DESGRACIA POSTERGADA

DESGRACIA POSTERGADA

La fatalidad vuelve a visitarnos en forma de desastre natural, pasa de cerca pero apenas nos toca. En otras partes el ángel exterminador ha dejado huellas de su paso devastador: muertos, daños, miles de desplazados sin techo y sin alimento. A favor nuestro no se puede alegar muertes que pudieron haberse evitado si hubiésemos sido un poco más diligentes y precavidos. Seamos benignos con nosotros mismos. Definitivamente, o tenemos suerte o hemos mejorado.
Ahora parece haber razones para el consuelo y el regocijo. Nos hemos librado del mal. Nos sonríe la fortuna. Sí, pero la “lucha contra la pobreza” (la verdadera, no la retórica) sigue siendo difícil de librar. Y las esperanzas de los pobres en una mejor vida siguen postergadas. Y persiste el temor de siempre: puede que la próxima vez no nos vaya tan bien.
Hace casi veinte años, en circunstancias similares pero con efectos más desastrosos, cuando nos azotó el huracán Georges, publiqué un texto inspirado en el título de una obra teatral de Václav Havel, Largo desolato. Creo lícito reproducir aquí sus últimos párrafos:
“Medito sobre la inevitabilidad de la desgracia. No es posible suprimir la tragedia de la vida humana. Es necesario aceptarla como un desafío, darle la cara, saber que ella está y estará siempre ahí, que no es humanamente posible suprimirla por completo. Aspirar a un mundo sin tragedia es aspirar a lo imposible. Concebir una humanidad no perturbada por la muerte o la desgracia es un sueño noble, pero también irrealizable. Un mundo sin muerte y sin dolor sería el Paraíso en la Tierra: un reino de felicidad y vida eterna, el reino que desde hace siglos nos prometen todas las religiones.
Es una distorsión pensar que somos el único pueblo del mundo afectado por fenómenos naturales. Hay otras naciones pequeñas como la nuestra que, para sobrevivir, han debido librar una lucha constante con la naturaleza, incluso ganándole terreno al mar, resistiendo a invasiones, frenando inundaciones. Pero a nosotros nos falta la disciplina y el método, la previsión, la voluntad de orden de otros. En cambio, nos sobran la ineptitud, el descuido y la improvisación. Hay una frase, no por manida menos cierta, que nos retrata de cuerpo entero: “Poner el candado después del robo”. Es verdad: los dominicanos ponemos candado después que nos roban. Isleños insensatos, torpes improvisadores, expertos en pegar parches al traje roto, incapaces de prever los males que se nos avecinan.
(…) Me atrevo a sugerir una cierta filosofía práctica: ser más razonables, más precavidos, más solidarios; aprender a vivir con el peligro de una desgracia inminente; saber que en el Caribe insular vivimos y siempre viviremos bajo la permanente amenaza de desastres naturales, de sismos y sequías, de huracanes y tormentas tropicales, de inundaciones y lluvias torrenciales; sacar todas las consecuencias lógicas y tomar todas las precauciones de lugar que resulten de esta certeza.
Ahora es saludable una dosis de estoica fortaleza ante la adversidad, pues aquello que no nos mata, nos hace más fuertes. Levantar el ánimo. Mantener la serenidad y la cordura. Restaurar la solidaridad con los más sufridos y desamparados. Actuar sin esperar demasiado del futuro. Sentir intenso amor por esta vida y a la vez vivir con cierto sentido de sabio desencanto. He ahí, creo, una filosofía de vida razonable y aún posible”.

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