Es muy probable que al momento de usted leer esta columna ya estén presos, o muertos en un intercambio de disparos, los asaltantes de una sucursal del Banco Popular de la avenida Luperón, donde asesinaron a mansalva a un vigilante y cargaron con un botín de casi dos millones de pesos. Fue un robo espectacular, como en las películas. Al salir de la sucursal, donde le dispararon a quemarropa al vigilante y obligaron a todos los clientes a tirarse al suelo mientras saqueaban las cajas, los asaltantes dispararon en todas direcciones y lanzaron al aire una fajo de papeletas de dos mil pesos provocando un gran alboroto y un gigantesco tapón, y luego se perdieron en el denso tráfico del mediodía. Pero no llegaron muy lejos. El portavoz de la Policía, el coronel Jacobo Mateo Moquete, explicó que las cámaras dentro de la sucursal permitieron saber cómo andaban vestidos los asaltantes, y una vez fuera, en la calle, se les dio seguimiento a través de las cámaras del 911 hasta su lugar de destino, un barrio de la parte alta del Distrito Nacional. Una vez ubicados no se perdió tiempo, pues ya hay tres personas detenidas y la Policía persigue a cuatro hombres a los que exhortó a entregarse por la vía que crean más conveniente o que se atengan a las consecuencias, que no hace falta explicar cuales son. Por eso fue tan categórico el jefe de la Policía, el mayor general Manuel Castro Castillo, cuando ayer declaró que “en las próximas horas” solucionará el caso. Y aunque resulta evidente que el factor decisivo para identificar y apresar a los responsables de ese asalto, el tercero a una entidad bancaria en poco más de un mes, fueron las cámaras instaladas tanto en el interior del banco como en las calles, hay que reconocer que la Policía demostró que está en capacidad de actuar con prontitud y eficiencia para dar respuesta a la delincuencia, sobre todo si cuenta con las herramientas y equipos necesarios. ¿Por qué no puede ser siempre así? Se los dejo de tarea.