Darwin y la naturalización del hombre

Darwin y la naturalización del hombre

Aporte. El ser humano alcanza su naturalización cuando, a sus impulsos sociales y a sus potencias intelectuales, le suma el influjo de las costumbres, que impiden que las fuerzas instintivas y las bajas pasiones lo conduzcan a la animalidad, y a asumir fuerzas irracionales. Los impulsos inconscientes tienen un efecto sobre la conciencia moral que generan, a menudo, actuaciones irracionales en el hombre, en todos los estadios culturales de la civilización humana.

La naturaleza humana progresa por los efectos del razonamiento, la religión o la instrucción formal antes que por medio de lo que Charles Darwin llamaba “selección natural”. Pero son los instintos sociales los que constituyen el fundamento moral del individuo, que le dicta el sentido común y que lo induce a reprimir los instintos de muerte sobre los instintos de vida. El individuo es un sujeto con un instinto social y moral gregario, que lo condujo a fundar una civilización basada en el progreso material y cultural, lo cual no garantiza un progreso espiritual. Dijo el filósofo alemán Walter Benjamín que “en cada acto de civilización hay un acto de barbarie”.

La esencia de la antropología darviniana se expresa en el principio del “origen de las especies por selección natural”, en que las especies más fuertes y con mejores condiciones de adaptación sobreviven, y las que no, pues mueren en su proceso de supervivencia y adecuación al entorno social. En ese proceso de adaptación al medio ambiente natural, el hombre, desde su origen, tuvo que hacérsela e ingeniársela para alcanzar estadios de desarrollo y progreso materiales en su escala evolutiva.

El pensamiento de Darwin acerca de la “selección natural”, en que se fundamenta su teoría de la evolución de las especies, tiene como correlato, en la vida social y en la marcha de la civilización, la exclusión de la moral y de las instituciones.

En esencia, la “selección natural” de la especie humana escoge la civilización que se opondrá a la naturaleza. De modo que el viaje de la civilización a escala social tiende a representar un juego de progreso y eliminación, conquistas y retrocesos, que semejan una guerra de sobrevivencia y de lucha instintiva.

Entre naturaleza y cultura hay una identificación equivalente a creación y mimesis de lo dado. El hombre inventa y crea, usando a la naturaleza como punto de partida de su imaginación y creatividad. El ser social deviene cultura, en cuanto naturalización de sus instintos evolutivos, en una operación progresiva de aprendizaje y adaptación a la realidad material.

En el curso de su proceso evolutivo, el hombre somete la naturaleza a sus leyes de adaptación social. El triunfo del hombre, al enseñorearse de la naturaleza, representa una conquista cualitativa, en su ascenso cultural. La condición social del hombre es una propiedad que dimana de su esencia natural. De ahí que el hombre sea un ser social por naturaleza. Es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe, al decir de Jean Jacques Rousseau, para explicar las razones del mal en el hombre, en su tesis de que la vida es un Contrato social, una convención entre los sujetos humanos.

Quien dice naturaleza también dice cultura. La esencia antropológica de la revolución darviniana tiene su explicación justamente en que naturaleza y cultura no son mundos diferentes, ni mundos separados, sino dos facetas de un cuerpo que se superponen recíprocamente. Darwin aportó una respuesta no teológica y antimetafísica al drama del hombre y a su problemática ontológica. El naturalismo biológico que caracteriza esta sociobiología también marcó la concepción científica del hombre moderno e impactó en los estudios sociales del siglo XX, en la antropología social y en la filosofía de la cultura, y acaso en la filosofía de la ecología, tan en boga en los últimos tiempos.

La tesis en materia de antropología social, a partir de la explicación de la naturaleza por medio de la selección natural, tuvo su influjo en el pensamiento filosófico contemporáneo y en el pensamiento científico, desde el punto de vista del naturalismo biológico. A partir del siglo XVIII, los filósofos de la ciencia inician un proceso de naturalización de la mente humana, alejándose de la explicación teológica y metafísico-naturalista. En tanto pensador científico, Darwin estudió los cimientos de la civilización y de la moral, a partir de una concepción materialista de la naturaleza. De ahí su materialismo naturalista para explicar el origen del hombre y de las especies -y que fue tan esencial para la fundamentación de la concepción materialista del hombre y sobre el devenir social y moral de la humanidad.

El darwinismo social se caracteriza por una visión cultural de la naturaleza: ve la cultura como parte integrante de la naturaleza. Darwin acomete los más complejos problemas de la naturaleza del hombre, y funda una antropología de estirpe evolucionista, así como los esbozos de un materialismo antropológico. Todos los estudios antropológicos, teológicos y biológicos del hombre están en deuda con este naturalista y aventurero inglés, quien aportó el mayor debate a las dos tendencias filosóficas que dividen a religiosos y ateos, entre la concepción materialista y la idealista de la vida.

El hombre es un ser naturalmente social, gregario y cultural: aspira semejarse a la naturaleza. De ahí su instinto natural por emparentarse con ella y volverse un ente de esencia racional. La problemática esencialmente natural del hombre tiene su explicación en su origen evolutivo como naturaleza dialéctica. La capacidad de raciocinio del hombre se identifica con la facultad de pensar que lo remonta a una naturaleza mental. Entre naturaleza y sociedad se plantea una identificación, en la que el hombre se sitúa como ente mediador entre su origen y su destino.

La historia del hombre, como ente civilizado y culturalmente evolucionado, es la historia de su transformación como especie viviente alejada de la escala animal. De la animalidad a la humanización, el mundo ha tenido una dilatada evolución progresiva y transformativa que sitúa al hombre en una espiral dialéctica en el alejamiento de su origen.

Para Leonardo Da Vinci hay una correspondencia entre la naturaleza y el hombre: en tanto que en la naturaleza hay ríos y agua, en el hombre hay venas y sangre. Esa teoría de la correspondencia -que tiene como representación gráfica el hombre de Vitrubio- establece que el hombre representa el centro del universo y del mundo. De ahí que la razón ilustrada encarnó el centro de gravedad del pensamiento, y postuló el razonamiento como oposición binaria a la fe, la luz frente a la oscuridad. El Renacimiento aportó un espacio de representación de progreso y el retorno del hombre como eje motriz de la razón, y de la recuperación del saber humano como fuerza centrífuga del mundo.

El proceso de la naturalización del hombre se produce cuando actuamos por instintos, sin necesidad de reflexionar sobre nuestras acciones, y lo hacemos de un modo natural, no social, o porque nos lo dicte una conciencia sobrenatural. Cuando otorgamos un valor natural a un fenómeno social, estamos dándole una categoría natural, y este hecho impacta sobre nuestra vida cotidiana, moral y cultural. Es así como actuamos en el largo proceso de sociabilización desde la simiente más remota de nuestros orígenes hasta la presencia más actual de nuestras vidas.

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