De elefantes, Volkswagens e instituciones

De elefantes, Volkswagens e instituciones

Algunos aspirantes, candidatos y “teóricos peregrinos”, como los llamaba Jiménez Grullón, nos tientan a repetir la ocurrencia aquella de ¿cómo se meten cinco elefantes en un Volkswagen? cuya respuesta era sencilla: Dos delante y tres detrás. Así de simple. Porque hay gente que no se detiene a pensar si realmente cabemos todos en el vehículo. Todo aparato, herramienta o sistema institucional, como el de la democracia, por ejemplo, tiene un diseño que lo hace apropiado para determinadas funciones, bajo ciertas reglas y circunstancias. Sistemas como la justicia, o como la policía nacional, fueron diseñados en y para otros países, para otras sociedades cuyas economías son más dinámicas y sus sistemas de clases sociales, o sea, la distribución de la riqueza, son más participativos y equitativos. Son diseños hechos para culturas en las que funcionan determinados valores y actitudes. El cuadro de una familia completa montando una pequeña motocicleta, o el del hombre que vende funditas de pan o gallinas colgados de un palo atravesado, con un huacal o un árgana de cada lado, es algo que los diseñadores del aparato nunca previeron. John Adams, uno de los fundadores de los Estados Unidos, explicaba que su sistema de instituciones fue pensado para un pueblo que tiene fe y temor de Dios.

Y que sin esos supuestos, su democracia y su sistema jamás funcionarían adecuadamente. Sin embargo, como lo ha dicho Barack Obama, ya los USA no son un país cristiano; sino multireligioso: musulmán, ateo y con muchas denominaciones de cristianos, y minorías agnósticas y otras variantes exóticas y estrafalarias; y sin embargo su justicia no colapsa. Pero olvidan, al parecer, Obama incluido, que esa democracia se alimenta de una maquinaria financiera, industrial y militar, que en base a sus múltiples actividades comerciales y no tan comerciales, diplomáticas y no tan diplomáticas, ayuda a cubrir muchas deficiencias de su presente economía, cultura y sociedad.

En varias ocasiones, conversando con aspirantes, candidatos o simplemente ilusos de la política, les he preguntado cómo piensan eliminar el narcotráfico en nuestro país. Las respuestas suelen ser divertidas; ciertamente no pasan la prueba de factibilidad. No es distinto lo que ocurre con las famosas reformas de la policía. Especialmente si no cambian la Justicia y el Ministerio Público. Y el Congreso y los partidos, y demás. Las democracias suponen la igualdad de los ciudadanos, no basta con que la declaren y promuevan en la Constitución. Y suponen que la gente sepa leer y escribir. De modo que no hay democracia ni burocracia que funcionen para un pueblo mayormente analfabeto, pobre y “malacostumbrado”.

Tarea inmediata: Apurarnos en educación y exportación, para generar empleos productivos. Mejorar las notas en valores y cultura cívica. Recordemos: sin Dios en el corazón de los administradores, no hay presupuesto que alcance… ni que fuésemos un imperio depredador.

Países pobres y pequeños que marchan bien: Costa Rica, Uruguay; otros, mejorando posibilidades. Tenemos que identificar fallas, dejarnos de discursos superfluos. Transformarnos en una sociedad-cultura que asimile y rediseñe eficazmente las instituciones y las tecnologías foráneas. Y produzcamos algunas.

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