Rosa Silverio, nacida en Santiago y residente en Madrid, tiene un acento interesante, combinación de cibaeño original de Villa González y madrileño ecléctico de Lavapiés, que hace que uno olvide por momentos sus ojos vivísimos y su risa explosiva.
RS. Me desdoblo; cuando estoy con españoles hablo español de España, y cuando estoy con dominicanos, hablo español dominicano; de todos modos, no veo mal dejarse impregnar por otra cultura, uno se enriquece.
Por suerte, esa traslación vocal en Rosa no pasa de ser una anécdota, triste, si se quiere, porque pone en evidencia el escaso orgullo que sentimos por uno de los aspectos de nuestra identidad. Lo importante, sin dudas, es su obra, su poesía, que ya ha merecido el máximo galardón que se otorga al género en República Dominicana, y su narrativa, que ahora se muestra reunida por primera vez en A los delincuentes hay que matarlos, colección de trece cuentos editada por Punto de Lectura y refrendada por la escritora española Rosa Montero y el crítico literario italiano Danilo Manera.
RS. La gente cree que pasé de la poesía al cuento, pero sucedió al revés; en Santiago me di a conocer como narradora, de hecho, algunos de mis textos fueron premiados en certámenes regionales, y fue luego que escribí poesía, género que me apasiona, que me absorbe, y al que he dedicado mucho tiempo; pero nunca he abandonado el cuento, así que entre un libro de poesía y otro, he escrito cuentos que ahora he agrupado en este libro, en base a la similitud de algunos elementos.
Danilo Manera resume perfectamente las características de estos textos cuando afirma que para Rosa Silverio, las cosas no son casi nunca como aparentan. Amores implacables y frágiles, enardecidamente desleales e impulsivos, horadan estos cuentos que desorientan y desasosiegan al lector y acaban atrapándolo como el más agrio de los besos.
Impresionan particularmente los finales, sorpresivos, inesperados, pese a que en algunos de los cuentos, como en La viuda negra o en Hiedra venenosa, encajan forzadamente o les falta sutileza. El efecto sorpresa, imposible de prever en piezas como La mano que me toca en la noche o en La canción rota, se va perdiendo en una lectura de conjunto, por la reiteración del recurso y porque el lector, alerta para detectar el calco, logra anticiparlo.
Políticamente incorrecta. Además de los cierres insospechados, que condicionan la estrategia de construcción de los textos, según admite la autora al suscribir este aspecto clásico de la teoría del género, sobresalen en los cuentos de Rosa Silverio los temas que abordan: la homosexualidad, el lesbianismo, el incesto, la criminalidad, la infidelidad; en cuyo tratamiento ella evita la provocación que procura lectoría a partir del morbo pero también la moralina hipócrita que busca reflejar lo políticamente correcto.
RS. Soy una persona que escribe sin miedo, sin ningún tipo de pudor, sin reservas; no tengo prurito para abordar un tema, y además, me gusta trabajar esos temas porque me resultan interesantes. Respeto la opinión de cada quien sobre estos asuntos y sólo espero que en nuestro país sean bien recibidos, porque están presentes en nuestro diario vivir, bajo las sábanas.
En sus cuentos, Rosa no juzga ni toma partido; sólo deja que sus personajes vivan estas experiencias aún no convencionales, cuidando la unidireccionalidad de la acción y un espacio cerrado sometido a la máxima intensidad posible. Ella sabe muy bien que el cuento es ante todo forma, y que el tema, aunque importante, es secundario; en todo caso, como sugirió Cortázar, el tema trae su propia forma. Ella está consciente de que su libro no trascenderá necesariamente por el arrojo de referirse a una sexualidad que todavía asombra sino por la infalibilidad de la estructura sobre la que se levantó cada historia.
El estudio de la teoría del género la ha ayudado a ir alcanzando este dominio técnico, y por supuesto, la lectura de las obras de los grandes autores.
RS. Me gustan Quiroga, Chejov, Bosch, Díaz Grullón, Cortázar, Borges, Maupassant. No tengo un canon específico ni sabría decirte cuáles autores me han marcado más, pero estudio mucho el género, sabiendo que es muy difícil conseguir un buen cuento, porque es de corto aliento y tiene que tener intensidad.
Confiesa que de sus trece cuentos se queda con La mano que me toca en la noche, por la técnica, y Hasta siempre, Brasil, por razones sentimentales. No mencionó el que da título al libro, A los delincuentes hay que matarlos, un cuento con tufillo costumbrista.
RS. Ese cuento narra un intercambio de disparos con la policía y refleja la situación de violencia y delincuencia que se vive en República Dominicana; tiene un sabor muy dominicano, porque las protagonistas son dos mujeres inmigrantes, campesinas que se trasladaron a Santo Domingo, y por eso esos diálogos en cibaeño que yo conozco muy bien porque soy de Santiago.
Aunque ahora le ha dado por hablar como una española.