Marianela Jiménez pertenece a la generación de la dominicanidad visual, pues ha sido una pintora de mucha fuerza expresiva, que siempre puso en alto las tradiciones y las manifestaciones culturales del pueblo dominicano. Esta artista manejó su paleta con gran sentido del color, logrando siempre reflejar en sus pinturas la fuerza del Caribe, con contrastes de luces encendidas que vestían sus telas en una celebración de fiesta.
Tenía una visión del arte como sentimiento de fidelidad por los usos y costumbres de la gente, con una atención muy particular por las tradiciones provinciales.
Desde temprana edad manifestó una atracción particular por la acuarela y ejerció en cierto modo una influencia sobre artistas de su generación por su manejo de esta técnica, que permite transparencias de luces y deslices de colores. Puede ser que a través de la acuarela ella encontrara ese lazo que muchos artistas de su generación nunca pudieron borrar de su admiración por la pintura clásica romántica y evocadora del posclasicismo europeo. Es indiscutible que Marianela Jiménez fue una maestra de la acuarela que supo transmitir a sus estudiantes e introducir en sus enseñanzas a varias generaciones.
Los artistas le deben un gran sentido del método y del trabajo investigativo, fue una maestra con experiencia y paciencia pedagógicas, pues por sus venas corría la enseñanza, ya que era hija del escritor, poeta y profesor don Ramón Emilio Jiménez.
Esta herencia de dedicación por enseñar la llevó a dirigir por más de dos décadas la Escuela Nacional de Bellas Artes, y a impartir docencia de varias disciplinas de las artes plásticas. Formó unas tres generaciones con las que compartió siempre sus conocimientos.
Era una artista de mucha discreción, sin alardes sociales, ni ambiciones de éxitos estelares, llevaba su obra con una gran dedicación, con personalidad propia y prudencia. Compartía sus conocimientos con sus estudiantes y con un grupo de escogidos profesionales, con quienes se manifestaba siempre con mucha medida.
Le apasionaba el arte como reflexión y soporte de la vida. En ella encontrábamos una mezcla interesante de los aportes del realismo clásico y a la vez de un impresionismo que iba más allá del costumbrismo criollo, pues su pintura y su trazo dibujístico responden a una formación académica de gran profundidad donde se sienten las huellas del maestro alemán George Hausdorf, quien le formó en su juventud con un gran sentido de organización, del espacio en la tela y las sutilezas del color. Es a través de este maestro que doña Marianela expresa en sus obras el dominio de la composición, con parámetros muy rigurosos y clásicos que demuestra en sus bodegones y en sus escenas de exteriores y paisajismo.
Por más de cuarenta años, su obra pictórica marcó una presencia significativa en toda América Latina, participando en colectivas y en exposiciones individuales internacionales. Recordamos en su obra las influencias de Gausachs, en los trazos negros y en los colores encendidos, que ella supo interpretar y manejar con temperamento visual propio, que encontramos en sus inolvidables obras carnavalescas, en la realización de sus diablos cojuelos, que son la carne viva de todo un pueblo llevado a un lienzo.
Entendemos que son esas obras que contienen la paleta más significativa de la Maestra, pues son una fusión equilibrada y perfecta del impresionismo y del realismo libre que esta artista supo desarrollar en la madurez de su propuesta artística, que hoy día hay que reconocer como un aporte fundamental en la Historia del Arte Contemporáneo de República Dominicana.
Su obra llama a una exposición nacional razonada, donde se visualicen las diferentes etapas investigativas de esta gran artista, cuyo conjunto debe ser organizado como una exposición retrospectiva que pueda moverse por todos los centros de arte y cultura nacionales. Este sería el mayor homenaje que su país y sus alumnos podrían hacerle.
Expresamos esta idea porque tenemos en esta obra no solamente el contenido de la producción de una artista que marcó la pintura y el dibujo en obras de varias generaciones, sino que la misma obra es un catálogo razonado de la pintura y el dibujo que dejaron los fundadores de la Escuela Nacional de Bellas Artes, y que cuando un Maestro o una Maestra de tales características parte, es de importancia nacional reactivar su memoria a través de sus aportes intelectuales y visuales.
La partida de Marianela, asociada a la reciente partida del maestro Domingo Liz, nos obliga a comprometernos con los maestros del arte dominicano del Siglo XX. Ha llegado el momento de pensar que la nación merece tener una colección razonada y curada de una generación que lo ha dado todo por defender la dominicanidad dentro de la pintura contemporánea, haciendo con el sujeto visual y el color una propuesta estética de la cultura del pueblo dominicano.
Es hora de ponerse a trabajar (hemos visto en menos de tres meses partir a dos titanes, como Domingo Liz y Marianela Jiménez) para honrar esta generación que fundó y forjó nuevas generaciones de las artes plásticas y visuales en el país. Merecemos tener un museo que recoja este patrimonio artístico, y lo honre con una colección permanente abierta a todos los públicos para que todos los sectores educativos y culturales conozcan y estudien, así como se nutran las nuevas generaciones a través del arte y la cultura.
Marianela Jiménez, nace en Valverde, Mao, en el año 1925. Realizó sus primeros estudios de pintura en la Academia particular del profesor alemán George Hausdorf, quien por muchos años residió en Santo Domingo, y fue forjador de muchos importantes artistas plásticos dominicanos. Perteneció y formó parte de la primera generación de graduados de la Escuela Nacional de Bellas Artes, lugar donde enseñó desde 1957 hasta hace pocos años, impartiendo las materias de pintura al natural III, dibujo del antigua II, artes aplicadas y profesora de bodegón I y paisaje II, llegando a dirigir dicha Escuela por más de dos décadas, desde 1989.
Con un interesante periplo, entre otros, realizó estudios en el Club de Grabado de Montevideo, Uruguay, (1977-1979). Su primera exposición individual la realiza en 1952. Y luego siguieron centenares de exposiciones colectivas e individuales, tanto en República Dominicana, como en Perú, Argentina, Francia, España, Estados Unidos e Israel.
Fue condecorada con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Caballero, el más alto honor y reconocimiento oficial del país.