¡Cuidemos la Foresta!

¡Cuidemos la Foresta!

Pese a todas las prédicas, la gente sigue quemando bosques para levantar conucos. La falta de conciencia lleva a muchos a destruir mediante la tala y el fuego, laderas de montañas para sembrar frutos menores en las pendientes.

No se precisa tener dos dedos de frente para saber que la capa vegetal afectada por la eliminación de los árboles será arrastrada por los vientos en las sequías y las aguas en períodos de lluvia.

También en los llanos talamos y quemamos, sin recordar que estamos acabando con la Tierra.

¿Qué necesitamos para lograr un cambio que evite daños mayores?

Son un recuerdo los días en que Pedro de Jesús Candelier Tejada apresaba a quienes talaban los bosques.

De aquellos tiempos es el relato que les hice alguna vez, de un Alcalde Pedáneo talador en Chavón Arriba. Estábamos en una reunión y se apresuró, ante mí, a cortar un roble en crecimiento.

Alarmado, le hablamos del arbolillo y de su futuro valor en el proceso de eliminación de gases tóxicos.

“Es mi enemigo”, ripostó, “pues cuando crezca, si intento cortarle una rama, me trancan los forestales. Es mejor cortarlo ahora que no se ve”.

De manera que sabemos que nadie atiende a la fuerza. Pero tampoco, bien lo sabemos, obtempera nadie a los llamados a la razón.

Ahora mismo cunde por los medios de comunicación social una campaña que llama al ahorro. Alude por supuesto, al ahorro de dinero, pues las promociones son parte de la publicidad de una empresa bancaria.

Con sugestivo sentido de respeto al medioambiente, es decir, de ahorro de futuros problemas, habla del agua y de los árboles. Tampoco le hemos prestado atención.

Justo cuando comenzaron a divulgarse estos anuncios, estaban quemando árboles en diversos lugares del país.

Pienso que podríamos atender más diligentemente a una educación práctica basada en resultados.

Un ejemplo, quizá apropiado, sea el ofrecido en la reserva de ébano verde por la fundación Progressio.

Cuando los hermanos Armenteros Ríus recibieron junto a otros convidados a integrar la entidad, el encargo de preservar un prístino monte de ébano, encontraron gente viviendo entre ellos.

Carecían de un abanico de opciones. Los sacaban, con el consiguiente escándalo, o los enseñaban a vivir con estos árboles y apreciarlos. Optaron por esta última alternativa.

Se impone, por consiguiente, calcar y multiplicar esta obra. No hay otra manera de cuidar la foresta y evitar la desolación del territorio dominicano.

Porque el de los vecinos en la isla, salvo contados y excepcionales espacios, ya fue agostado.  

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