Es innegable que la música es cultura, pero en determinados casos se convierte en un arma de doble filo, dado que las canciones de moda alcanzan índices altísimos de difusión y sus mensajes cargados de violencia llegan a importantes sectores de la población.
A los ritmos urbanos o callejeros hay que reconocerles el mérito de una excelente percusión y el crédito de haber unido a toda una generación sin importar condición social, raza o color. Todos lo bailan, todos lo corean.
Algunos temas muestran contenidos simplemente divertidos, pegadizos y bailables, ese suele ser el caso del ¨Dembow¨, sin embargo en el Reggaetón con demasiada frecuencia, su contenido está cargado de discriminación y violencia, en no pocas ocasiones, de género; mientras que el Rap hace apología descarada de la violencia callejera entre rivales supuestamente agraviados, que desean balearse entre sí sin miramientos.
El problema no es cuestión de géneros musicales. Letras ofensivas hacia las mujeres también pueden oirse en ritmos como el merengue, la salsa, la balada y la popular bachata.
De vocabularios soeces y frases vejatorias. Los vocabularios soeces y las frases vejatorias exaltando la actitud del macho, macho que usa y tira las mujeres.
Las actitudes e intenciones violentas forman parte de la cotidianeidad, por lo que adolescentes, adultos e incluso niños se ven impactados por los cristales rotos en el espejo de sus canciones favoritas.
Sin ánimos de fomentar la discriminación hacia la música ni de querer limitar la libertad de expresión ni creatividad, creo que ante la tragedia nacional que representan hoy días los feminicidios, la clase artística también debería jugar un rol de responsabilidad y a la hora de sentarse a componer y escribir tomar en cuenta que la violencia genera violencia.