David y punto… Vicisitudes de un niño trabajador

David y punto… Vicisitudes de un niño trabajador

POR MARGARITA QUIROZ
Todos los días, a las 6:00 en punto de la mañana, como si se tratara de un ritual, David se monta en una guagua del transporte urbano con destino a la Universidad Autónoma de Santo Domingo. No se trata de un estudiante prodigio, que con 12 años de edad pudo ingresar a la universidad. Simplemente es un niño, que por llevar a cuesta la condición de ser pobre ha tenido que madurar y trabajar.

De David hay mucho que contar: a los siete años tuvo que lanzarse a las calles en busca del sustento de su madre y dos hermanitos y, hasta el sol de hoy no ha podido parar de trabajar.

Con pasos lentos, producto del sueño perdido y la carga pesada de su limpiabotas, David se desplaza por el amplio terreno de la alta casa de estudios en busca de posibles clientes, llevando también a cuesta el sueño de poder transitar algún día por esos mismos terrenos como estudiante de arquitectura.

Cada día para él se transforma en una odisea y es que, salir del sector Barrio Nuevo en San Cristóbal hacia la capital, hasta para un adulto resultaría agotador. No obstante, casi nunca sale solo, en la parada de la guagua suele reunirse con otros compañeros, que al igual que él, buscan algunos pesos con qué comer.

Al parecer la vida se ha encargado de mostrarle su cara amarga y, a diferencia de otros niños privilegiados ante la sociedad, fue abandonado desde muy pequeño por su padre, no puede ir a la escuela y para colmo tiene que “sudar el lomo trabajando”.

Paradójicamente, limpia zapatos y “anda con los pies descalzos”; ya que ni siquiera cuenta con un par para poder asistir a la escuela.

Actualmente cursa el quinto curso y su norte es ser arquitecto, pero las circunstancias de la vida le han hecho una mala jugada e injustamente le obligó a desertar de clases, según él “por ahora”.   

¿Por qué no vas a la escuela?, le preguntó esta reportera, a lo que éste tímidamente contestó: “Porque no tengo zapatos y las mascotas se me acabaron y mi mamá me las cogió para anotar san”.

Su piel curtida y pelo amarillento hablan claramente de los azotes del inclemente  sol al que tiene que someterse a diario. Prácticamente vive en la UASD: viaja de lunes a sábado, de 6:00 de la mañana a 5:00 de la tarde; al mediodía toma un receso, mientras se confunde entre estudiantes de diferentes carreras en la fila que comunica al comedor de la universidad, donde almuerza por tan sólo cinco pesos. De RD$200 que regularmente reúne al día, paga RD$40 de pasaje y le entrega a su madre RD$100.

Vive en una humilde vivienda ubicada en la calle Primera del populoso sector de Barrio Nuevo, en compañía de su madre, un padrastro y dos hermanos. De su verdadero padre no sabe nada, ni siquiera su apellido y esta es la causa por la que es conocido como David y punto.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas