Desviar el río en No les guardo rencor, papá, de René Rodríguez Soriano

Desviar el río en No les guardo rencor, papá, de René Rodríguez Soriano

“No les guardo rencor, papá” se escribió con distancia a los hechos y debido a esto el autor, como lo muestra en el título, ha logrado llegar a la serenidad del perdón.

En “No les guardo rencor, papá” (mediaisla, 2018), René Rodríguez Soriano ha escrito una novela del dictador que en lugar de explorar los corredores del poder presenta la historia de los más afectados por esas tiranías, los miembros del pueblo que no entienden los pormenores de la situación y que, al habitar un mundo estrecho y claustrofóbico, tanto geográfica como espiritualmente, no logran percibir las circunstancias en que viven.
En lugar de abarcar a todo el país Rodríguez Soriano nos ubica en la zona de conflicto relacionada con la Expedición del 14 de Junio de 1959. Los personajes principales sólo ven los aviones desde la tierra. Apenas un personaje logra volar en avión al final y desde la altura puede escribir una carta con una mayor visión.

El autor nos presenta una historia cuyo desenlace ya conocemos, pues harto sabemos el destino de quienes luchan contra el poder: vislumbramos al joven idealista que no puede más que participar en un movimiento justo y su casi inevitable detención. El título mismo anuncia la desgracia, las traiciones que vendrán. Intercaladas entre textos variados se hallan reproducciones de fotografías y documentos de la época trujillista, de casos reales de personas detenidas, interrogadas y sentenciadas después del conflicto en Constanza. Pero aquí la historia, al ser contada en gran parte por los hermanos menores representa al que sufre, no como parte de un juego político, sino como un ser humano. Como en “El cuarto de Jacob” de Virginia Woolf, lamentamos no sólo al protagonista que sufre, sino a todos los otros jóvenes cuyos futuros se estropearon, y al toparnos en este libro con las imágenes y documentos históricos se aumenta la sensación de melancolía y pérdida.

Para crear esta novela polifónica, Rodríguez Soriano utilizó dos formas de narrar desde perspectivas limitadas y otra forma que capta mejor la situación, aunque no por completo, lo que aumenta la sensación de vulnerabilidad de los habitantes del pueblo. Las primeras páginas de la novela recuerdan a “El ruido y la furia” de Faulkner, a la voz de Benjy en su monólogo interior, por lo poco que logra entender el niño y por la muerte de una gallina que parece advertirnos de lo que seguirá. Las entradas del diario de la hermana del personaje principal reflejan su ingenuidad, su sofocante educación religiosa y los ímpetus de una adolescente que siente atracción hacia un joven por primera vez. Lo egocéntrico de su postura, propio de la adolescencia, refleja una actitud típica entre los habitantes de un país, que, enfocados en sus propias vidas, tienen una visión reducida de lo que sucede a su alrededor. La otra forma de narrar que utiliza el escritor, la epistolar, es la que más explica, pero la necesidad apremiante de Manuel, quien escribe esta carta, de hablar por primera vez de ¨hombre a hombre¨ con su padre y el hecho de que la carta no reciba dentro del marco de la novela respuesta, hace de ésta un monólogo. Hay reticencias en la novela bien logradas; por ejemplo, sólo conocemos la figura del padre desde el punto de vista de los hijos.

Las mismas palabras del texto terminan usándose en contra de uno de los personajes, lo que pone en cuestión las intenciones ocultas de cada lector, si nuestra posición como lectores no desvirtúa finalmente el texto. También nos recuerda que las palabras, como los actos, tienen consecuencias.

Así es que Rodríguez Soriano, aunque da un título a la novela que habla de no guardar rencor, señala cómo todos, incluso los que ignoramos la totalidad de una situación, somos en parte responsables de lo sucedido, que incluso los más inocentes son capaces de hacer daño.

Una razón por la que Trujillo logró mantenerse en el poder tantas décadas fue que reconoció la necesidad de que su dictadura llegara hasta los más íntimos recintos de la sociedad, a la familia, a la cama matrimonial. Así implantó ideas en el seno familiar que ayudaron a incapacitar a los ciudadanos y que no les permitía actuar con pertinencia. Se refleja algo similar en esta novela: los rezos de la familia, la sumisión, aun a regañadientes, a la figura del padre y el rápido rechazo que manifiesta el padre, desconociendo al hijo cuando éste intenta mostrar independencia, el hecho de que tres de las hijas tienen sus vidas sexuales estropeadas por las exigencias de la familia y de la Iglesia, Rodríguez Soriano plantea la relación entre esos hechos y la situación política del país y señala que para que un país viva libre hay que extirpar aquel autoritarismo aun al nivel más básico. La novela subraya la relación entre la política del Estado y las estructuras patriarcales de la familia, mismas que se refuerzan en una falsa religión, y señala que, como escribe Manuel, algunos grupos religiosos “son parte del engranaje”. Se resalta el conflicto principal entre el hijo que tiene estudios y su padre apegado a la tradición, al modelo autoritario de la paternidad; destaca la figura omnipresente del Generalísimo, en quien todos creen hasta lo absurdo. Es evidente el personalismo y el culto de la personalidad.

Una metáfora importante que utiliza Rodríguez Soriano es la del deseo del hijo mayor de desviar un arroyo; Manuel admite que fue una tontería cuando lo quiso hacer de niño, pero de joven lo cree posible. Esta metáfora es importante porque el arroyo que quiere desviar es toda una manera de ser de un país. Así, cuando en la novela se presenta la visión colectiva del pueblo formada con base en los rumores y en lo que dicen las autoridades y hay después un contraste entre la versión oficial sobre los combatientes y lo que aprende el pueblo directamente, aunque sus experiencias desmienten la versión oficial, es tan arraigada su primera visión que los pueblerinos no pueden, como el arroyo, cambiar de cauce.

La técnica epistolar se usaba tradicionalmente para seguir a un joven en su educación sentimental y abría un espacio para la reflexión y para que los mayores dieran consejos, pero aquí Rodríguez Soriano la invierte porque es el joven quien aconseja al mayor. Si incluyera el escritor los argumentos ya previsibles de la figura patriarcal, se fortalecería esa manera de pensar, ese cauce tan marcado por el uso que rara vez podemos escapar de ello. Es mejor no incluirlos con el propósito de que el otro mensaje se deje oír. Aquí no sabemos si los consejos que da el joven tendrán fruto; esperamos que sí, y al hacerlo hay una esperanza de que, aunque el padre de Manuel no siga los consejos, lo hará el lector.

“No les guardo rencor, papá” se escribió con distancia a los hechos y debido a esto el autor, como lo muestra en el título, ha logrado llegar a la serenidad del perdón. Denuncia es, pero denuncia que al ser arropada por la compasión puede que sea acogida y no rechazada. Es una denuncia que descansa en reconocer que somos seres fallidos.

Esta novela se publica en un tiempo en que en muchos lados por razones políticas se están creando rupturas entre padre e hijo, entre hermanos. Pienso que es una invitación al cambio, a considerar que quizá nuestras maneras de percibir el mundo están equivocadas y hay otro camino a seguir.

Rebecca Bowman [Los Ángeles, CA]. Catedrática de literatura, ha publicado varios libros de narrativa incluyendo “Los ciclos íntimos”, “Horas de visita” y “Portentos de otros tiempos”.

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