Decir lo bueno

Decir lo bueno

Con frecuencia no expresamos en su justa dimensión lo positivo que nos rodea; no apreciamos lo suficiente a nuestros familiares y amistades, ni las maravillas de la naturaleza. A veces, cuando enfrentamos la pérdida de alguien, aparecen los buenos recuerdos que en vida no fueron reconocidos; y es tarde para enmendar, para decir lo bueno que no fue dicho.
Igual nos pasa con la sociedad en general. Se ha vuelto pandémico criticar el país donde se vive, cualquiera que sea el país. Son más las quejas que las satisfacciones, aún entre las personas que tienen mucho.
En la República Dominicana, para ser específicos, valorar lo positivo se ha vuelto políticamente incorrecto. Si se hace, se tilda inmediatamente a esa persona de acrítica o de gobiernista. Criticar todo suena más valiente, más audaz.
Vivimos por tanto en una espiral descendente. No quejarse se considera un signo de cooptación, o de ignorancia en el mejor de los casos. La queja es el signo de estos tiempos.
Hemos perdido pues la capacidad de identificar lo positivo. Decir lo bueno parece inapropiado, entreguista, inaceptable. No se compadece con la inteligencia que debemos tener. La queja se ha elevado a categoría de prestancia.
Nada mejor para comprobarlo que los medios de comunicación y las redes sociales. Durante las 24 horas del día ahí se vomita la queja, de algo, de alguien. Y no es que no existan múltiples razones para quejarse; las hay. Pero los medios y las redes parecen puro teatro de negatividad.
Así las cosas, es muy difícil construir una sociedad mejorable. La queja es el ingrediente reinante. La crítica, desprovista de responsabilidad social, desprovista de un justo balance entre lo bueno y lo malo, nos desanima.
¡Para forjar una sociedad mejor hay que identificar lo que está bien y construir a partir de ahí lo mejor. La queja es solo útil en tanto permite señalar lo que está mal para superarlo, pero no puede convertirse en el modus vivendi de los opinantes, en una pose; y, sobre todo, no puede opacar lo positivo que siempre existe en cualquier situación.
La queja pandémica tampoco permite encontrar soluciones, porque la esencia de ese estado psíquico es ver lo negativo. “Este país no sirve”, “aquí no funciona nada”, “hay que irse de aquí” son todas expresiones derivadas de la prevalencia de la queja sobre cualquier otra condición o estado, sobre la posibilidad de construir lo positivo.
Hay muchos problemas que nadie debe negar. No verlos sería una irresponsabilidad ciudadana. Pero después de identificarlos, la única manera de superarlos es encontrando los puntos positivos para, a partir de ahí, forjar los cambios. Machacando lo negativo no se construye lo positivo.
Para mejorar este país hace falta una mejor gestión gubernamental, indiscutiblemente; pero también hace falta una ciudadanía con el deseo y el convencimiento de que es posible mejorar. Exigir no es simplemente un estado de queja; es señalar un problema, identificar la solución, y luchar para lograrla.
La queja que no busca la solución desencanta. La queja por la queja hunde. Para superar los problemas de este país, primero, hay que creer en la posibilidad de cambiar; segundo, hay que creer en los cimientos positivos y decir lo bueno; tercero, hay que llenarse de energía para enfrentar obstáculos y resolverlos.
Si aprendemos a valorar lo positivo y a gritarlo a viva voz, la vida sería más satisfactoria y más alegre, pero, sobre todo, estaríamos en mejores condiciones de encontrar soluciones a los tantos problemas que aquejan.

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