Desde mi soledad

Desde mi soledad

LEÓN DAVID
Si conmigo mismo puedo conversar es que no estoy solo. He aprendido a hacerme compañía. Por esta razón no me desespera la ausencia de la gente. No requiero del bullicio de la multitud, de la presencia constante de otros seres a mi lado.

Me siento a gusto dentro de mi propia piel; en medio de mis pensamientos me hallo como en casa propia. Vislumbro en mis adentros un universo demasiado vasto, sorprendente, misterioso para que dé cabida a la torpeza del tedio o de la frustración. Soy un continente inexplorado en el que a cada instante topo con imprevistas maravillas: tibias y recogidas playas, coralinos arrecifes bajo los cambiantes matices del verde de las aguas, ríos inmensos cuyo marrón caudal se alimenta con el fecundo aroma de la selva, extasiados zumbidos de insectos, altísimas montañas cuyas blancas cimas –atalayas de nieves perpetuas- nimban un canto silencioso sobre la azul eternidad del firmamento, llanuras hospitalarias que bajo el cielo duermen una siesta de verdor lujurioso, desiertos de guijarros que el sol flagela y ama, bosques, valles, insospechadas urbes cuya serena majestad no forma parte aún de este mundo que hollamos.

  Todas estas cosas y muchísimas más que sería necio intentar describir con pluma y tinta vibran en mi interior. ¿Cómo sentirme solo en tales circunstancias?… La soledad es un invento del vacío; es semejante al vértigo que nos hace tambalear y marearnos cuando desde el borde del precipicio contemplamos el abismo que se extiende a nuestros pies. Solo está quien no ha sabido crecer por dentro de sí mismo; quien no ha descubierto que el día estalla en cada poro de su piel y que el centro del mundo no ocupa otro lugar que el de su propio corazón. Solo está quien no ha aprendido a dialogar con sus huellas, a charlar amigablemente con la sangre que por sus venas fluye, a sentir el ósculo amoroso del aire que respira, del alimento que ingiere, del sudor fresco que por su piel resbala. Quien toma conciencia de que el universo se comunica con nosotros a cada momento y que posee mil bocas con las que nos habla simultáneamente no puede sentirse solo nunca.

Hay que descifrar el lenguaje múltiple de la vida. Cuanto nos rodea –criaturas, objetos, seres- tiene algo importante que decirnos. Si no prestamos atención a su mensaje no es porque ellos no se empeñen en comunicarse con nosotros, sino porque hemos cerrado las compuertas de nuestra intimidad a todo lo que no sea el ronronear de la palabra humana. La riqueza que ves en el mundo es siempre –mal harías en olvidarlo- la riqueza que el mundo puso en ti. La soledad que sientes y temes es la soledad llena de objetos vociferantes, repleta de actos sin significado, de gestos hueros en los que te has instalado y de los que te has amurallado para combatir la soledad. Soledad es vacío. Vacío es ausencia de sentido. No es posible combatir la soledad mudándonos de sitio porque ella habita muy dentro de nosotros y donde quiera que vayamos, como si fuera nuestra propia sombra, la volveremos a encontrar.

Si estás solo es porque estás sin ti. Es porque nunca has sido tú, porque nunca te has visto en el espejo de tu alma. O, quizás, porque te hiciste compañía en alguna ocasión pero no supiste conservarte y te perdiste. Lo cierto es que si estás solo te has alejado de tu propio ser y has permitido que se abra en tu pecho una profunda fosa donde ha resbalado el corazón y ya eres incapaz de escuchar su entrañable latido. Y te produce espanto contemplar ese abismo que recubre la fragilidad porosa de tu piel. Te aterra pensar que puedas desbarrancarte hacia esa sima y morir tragado en el fondo de sus fauces carniceras… Por ello, en lugar de explorar los recodos de tu angustia prefieres olvidarte de ti, olvidar quién eres, cosa de no tener que recordar la ingrata presencia del precipicio, de la nada que a todas partes llevas y que contigo se desplaza. Corres entonces, huyes, te evades en medio del estruendo de la ciudad enferma y con afanes torpes y rutinarios y mecánicos tratas de sustituir –intento vano condenado al fracaso- la imagen ausente de tu rostro sin rasgos.

La verdadera soledad no es la del que está sin compañía sino la de quien no puede sin desesperar dejar de estar acompañado. La soledad es miedo de enfrentarte a ti mismo y ver no más que un hueco negro en el tuétano silencioso de tu desgarramiento y estupor. Porque ese hueco, ese abismo, ese vacío eres tú. Si no aprendes a conversar con él, a sumergirte en su seno hasta que toques fondo –y siempre se toca fondo- jamás podrás comunicarte con nadie y vivirás solo, solitariamente acompañado de la muchedumbre…, que nada tiene que decir el que para sí mismo es un extraño.

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