Fue una representación deliciosa, tanto para los enamorados de la danza como para los amantes de la pintura. Y para quienes conocían la obra de Fernando Peña Defilló, el espectáculo se convirtió en magia: la imagen, llevada al movimiento y la tercera dimensión, nos dejó atónitos por la correspondencia entre las artes, por la metamorfosis de los cuerpos en el espacio, por una intensa hermosura y vitalidad coreográfica.
La Compañía Nacional de Danza Contemporánea manifestó alegría y creatividad, originalidad y profundo arraigo a la expresión visual. El brío de la asimilación nunca entró en conflicto con la disciplina, el rigor y la exigencia técnica. Durante los meses de una ardua práctica, individual y colectiva, obviamente los jóvenes bailarines habían adquirido confianza en sí mismos, encabezados e instruidos por una personalidad de excepción.
Un aporte totalizante. Marianela Boán, oriunda de la excelencia cubana, instrumentó esta habilidad y transmutación realmente prodigiosa.
Siendo quien reveló el potencial inspirador de Fernando Peña Defilló, ella, entusiasmada, conjugó las funciones de organizadora, directora, coordinadora, coreógrafa, maestra de ballet y muchos papeles más como el entrenamiento dramático y la sensibilización plástica, incluyendo la paleta del vestuario y aun el título “Defilló” –algo sibilino excepto para quienes conocían el apellido materno del pintor–.
No olvidemos, entre sus responsabilidades, el extraordinario acompañamiento musical, tan adecuado que parece una composición especial para esta obra. Es una suerte para el Ministerio de Cultura y la danza dominicana, que una profesional de tanta talla y renombre brinde su capacidad para que la danza contemporánea nacional alcance un nivel ejemplar… y exportable.
Con una modestia admirable, Marianela Boán consideró que compartía el triunfo con sus bailarines y sus colaboradores: eran un equipo. La ovación de una sala llena la conmovió profundamente, casi la sorprendió, cual un alivio después de tantos desvelos y angustias. Un verdadero artista nunca se siente seguro…
Compenetración, dinámica y belleza. El encantamiento surge desde el inicio. El mantel de una mesa se vuelve pantalla y video fascinante de Marianela Boán, los “cuadros-temas” se suceden y se animan como si fueran las partes de un fresco coreográfico.
Lo que anuncia –con una fluidez rebosante de formas y colores– las apropiaciones sucesivas y su reinvención estética, gracias a cuerpos que también van a elaborar sus propias expresiones… Ya estábamos convencidos de la osmosis de la coreografía, sus diseños y variaciones, con el clima y el clímax pictóricos…
Las obras seleccionadas de Fernando Peña Defilló pertenecen a la década del 90 y, salvo una –serie transcendental, abarcando casi un lustro–, todas son de 1998. Fue une época de creatividad intensa, que equiparaba arquetipos criollos y cosmogonías ignotas, criaturas antillanas –del campestre Jarabacoa– y corporeidades míticas en tránsito extraterrestre…
Al comenzar y hasta el final, quedando solamente la mesa –¡casi un objeto-personaje!–, la metamorfosis se hizo ilustración espiritual y realidad tangible. Los seis intérpretes –en estructuras perfectas para el escenario de Bellas Artes–, tres mujeres, tres hombres, multiplicaron las secuencias, actuando en solos, parejas o grupo, y el ritmo, permanente, vibrante, trepidante a veces, prescindía de transición.
Eran así arquitecturas instantáneas e intensa culminación estética: los bailarines, de absoluta dedicación y compenetración, demostraban siempre fervor y gracia, energía y fortaleza. Sincronizados e integrados, ellos trepaban, se expandían, se levantaban, se desplomaban, se separaban, se juntaban… Movimientos de piso como evoluciones en el aire jamás les causaron problemas de ejecución, grupal o individual.
Ellas –más afines con antecedentes “clásicos”–, ellos –actuando más gimnásticamente– llevaron al máximo su destreza y dominio de la movilidad. Hasta disfrutaban la complejidad de las figuras y parecían adelantarse a ellas.
Presente y futuro. Si volvemos a la referencia pictórica –la cual detiene necesariamente el tiempo–, el dinamismo coreográfico, a través de posiciones y movimientos de los bailarines, marcaba el antes y el después, e inteligentemente, una y otra vez, recomponía el cuadro, devuelto a su perennidad incólume…
Trátese de los “Hermanos”, de “Confesor y Secundina”, o del estupendo “Bolero”, se reconfiguró y redefinió aquí el espacio, de la pintura como de la danza, del arte como de la vida… Y qué decir del color, otro maravilloso componente, ¡tan felizmente transferido y acentuado, verde, amarillo, rojo inolvidables!
Tal vez hubo una excepción en este sentido de referencia: fue creación total el dúo inspirado de “Arráncame la vida”, en su audaz balanceo y perspectiva aérea, impresionante de sensualidad, de plenitud y de discreción, proeza –de la concepción a la interpretación– en el encuentro de los cuerpos y el esplendor de la casi desnudez. Ese “vuelo dedos” se distinguió igualmente por un desarrollo estético cimero.
Pocas son las palabras en comparación con la riqueza, experimental además, de la obra “Defilló” y el grado de profesionalidad asumido por la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Este conjunto extraordinario amerita respaldo, incentivo, medios al fin, y uno de los primeros pasos consiste en repetir su presentación en Santo Domingo, en el interior del país y también en el exterior, donde ciertamente puede competir con agrupaciones extranjeras. Marianela Boán, que, por origen y carrera, conoce las exigencias de Cuba, se “atreve” a llevar el espectáculo a festivales cubanos, lo tiene programado, siempre que los recursos permitan viajar y proyectar esta simbiosis de “danza dominicana y universal” según la propone su mentora y máxima ejecutiva.