Daniel Boorstin. Los pensadores. Los filósofos griegos

Daniel  Boorstin.  Los pensadores.   Los filósofos griegos

Pero solo os pido una cosa: que cuando mis hijos sean mayores, les importunéis y les exhortéis como he hecho yo con vosotros. Y si veis que se preocupan más por las riquezas o por cualquier otra cosa antes que la virtud, o creen que ser algo sin serlo, reprochádselo como he hecho yo con vosotros y decidles que olvidan lo principal y que se creen que algo cuando no son nada. Si obráis así, mis hijos y yo habremos recibido de vosotros un pago justo.
[1]
En el capítulo V habla de los filósofos griegos. Afirmaba algo que todo el mundo coincide: Atenas aportó al mundo occidental los modelos y los cánones del mundo occidental. Inició con Sócrates, el hombre, el filósofo que nos enseñó a darnos cuenta sobre nuestra ignorancia. “La propia técnica obstrética (mayéutica) mediante la cual Sócrates reveló la ignorancia general, sugiere que las verdades yacen por descubrir en cada una de las personas a quienes formula sus preguntas. De modo que la técnica socrática presupone una sabiduría latente en todos”. [2] Un elemento interesante es que Sócrates nunca quiso meterse en política, porque formar parte del poder le obligaría a sacrificar sus principios. Boorstin afirma que la misión histórica de Sócrates era el descubrimiento de la ignorancia.
El capítulo VI de la obra lo dedica a Platón. Plantea que el filósofo ateniense importante era la palabra tanto hablada como escrita. Los atenienses de su época Platón más que escritor era un gran orador. Platón planteaba “una persona pensante, por lo tanto, no debe tomar el mundo escrito con excesiva seriedad, pues sabe que la verdadera vida de las ideas no se encuentra en él. Por el contrario, los “jardines de las letras” los sembrará y escribirá, al parecer, por pura diversión, haciendo acopio, por si llega al olvido que acarrea la vejez, de recordatorios para sí mismos y para todo aquel que haya seguido sus mismos pasos”.[3] Importante es destacar, como dice Boorstin, que Platón en un importante momento de transición en Atenas, justo cuando el mundo de la escritura empezaba a invadir el mundo de la enseñanza.
En el Capítulo VIII titulado “Caminos a la utopía: apoteosis de la virtud”. Platón, dice Boorstin, descubrió otro modo de búsqueda que le permitió presentar modelos terrenales que sirvieran de guía y modelo a la virtud. Su obra cumbre, donde el diálogo fue el más influyente, La República, Platón plantea una nueva visión: la utopía, en la que sueña y sitúa la República ideal. Partió de dos premisas capitales. La primera era la unidad de las virtudes y la segunda de que el Estado tenía tantas formas y expresiones como el alma.
Platón defendía el concepto de identidad de las virtudes del individuo y del Estado. Esto supone que ambos elementos tengan un conjunto coherente y ortodoxo de creencias, es decir lo que para el individuo es la ética y para el Estado es la ideología. Platón defiende el triunfo de la virtud. Al respecto Boorstin plantea que “los historiadores y filósofos no dejarán nunca de debatir hasta qué punto Platón quiso que su obra magna fura un proyecto de comunidad ideal o solo una nueva incursión en sus experimentos sobre la inteligencia. Pero fuera cual fuera su propósito real, nos transmitió un riquísimo legado en forma de metáfora.
El capítulo IX se titula “Aristóteles: un extranjero en Atenas”. Boorstin no escatima palabras para analizar este discípulo de Platón. “Aristóteles es el coloso cuyas obras arrojarán luces y sombras sobre el pensamiento occidental durante los dos milenios posteriores. A pesar de estar plenamente inmerso en la Atenas del siglo IV, era extranjero. El Estagirita, el apodo con que se le conocía en la Edad Media no se recataba de ocultar su origen foráneo”. [4] En efecto, Aristóteles llegó a Atenas cuando tenía 17 años. Su padre, Nicómano, era el médico personal del rey de Macedonia, Amintas. Pero quedó huérfano y fue enviado a Atenas a ser educado.
Al llegar a Atenas se hizo alumno de Platón, y fue uno de los más privilegiados discípulos del célebre filósofo creador de la utopía. Desde que llegó a Atenas, su vida estaba más que ocupada. En el liceo pronunciaba conferencias, realizaba investigaciones y supervisaba las investigaciones de otros discípulos. A diferencia de su maestro, Aristóteles buscaba la luz de la experiencia del mundo sensible, algo que Platón no le daba ninguna importancia.
Aristóteles era curioso y trabajador. Recopiló libros, hizo notas personales de todo cuanto leía. Era un amante de la naturaleza. Cuando se convirtió en profesor, insistía en que los estudiantes sintieran las sensaciones que ofrecía el mundo natural con sus olores y colores. Por eso no sorprende que el filósofo era el creador y defensor del derecho natural.
Boorstin establecía las semejanzas y diferencias entre el maestro y su discípulo. “La diferencia más marcada con el estilo de Platón se daba en lo referente a la política. Mientras Platón pintó un cuadro deslumbrante de una república ideal, las especulaciones de Aristóteles seguían fielmente las descripciones efectuadas por sus ayudantes sobre 158 sistemas políticos griegos diferentes y en activo”. [5] Decía además que el interés de Platón residía en el encanto de lo ideal, lo permanente o inmutable. Mientras que el interés de Aristóteles por la naturaleza y la experiencia le llevó más que nada a interesarse por el mundo natural, el movimiento, el cambio y el tiempo. Así pues, el discípulo se alejó del maestro.
Ahí termina su reflexión sobre los tres principales filósofos griegos que marcaron grandemente el pensamiento occidental. En la próxima entrega trabajaremos sobre el cristianismo y su visión del mundo desde la perspectiva de este gran pensador. Nos vemos en la próxima. Hola Magdalena. Espero que me hayas leído.

[1]Daniel Boorstin, Los pensadores, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, p. 47.
[2] Ibidem, p. 39 [3] Ibidem, p. 49.
[4] Ibidem, p. 65. [5] Ibidem, p. 70.

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