Disensión e injuria

Disensión e injuria

Sí, ocurre. Con fiereza y satisfacción por la deshonra que promueve. Es el estilo perverso que signó el pasado y la ductilidad moral del presente reedita. El alud de oprobio, de embestida procaz, para afectar el honor ajeno, convierte en infantil el derecho a réplica. Como si no existieran previsiones legales para detener la práctica, las personas afectadas, atónitas, prefieren el silencio o aguardan, cual si fueran místicos, el efecto bumerán. Para definir la paradoja existe la palabra. Para lamentar el hecho, no. Desde el 1961 hasta la fecha, el camino ha sido extenso y tortuoso, con paradas gloriosas y deleznables, con refulgentes momentos y lúgubres episodios. Si la razón asoma, el espanto procede porque la infracción se anida en las generaciones de connacionales que no vivieron durante la tiranía ni sufrieron los efectos del autoritarismo posterior. Inmaculados, llegaron a la mesa de la democracia y el estilo estaba en el tuétano, como si se tratara de un pérfido ADN colectivo. Porque sí, porque para sobrevivir sin ideas, la burla reemplaza, gana nombradía y si la cobardía puede parapetarse detrás de un meme avieso, el éxito mediático está asegurado. Rige aquello tan decadente de “quien no está conmigo está contra mí”. Entonces, la ofensa concita el aplauso de la medianía, esa que comparte sin reparar en agravios personales, familiares, sociales. Es la vigencia del fementido derecho a ofender con la complicidad del retuiteo. Esa reproducción que gana adhesiones miserables. La infamia en cada teléfono inteligente y todos tan campantes.
La justificación para la injuria, es el disenso. El autoritarismo alternativo entiende la opinión diferente como desafección y peligro. Procede entonces la descalificación oprobiosa, mendaz. Y todos a una, como Fuenteovejuna, comentarán la fábula y los hacedores del entuerto felices, ideando la próxima agresión. El deseo de un país mejor descansa en la terraza, en la redacción de alguna proclama acusatoria. Los devaneos de igualdad de género, de respeto, se quedan en el tintero. Si de emboscada se trata, las ráfagas pretenden sepultar a mujeres públicas. Los principios se postergan, reposan, porque además, tarde o temprano, intentarán la reconciliación. Sibilinos, miden con su vara y aspiran a la excusa tardía, después de la afrenta. Anatema para quien acepte esos pérfidos abrazos que escriben la historia dominicana, y garrapatean los asomos de convenios decorosos para la convivencia.
La involución presente. Esa es la palabra para definir la paradoja. Del Foro Público a las redes sociales, ahítas de excrecencias y embustes. Y el coro entona, agrede, desafía. El eco repite y se solaza con el tormento ocasionado a la víctima propiciatoria de la semana, del día, del mes o del momento. Goebbles más que superado con su principio de vulgarización que tanto daño hizo y hace. Involución para la minoría de la minoría tempetuosa, que comanda desde el anonimato, la ruta del ganado. Minoría dispuesta a destruir a cualquiera que piense distinto y altere su agenda de aposento. Indiferente, imita métodos de otro tiempo, propios de una época que, al parecer, desconocen los bisoños caciques. Con avatares terribles, con retos que lucían insuperables. Sociedad sangrante y sangrada, por la violencia política. El encono estaba en las esquinas, en la casa, en la iglesia. Frenético el discurrir. La tumba, el exilio, la cárcel, perseguían el intento de discrepar. Involución, porque del “Foro Público”, con firma apócrifa, pasamos al albañal de las redes sociales, sin consecuencias. Aquella columna, diseñada para amedrentar, atormentar, fue marca de la tiranía. Neonatos, ancianos, hetairas, señoras, monjas, enfermos, nacionales, extranjeros, estuvieron. Pobres, ricos, blancos y negros, ocuparon los párrafos del temido espacio. El escarnio no fue ajeno a gerifaltes ni alabarderos, a oligarcas ni sumos sacerdotes. Hubo una pausa, un respiro que permitió identificar difamadores. Empero, del sello de identidad, de la denominación de origen, pasamos al desmadre. Alarma la democratización del insulto. Pretenden, impunes, extorsionar con la injuria. La vergüenza es el beneplácito de los más píos. El gozo de coliseo que provoca la infracción.

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