De macos y cacatas

De macos y cacatas

Héctor Incháustegui Cabral en su obra “El Pozo Muerto” tiene una retorcida tesis sobre por qué muchos intelectuales se “convirtieron” al trujillismo, por decirlo de alguna manera.

El poeta, escritor y diplomático dice que los escritores, los intelectuales dominicanos, tenían como modelos a los intelectuales de Europa y que cuando esos intelectuales se “convirtieron” en fascistas y nazistas, los de aquí los siguieron y se engancharon en el carro del mandón, así lo digo yo.

Por supuesto que Incháustegui no habla de Ángel Liz, de Heriberto Núñez, de los hermanos Viriato, Gilberto y Antinoe Fiallo y muchos otros intelectuales que no transigieron y se mantuvieron al margen de la corriente.

Como dijo José Martí: “Hay hombres que viven contentos, aunque vivan sin decoro. Otros padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro.

En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados”. Asistimos en estos días, a la repetición de actitudes  y situaciones que retratan de cuerpo entero a sus protagonistas. En esta involución permanente, en este constante ejercicio de tartufismo (falsía, hipocresía, santurronería), el mundo es colocado como si viviéramos patas arriba y no es cierto. Lincoln lo dijo con toda claridad: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

Nadie cuestiona el derecho de todo ciudadano a la participación en la vida pública, pero hay una exigencia que tiene que ver directamente con la conducta, con la ética de esa participación, el Papa Juan Pablo II lo ve así: “Cada ciudadano tiene derecho a participar en la vida de la propia comunidad. Esta es una convicción generalmente compartida hoy en día. No obstante este derecho se desvanece cuando el proceso democrático pierde su eficacia a causa del favoritismo y de los fenómenos de corrupción, los cuales no solo impiden la legítima participación en la gestión del poder, sino que obstaculizan el acceso mismo a un disfrute equitativo de los bienes y servicios comunes”.

En estos días vemos los resultados pútridos de la malévola unión y contubernio entre Leonel Fernández y Miguel Vargas, aves de mal agüero que atentan contra la democracia que tanto sudor, sangre y lágrimas ha costado. Eso no lo podemos permitir.

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