente.

Decir una cosa y hacer otra o aparentar una cosa y ser otra, puede pasar desapercibido durante un tiempo relativamente corto o medianamente largo, pero jamás durante mucho tiempo, sin que de una forma u otra el pueblo se las cobre, no con venganza, sino retirándole el apoyo, la solidaridad o el aprecio que le habían ofrecido.

Hay muchísimas cosas que a diario ocurren en el acontecer político nacional, que desvirtúan la imagen que la gente tenía de determinadas figuras, sobre todo cuando están en el ejercicio del gobierno. Eso no es bueno. Más bien es preocupante, por cuanto la mejor y única forma de mantener un sistema democrático sano es en base a la credibilidad de sus actores.

Dentro de un régimen democrático cualquiera tiene derecho de adversar un partido, un dirigente, un funcionario o al propio Presidente. Igualmente el Presidente, los funcionarios o cualquier ciudadano tienen derecho a disentir de las opiniones de sus opositores o de los que no forman parte de su equipo. A lo que no tienen derecho es a utilizar mecanismos, sobre todo desde el gobierno, para ejercer presión a todo el que no esté de acuerdo con sus acciones y pronunciamientos.

No sé realmente si fue el Vicepresidente quien dio a entender que todo el que se opone a la compra de los aviones que realizó el Presidente en Brasil favorece el narcotráfico. Me da la impresión de que si dijo eso, no quiso decir eso. Pues daría mucha pena que alguien que ocupe una posición cimera en el gobierno, a quien se considere una persona equilibrada, utilice expresiones que resultan de estilo desaprensivo.

No todo el mundo entiende que esa compra no es prioritaria o ni siquiera importante. Que no representa en sí la panacea en la lucha contra el flagelo del narcotráfico. Que tampoco resuelve gran cosa en el combate contra las drogas, favorece el narcotráfico. Y me atrevo a decir que si las dijo, aún habiéndolo hecho, sabe que eso no es verdad.

Si usted está de acuerdo con la compra apóyela. Si lo cree conveniente desde el punto de vista geopolítico, explíquelo. Si había que complacer a determinada nación poderosa, dígalo. Si no está necesariamente de acuerdo, no hable. Pero jamás recurra a esas expresiones pertenecientes al más puro método de chantaje politiquero e irreflexivo.

Esa no debe ser la forma de expresarse de quienes ocupan posiciones de mando de un gobierno que se supone democrático. El derecho a disentir forma parte de la más pura esencia de la democracia, incluso del pensamiento cristiano. Estar o no del acuerdo con algo es un derecho que le asiste a cualquier ciudadano, mucho más si quien lo hace es un dirigente. Utilizar un método desaprensivo pretendiendo descalificar opiniones contrarias, no es democrático ni equilibrado. 

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