De las relaciones entre RD y Haití

De las relaciones entre RD y Haití

Las relaciones de la República Dominicana con Haití tienen que verse, necesariamente, en la realidad de nuestros días. No estamos en los tiempos de 1822-44, ni tampoco en los días aciagos de la dictadura de Trujillo. No podemos convivir congelados en los conflictos del pasado. Los dirigentes y las sociedades dominicana y haitiana tenemos que mirar el futuro desde nuestro presente.

República Dominicana y Haití siempre estarán uno al lado del otro. Esta es una realidad geográfica que nos obliga a la vecindad, y deberíamos propender a la mejor vecindad posible. Porque dos naciones colocadas en la misma isla están arrastradas, por necesidad, a compartir mucho más que una tierra. Nada de lo que ocurra en Haití es ajeno a los dominicanos, y viceversa.

Lamentablemente, ambas naciones tienen un desarrollo socio-económico y demográfico desigual. Este hecho siempre será un factor de presión sobre la República Dominicana y los dominicanos, hasta que esta realidad cambie. Tenemos que prepararnos, todos los días, pues, para vivir y lidiar con esta certeza tan ineludible que a veces, incluso, nos parece asfixiante. Pero la manera de hacerlo, es decir, de abordarla, es a través de políticas definidas y realistas, pero sin chillerías y posturas que no llevan a ninguna parte.

Dominicanos y haitianos tenemos que hacer un alto en el camino, sobre todo quienes influyen en la opinión pública aquí y allá. Nada hacemos con amplificar los nacionalismos, rebuscar en el pasado y olvidar la vecindad y la dignidad humana. Seamos creativos y busquemos caminos de convivencia.

Pero bajo ninguna circunstancia podemos olvidar el valor de la prudencia social, de la prudencia política y de la prudencia geográfica. También deben nuestros tribunales, los dominicanos, rechazar la tentación de tener sus propias agendas, peor cuando ignoran la historia, la geografía, la economía y el nuevo contexto de las relaciones internacionales. No debemos olvidar que la legalidad se construye.

Por lo demás, los dominicanos sabemos, por experiencia propia, que las migraciones han sido un factor de progreso. Dos ejemplos lo ilustran: la mano de obra importada para la industria azucarera y los cientos de miles de dominicanos que viven en el exterior, quienes nos envían cada año más de tres mil millones de dólares.

Reflexionemos, pues. Busquemos la mejor convivencia posible, sin traicionar las legítimas aspiraciones de cada nación y sin lesionar la dignidad humana. Venzamos los espejos del pasado, los espejos que nos impiden mirar el futuro posible.

 

 

 

 

 

 

 

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