De nuevo en la pista del despegue

De nuevo en la pista del despegue

JUAN M. TAVERAS
A principios de la década de los 60, tal vez la década de mayor impulso desarrollista de toda la historia humana, una importante teoría sobre las etapas del crecimiento económico escrita unos años antes por el eminente economista Walt Whitman Rostow, impactó con fuerza las ideas económicas dominantes sobre todo en los países subdesarrollados, que empezaban a tener conciencia de los grandes beneficiosos que podrían derivarse de una economía manejada con políticas económicas claramente orientadas a la consecución de fines específicos.

The Stages of Economic Growth: a non-comunist manifesto, de hecho plantea la necesidad de dirigir la economía hasta colocarla en una etapa del despegue hacia un crecimiento autosostenido. Muchos países, incluso algunos de América Latina, se apoyaron en las ideas de Rostow para intentar un «Take-Off into Self-Sustained Growth».

El presidente Arturo Frondizzi, inspirado en las ideas del célebre profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets, sentó las bases del despegue de la economía Argentina.

Mediante cambios cualitativos, tanto en la estructura económica como en las formas de comportamiento, Rostow en su ya medio olvidada teoría del despegue, describe el paso de una sociedad tradicional a una de consumo en masa a través de cinco etapas: sociedad tradicional, precondiciones para el despegue hacia un crecimiento sostenido, camino hacia la madurez, crecimiento autosostenido y etapa de alto consumo. Han pasado muchos años de aquellos días en que la teoría del célebre economista norteamericano era considerada como una guía efectiva para alcanzar el desarrollo. Hoy, empero, me permito poner de nuevo sobre el tapete la teoría de Rostow no solo porque estimo que muchas de sus ideas continúan siendo de gran utilidad para entender mejor las realidades y ataduras inicuas de nuestras sociedades, sino porque los pasos que está dando la actual administración pública que encabeza el doctor Leonel Fernández, están colocando de nuevo a la República Dominicana en la pista del despegue.

Usted, carísimo lector, puede o no estar de acuerdo en que nuestro país está de nuevo en la pista del despegue. Pero una cosa es cierta: frente a nuestros propios ojos y sin que muchos nos demos cuenta está naciendo la nueva República Dominicana. Los signos de que estamos de nuevo en la pista del despegue hacia el desarrollo están por todos lados: La confianza ha regresado como una novia inmaculada; La tasa pasiva de interés, motor de las inversiones, está a niveles de 20 años atrás; los préstamos para viviendas están a la tasa de interés más baja de los últimos 18 años; la tasa de inflación está por debajo del uno porciento; la estabilidad económica parece consolidarse y, aunque muchos no puedan percibir lo que está pasando, la economía está creciendo con solidez. Es cierto que los males sociales ligados a una pésima distribución del ingreso persisten e incluso se están profundizando, pero nadie puede habitar una casa antes de construirla. Es preciso sentar las bases del desarrollo antes de alcanzar el camino hacia la madurez y la justicia social. La transición del subdesarrollo al desarrollo solo puede lograrse a través de una serie de escalones o etapas que todos los países deben atravesar. Y nuestro país no puede ser una excepción. Pero hay algo más trascendente y notorio que está transformando la esencia misma de la República. Me refiero a la justicia. Poco a poco, como bisturí que se desliza sobre la carne podrida del cuerpo social dominicano, la ley va por fin tocando la podredumbre de muchos de nuestros empresarios e incluso a algunos de nuestros dirigentes religiosos y políticos. El caso de Quirino Paulino es notorio, pero es más notorio aún, para entender hacia donde va la justicia dominicana, el hecho de que varias docenas de altos oficiales militares estén sentados en el banquillo de los acusados. Si logramos que los actuales aires institucionalistas consoliden la separación de los poderes del Estado en procura, no de mezquinos intereses partidarios sino en garantizar los derechos de cada ciudadano y si logramos a la vez que los poderes públicos se cohesionen en procura de sentar las bases para el desarrollo sostenido de la economía y las instituciones dominicanas, podemos garantizar que a nuestro país le espera un brillante futuro.

Sabemos que la nación necesita de ingentes recursos humanos y económicos para romper las barreras del subdesarrollo. Pero esas barreras no se romperán con tontas exposiciones teóricas. Es preciso actuar y actuar en función de romper las barreras. Necesitamos más empleo, más inversiones y más y más ingresos para enfrentar nuestras grandes deudas sociales. Hay una forma de lograrlo todo y mucho más y es dirigiendo todo el esfuerzo económico y político de la nación hacia la creación de una industria y comercios competitivos a nivel internacional. Eso es lo que han hecho todos los países que podrían servirnos de espejo y nunca como ahora el camino había sido tan claro y las condiciones más favorables. Sólo hace falta voluntad y audacia. No olvidemos que nadie progresa si no paga el precio del riesgo y del sacrificio. Nuestro mayor limitante para lanzarnos a la creación de una industria competitiva a nivel internacional lo es la falta de capital. Esa dificultad se puede enfrentar con una política agresiva de join-venture donde el Estado participe como ente accionario en la creación de las industrias básicas y venda su parte tan pronto las empresas creadas adquieran el nivel de desarrollo programado. Todo lo demás vendrá por añadiduras.

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