El principal atributo que se vende en el turismo internacional, para atraer a cinco millones de visitantes anuales al país, es la extraordinaria hospitalidad de sus habitantes y ese atractivo personal que impacta en los visitantes quedándose magnetizados por ese “ello” natural que es casi la marca país.
Los estrategas del turismo dominicano se han dado cuenta de esa hermosa e inestimable cualidad, y en el fondo de cada promoción se resalta ese sentido de cordialidad que se le brinda al forastero por encima de las dificultades en los alojamientos, en los traslados, en el floreteo de la delincuencia, en abusivos cobros de servicios, en los espectáculos artísticos, etc., el valor humano predomina y borra las incomodidades que muchas veces se conocen por el extranjero, pero se borran con la cualidad innata de la amistad y de la hospitalidad que derriba cualquier aprensión.
Naturalmente lo anterior no se refleja en la actualidad en la vida en condominios, torres o residenciales, en que apenas la gente se saluda a la hora de bajar al parqueo, o en el lobby a la puerta del ascensor, o de la escalera o en el umbral de las puertas de apartamentos ubicados frente a frente, borrándose la interacción vecinal que distinguía la vida pueblerina de la primera mitad del siglo XX, donde cotidianamente se compartían un postre, un plato de comida, café o jugo.
Pero esa hermosa cualidad que dispensamos con la hospitalidad a raudales a los visitantes, se convierte en un serio problema de motivación, cuando la indolencia nos arropa y somos muy descuidados al grado máximo que no nos importa que una llave de agua esté defectuosa y se pierdan cientos de galones de agua durante meses, o que las paredes de la casa estén cochambrosas por falta de pintura, o que un bache en la calle nos daña el vehículo, o nos hace caer en un hoyo en la acera para producir graves lesiones o el techo de la casa es un colador en los días de lluvia por la haraganería para atender esas pequeñas cosas que hacen de nuestro hábitat algo miserable para vivir en armonía y paz espiritual.
Ese descuido ancestral para ocuparnos de las pequeñas cosas del mantenimiento cotidiano, lo traspasamos a la hora de ser funcionarios públicos de algún departamento estatal, en donde no se responde con ahínco para impulsar programas constantes y sostenidos de mantenimiento de obras. De ahí vemos cómo el Monumento a Montesinos es casi una ruina, los hospitales, hasta los recién remodelados, sufren de problemas de filtraciones, carecen de agua o la electricidad dejó de funcionar para suplicio de los pacientes y del personal médico.
El escándalo del mes pasado, en que los equipos dañados de rayos X de las aduanas de los aeropuertos horrorizó y nos colocó de nuevo, o nos reafirma, como un país macondiano, que para repararlos hubo que esperar al jefe departamental a que llegara del exterior, mientras nadie sabe qué combinación se había establecido para hacer que esas averías resultaran beneficiosas para los delincuentes y empleados desaprensivos, quizás culpables de haber dañado esos equipos vitales para el control en las aduanas y entonces estrenar nuevos equipos anunciados a tambor batiente.
Un cambio positivo para la mentalidad en el mantenimiento de las obras públicas lo ha protagonizado el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, que en este periodo constitucional mantiene numerosas brigadas en las vías troncales del país, proporcionándole limpieza constante de las cunetas de las vías, reparación del asfalto de la superficie de rodadura de la vía, pintura de las señalizaciones y barandillas de los puentes, destapando alcantarillas, con lo que se despeja la creencia de que nadie se ocupaba de cuidar las vías públicas, incluyendo los puentes de acero o de hormigón. Además sostiene un útil programa de reparación de las calles de las poblaciones dominicanas, que en un amplio abanico, abarca cada comunidad nacional, sin importar lo lejos que se encuentre de las vías troncales.
Entonces la hospitalidad innata del dominicano se proyecta cuando departamentos como el MOPC proporciona el cuido de las obras viales, protegiendo la inversión que se ha realizado, y al mismo tiempo, proyecta una imagen de orden y limpieza que los usuarios de esas obras se sienten satisfechos y contribuye a reafirmar la hospitalidad dominicana.