¿Democracia en proceso?

¿Democracia en proceso?

¿Cuál es el modelo en que nos inscribimos en la actualidad para organizarnos económica y políticamente como sociedad en nuestro país? ¿Alguien podría definirlo con alguna precisión o nos estamos alineando más o menos nuestras posibilidades de acomodación a las tendencias contemporáneas dominantes? La pregunta no es ociosa por cuanto siempre conviene saber en qué punto nos encontramos de un determinado camino para poder evaluar y re-enrumbar nuestros pasos de manera adecuada para obtener el o los objetivos deseados. En nuestro caso se trata, además, de una región, la latinoamericana, que desde hace ya buen tiempo viene haciendo esfuerzos por enrumbarse por caminos de enfrentamiento de la pobreza y la exclusión social con mayor o menor éxito.
Las experiencias relativamente recientes de los países del sur, entre ellos Argentina, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Chile, Brasil, entre otros, merecen una evaluación exhaustiva para extraer lecciones que nos sirvan a todos y todas en este esfuerzo, ya importante, por construir mayores niveles de equidad social en nuestros países. En función de esa evaluación de procesos que fueron esperanzadores pudiéramos extraer lecciones válidas para la construcción de posibles caminos exitosos al respecto en los diversos países.
Así, que la democracia representativa es el régimen político aspirado hoy de manera dominante en la mayoría de los países de la región parece quedar claro producto de la práctica. De igual manera, que cuando hablamos de democracia nos estamos refiriendo a unos esenciales mínimos en el ámbito político: división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), sistema de pesos y contrapesos, elecciones competitivas recurrentes para la configuración de los mismos, etc,. Ahora bien, no parece suceder lo mismo en el plano económico. Es obvio que el liberalismo, con la economía de mercado como eje central, es el modelo dominante en nuestros países aún no haya habido una decisión colectiva al respecto. Más bien, parece haberse producido un proceso de asunción-legitimación del mismo por vías de hecho. Así, vivimos en una sociedad liberal (atrasada o no) y tal parece que la economía de mercado ha ganado la batalla por la vía de su naturalización.
Y lo anterior, con la atenuante de haber ocurrido procesos políticos en buena parte de los países antes mencionados en los que parecen haber fracasado intentos políticos que pudieran considerarse o que se presentaron a sí mismos como alternativos. Es a estos modelos a los que la “nueva economía de mercado” que hoy se expande por la región en matrimonio con la democracia, estaría sustituyendo aunque sin haber acreditado cartas oficiales de presentación, ni haber debatido abiertamente su conveniencia, ni haber consensuado sus límites y formas históricas específicas. Quizás convenga entonces debatir “de qué se trata” como parte del proceso por decantar las opciones que se ofertan a la sociedad ahora que se aproxima un nuevo proceso electoral.

Lo anterior nos ayudaría a clarificar muchas cosas, por ejemplo, la diferenciación ideológica de las ofertas políticas para saber si se trata de fuerzas políticas alternativas y con respecto a qué se constituye eso que indicamos como “lo alternativo”. Esto se torna cada vez más importante en estos momentos de aparente oscuridad ideológica en la que todos los gatos parecen ser negros. Y nadie tiene más recurso para la crítica que los sentimientos y las intuiciones. Un proceso de debate de este tipo asumido como práctica social cotidiana nos permitiría elegir y construir alternativas para responder con mayor certeza a nuestros problemas. Así podríamos como sociedad tomar decisiones más informadas, desarrollar debates más enjundiosos y clarificadores, desarrollar reagrupamientos más inteligentes y suma de fuerzas vía las alianzas políticas más allá de la venta indecente de partidos o estructuras políticas.

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