De vuelta con la condición humana

De vuelta con la condición humana

Confieso que a veces la realidad resquebraja mis creencias, obligándome al retiro voluntario, a la soledad buscada.
Confieso que cuando veo las sonrisas hipócritas de tanta gente a quienes solo les importa la forma y la apariencia, me refugio en mi hogar, en mi propio entorno, para olvidar y sentirme a salvo.
Confieso que cuando he podido llegar a tocar, gracias al azar de la vida, la profundidad del alma humana, especialmente de gente cercana a mi vida, a mis días, a mis años, y constatar que muchas veces la ofensa gratuita es un regalo envenenado que recibimos, y por amar al ofensor, perdonas y sigues adelante. Entonces me pregunto, me pregunto de nuevo ¿Es el ser humano bueno? ¿Están sus acciones guiadas por el deseo de hacer el bien?
Confieso que soy un ser humano, como todos, que ha tenido que aprender de sus errores, que se arrepiente de las palabras descompuestas que ha pronunciado, e incluso de las que en el futuro podría pronunciar. Soy de carne y hueso, con virtudes que la enorgullecen, defectos que la avergüenzan, ansiedades que la desconciertan, sueño y deseos inconclusos que quizás no podrá llegar nunca a materializarse.
En mis 61 años y 8 meses, casi 62 años de vida, he tenido que vivir, laborar y convivir al lado de mucha gente. Provengo, como ya he dicho en muchas oportunidades, de una familia numerosa, no solo porque éramos nueve hermanos, sino porque en la casa siempre vivían varios primos, las dos abuelas y el servicio doméstico. Además cada hijo llevaba a sus amigos para estudiar o simplemente compartir. En la cotidianidad de mi casa familiar éramos casi 20 personas con roces cotidianos. Ahí aprendí la necesidad de sobrevivir en medio de esa especial selva humana, donde convivían personalidades distintas con intereses muy diferentes. Aprendí que el silencio era oportuno; que reclamar cuando sentías que violaban la esencia de tu ser era importante aunque perdieras; que cada nuevo día era esencial aprender a observar para ver cómo estaba el humor de los poderosos, encarnado en nuestros padres; que los hermanos mayores a veces se escondían para no recibir la reprimenda; que los más pequeños éramos vulnerables. En fin, en mi pequeño universo, aprendí los vericuetos del alma humana.
En la vida laboral he tenido que trabajar con todo tipo de persona. Existen los que te aman por lo que eres y no por lo que representas. Abundan los que te buscan por el cargo que desempeñas. No eres un ser humano, sino un instrumento en el camino de conseguir sus apetencias personales. Aprendí que existen amigos circunstanciales, que te buscan por un momento preciso, por una situación especial. Desaparecidas las dos condiciones, se esfuman de tu pequeño universo vital.
Aprendí que cuando no ocupas posición de poder, los amigos circunstanciales se esfuman por arte de magia, y solo cuentas con los de siempre, los que te aman incondicionalmente, sin importar el lugar en que te encuentres.
Aprendí que la gente busca a toda costa destacarse, subir, aunque para lograrlo tenga que pisotear a todo el mundo, incluyendo a sus amigos.
Caminando por los caminos de Dios, aprendí que hay personas que para superar traumas infantiles, deciden atropellar a los otros, presentándose como superiores, vencedores e infalibles. Con esa actitud solo demuestran una carencia existencial ancestral, y en medio de su prepotencia y atropellamiento, evidencian una gran debilidad, una vida de carencias afectivas, dignas de consuelo, tolerancia y perdón.
A veces, cuando en una conferencia me encuentro con alguien del público que quiere hablar, hacerse sentir, demostrar cuánto sabe haciendo uso de una verborrea imparable, trato de controlarlo y comprender que el pequeño espectáculo aparentemente improvisado es una necesidad irresistible de visibilidad; constato que es un ser que sufre de soledad e indiferencia social, que necesita, para hacerse sentir, hablar, hablar y hablar de todo, incluso de lo que no sabe.
Durante mis más de 40 años en la brega cotidiana de sobrevivir en el mundo laboral, he tenido que compartir con diversos tipos de personas. Los que son vagos, lentos e irresponsables. A ellos he tenido que supervisar de cerca, para que su somnolencia existencial no se apropiara del horario laboral. También he encontrado gente dispuesta, con deseos de trabajar, con iniciativas propias, con ganas de aprender, de buen trato humano; son las personas con las que prefiero trabajar. A lo largo de la existencia he tenido que convivir y laborar con personas a quienes la envidia les corroe el alma. Esas son las más peligrosas, pues se visten de oveja, pero en realidad son lobos peligrosos y hambrientos.
Y hoy, a punto de cumplir 62 años, me detengo a pensar en la gente que ha pasado por mi vida. Quizás porque tengo la sensación de que a veces se hace necesario mirar hacia atrás y recorrer, aunque sea por unos instantes, el largo camino transitado. Hacer una mirada crítica de nuestros propios pasos. Reconocer los errores, cometidos, rectificar si existe la oportunidad.
Y evaluando pienso también en la gente que he afectado, porque he cometido algún error al tomar alguna decisión; o porque, producto de la ira momentánea haya pronunciado una palabra descompuesta. Entonces me reconozco humana, vulnerable y falible. El tiempo me ha enseñado. He aprendido a ser dura conmigo misma. Soy mi mayor crítica. A veces pienso que soy muy dura. Cuando escribo, después que publico, releo lo que escribo y me enfado con algunas fallas encontradas; o con alguna frase que debió ser de otra manera.
Me aterra y enfada la hipocresía social. La gente falsa que sonríe porque le conviene, que calla ante las injusticias porque conviene a sus intereses. No soporto a la gente que se rinde ante el poder, que se arrodilla ante el paso del detentor del momento; y son capaces de cambiar el objeto de su adulación de la noche a la mañana. Como me producen asco las megadivas que se ganan el favor del elegido gracias a su sexo. A estas NO-MUJERES las detesto y no las considero ni mujeres y mucho menos seres humanos.
Entonces vuelvo a mi punto de partida. ¿Cómo es el alma humana? ¿Es buena por naturaleza? ¿Es mala porque nacemos así, egoístas y perversos? No lo sé, no tengo respuesta. Solo tengo preguntas y mucho dolor, por esta humanidad que se deshumaniza de forma acelerada.

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