De vuelta con Edgar Morín. Los enfoques de la complejidad

De vuelta con Edgar Morín. Los enfoques de la complejidad

Dedicado a mi hermana-amiga mexicana, Patricia Gascón Muro

Diré ante todo, que para mí, la complejidad es el desafío, no la respuesta. Estoy a la búsqueda de una posibilidad de pensar trascendiendo la complicación…, trascendiendo las incertidumbres y las contradicciones. Yo no me reconozco para nada cuando se dice que yo planteo la antinomia entre la simplicidad absoluta y la complejidad perfecta. Porque para mí, en principio, la idea de complejidad incluye la imperfección porque incluye la incertidumbre y el reconocimiento de lo irreductible…La simplificación es necesaria, pero debe ser relativizada. Es decir, que yo acepto la reducción consciente de que es reducción, y no la reducción arrogante que cree poseer la verdad simple, por detrás de la aparente multiplicidad y complejidad de las cosas. Edgar Morín, Introducción al pensamiento complejo.

Después del largo paréntesis por el feriado navideño, vuelvo a estudiar y aprender sobre el pensamiento complejo de Edgar Morín, ese gran pensador francés que con sus ideas ha revolucionado la tendencia fragmentaria del conocimiento que abunda en el mundo occidental. Una fragmentación que impide una visión cósmica de la realidad.

La complejidad de Morín no es la ausencia de la simplicidad, sino su complemento, pues la complejidad implica la unión de los procesos de simplificación, selección, jerarquización, reducción y separación, pues permite la comunicación, más aún, la articulación de todo lo que está disociado. “Es escapar de la alternativa entre el pensamiento reductor que no se ve más que los elementos y el pensamiento globalista que no ve más que el todo.” (Introducción al pensamiento complejo, p.144).

En el desarrollo de su pensamiento, Morín ha demostrado una gran formación. Basándose en las ideas de Blaise Pascal el gran matemático, físico, filósofo cristiano y escritor francés del siglo XVII, afirma el pensador francés, basándose en el físico Pascal, que es imposible conocer las partes sin conocer que es importante estar consciente que el todo sin las partes tampoco puede existir:

La complejidad no es solamente la unión de la complejidad con la no-complejidad (la simplificación); la complejidad se halla en el corazón de la relación entre lo simple y lo complejo porque una relación tal es, a la vez, antagonista y complementaria. Creo firmemente que el mito de la simplicidad ha sido extraordinariamente fecundo para el conocimiento científico que quiere ser un conocimiento no trivial, que busca lo invisible detrás del fenómeno. (p.144)

¿Qué significa ese juego de palabras? El propio Morín se responde diciendo que ese mundo de las apariencias, del desorden, de las interacciones, coexiste con el trasmundo en el cual no existe orden alguno. Este hecho indica la coexistencia de los mundos, como por ejemplo, el de la física cuántica con la física einsteiniana. “Esa experiencia muestra que lo que Einsten consideraba absurdo, es decir, falso, era verdadero”. (p. 145). ¿Por qué? se preguntarán muchos. Porque, dice Morín, lo fundamental de la complejidad es asumir que la realidad es compleja, no simple, pues la complejidad es la dialéctica dialógica entre el orden-desorden-organización, así pues, el gran mérito de la complejidad es la denuncia de la denuncia de la metafísica del orden:

Yo diría que acepto plenamente relativizar la complejidad. Por una parte, ella integra la simplicidad y, por otra parte, se abre sobre lo inconcebible. Estoy plenamente de acuerdo con esas condiciones para aceptar la complejidad como principio del pensamiento que considera al mundo, y no como el principio revelador de la esencia del mundo. (P. 146)

Evidentemente que la complejidad enfrenta directamente a los mal llamados defensores de la ciencia pura y dura. Asegura Morín que la ciencia se fundamenta en el consenso y, contradictoriamente, también en el conflicto. Sostiene que la ciencia se fundamenta en cuatro elementos independientes, a saber: la racionalidad, el empirismo y la verificación. El empirismo, dice Morín, destruye las construcciones racionales que se reconstituyen a partir de nuevos conocimientos empíricos, pues existe una “complementariedad conflictiva entre la verificación y la imaginación. Finalmente, la complejidad científica es la presencia de lo no científico en lo científico, que no anula lo científico, sino que, por el contrario, le permite expresarse”. (P. 147)

Asegura Morín que esta visión no impide, en modo alguno, el desarrollo de la ciencia, porque el conocimiento es sencillamente indetenible, pues nunca encontraremos lo que andamos buscando. Incluso podemos encontrar la clave de lo que perseguimos, pero algo de repente aparece, da la vuelta al problema, entonces volvemos al principio. “Todo esto para decir que el corazón de la complejidad es la imposibilidad tanto de homogenizar como de reducir, es la cuestión de la uñitas multiplex”. (P. 149). Así pues, cuando asumimos la complejidad como teoría, como forma de ver la vida, más rica es la realidad y, por supuesto, mayor será la diversidad. Pero ojo, dice el pensador, mientras más alta es la complejidad, mayor peso tiene lo aleatorio, es decir que está en el límite mismo de la desintegración; pero no hay que asustarse, pues para luchar contra ella debemos desarrollar la capacidad de hacer buscar soluciones. Por esta razón, Morín plantea nuevamente el tetragrama de orden/desorden/interacción/organización, el cual no puede ser reducido a un solo principio ni a un solo fenómeno de orden puro, como tampoco a un solo principio de organización último, pues es necesario tener la capacidad de mezclar y combinar, ya que el orden, el desorden y la organización, son complementarios y, sobre todo, ninguno ni es superior ni prioritario.

A partir de entonces Morín pasa a hacer una diferencia interesante entre la información y el conocimiento. La información, asegura, existe porque los seres humanos crearon los signos, por lo tanto supone una “computación viviente”, porque la vida es una especie de organización computacional que implica la clasificación cognitiva, y ahí aparece el conocimiento, que es, indiscutiblemente organizador:

El conocimiento supone una relación de apertura y de clausura entre el conocedor y lo conocido. El problema del conocimiento, así como el de la organización viviente, es el de ser, a la vez, abierto y cerrado… El conocimiento supone no solamente una separación cierta y una cierta separación con el mundo exterior, sino que supone también una separación en sí mismo… (P. 153)

Morín nos ofrece una hermosa definición del conocimiento, cuando afirma que “conocer es producir una traducción de las realidades del mundo exterior”. (P. 154). Desde esa perspectiva, cada ser humano es coproductor del objeto que conocemos; al mismo tiempo cooperamos con el mundo exterior y es esa coproducción nos aporta la objetividad del objeto, convirtiéndonos en coproductores de la objetividad. Por esta razón, la llamada objetividad científica, más que un dato, es un producto. Pero, y es lo interesante, la objetividad está vinculada a la subjetividad.

“Creo que podemos hacer una teoría objetiva del sujeto a partir de la auto-organización propia del ser celular y esa teoría objetiva del sujeto nos permite concebir los diferentes desarrollos de la subjetividad hasta el hombre sujeto-consciente. Pero esa teoría objetiva no anula el carácter objetivo del sujeto”. (P. 154).

Y en esta posición plantea una crítica al llamado conocimiento científicamente objetivo. Nada es completamente objetivo, porque todo, absolutamente todo, atraviesa por el ser humano, su realidad y sus sentimientos. ¿Interesante no? Seguimos en la próxima.

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