Del miedo a la democracia, a la política del miedo

Del miedo a la democracia, a la política del miedo

El siglo XX puede verse como el siglo del gobierno de las masas; fue un siglo en el que todo parecía poder conquistarse, menos la paz. Las movilizaciones alrededor de distintas ideologías y la violencia aparejada, causaron un trauma difícil de curar, el miedo a la democracia.

El propio Ratzinger describió estupefacto el fenómeno de mayo del 68, en París, como una crisis de autoridad. De igual forma, La Primavera de Praga, Tlatelolco, la llamada Revolución de las Flores, las movilizaciones por los Derechos Civiles, etc., impulsaron grandes cambios, pero sus tensiones fomentaron por igual, el temor a la democracia, no sólo en las clases dominantes sino también en la población misma.

La respuesta individualista (Lipovetsky) fue la reacción a ese temor. En mi opinión, esa respuesta de los ciudadanos fue tan espontánea, cansados quizá, como fomentada por las clases dominantes, temerosas de perder sus privilegios. La efectividad fue tan profunda que ya en los años ochenta más de un experto dictaminó la muerte de las ideologías, e incluso, en una lectura de Hegel, provocadora e inteligente, Fukuyama planteó con mayor audacia, el propio fin de la historia.

Y todo parecía encajar. Gracias a la estabilidad económica y las comodidades de la vida moderna, los movimientos de masas importantes en los países desarrollados pasaron a ser anecdóticos, o en los demás países, controlables. Después de todo, esa democracia limitada a lo electoral y el desempeño de los mercados parecían estar cumpliendo con las expectativas.

El control del proceso electoral era simple, el político seducía y el votante se dejaba seducir. El tema era –y en parte sigue siendo- lograr la sonrisa adecuada y el suficiente grado de clientelismo para aminorar las grandes demandas sociales y así contener las amenazantes demandas. Si la promesa de progreso se mantenía, la ecuación era fácil y muy efectiva, al menos por un buen tiempo… hasta la crisis del 2008.

Esa crisis fue de los países desarrollados y replanteó las cosas. Entonces, ¿A qué le podrían tener miedo los ciudadanos si estaban perdiendo lo que tenían: la sagrada estabilidad y el empleo?

Ante la incapacidad de responder satisfactoriamente tal cuestionamiento, el deseo actual de control de las clases dominantes vuelve con más ferocidad que razones. Eso, junto con el progresivo deterioro de la calidad de los líderes y los referentes sociales, con políticos convertidos en figuras del jet set, el rampante cinismo mediático, y líderes religiosos encadenados a sus bajos instintos, no parece haber contención a la progresiva ira de los engañados. El miedo a la democracia renace a un nuevo nivel.

El político convertido en clase social, es incapaz de manejar la nueva realidad, está limitado por sus propios intereses, al tiempo que las clases dominantes tienen (o sienten que tienen) demasiado que perder como para no querer impedir que haya una política desde la mentira y manipulación desde el miedo. Es el signo de los nuevos tiempos.

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