Domingo Moreno Jimenes 
Un poeta que supo identificarse con las esencias de la nacionalidad

<STRONG>Domingo Moreno Jimenes</STRONG>  <BR>Un poeta que supo identificarse con las esencias de la nacionalidad

POR ÁNGELA PEÑA   
Para Lourdes, el poeta Domingo Moreno Jimenes, su padre, era expresión de la ternura, el amor sin límites, la humildad. Ella vive aún en la modesta casita que adquirió el bardo gracias a los consejos de quien fue como su hermano, Jesús María Troncoso, padrino de uno de sus hijos. «Por él tenemos este ranchito que papá sacó con 500 pesos y pagaba 14 cada mes». Troncoso recopiló las obras dispersas del vate trashumante, fundador de El Postumismo y de La Colina Sacra.

La dama se dedicó a cuidar a su madre Emelinda Espinal, a su abuela María Josefa, primogénita del ex Presidente Juan Isidro Jimenes Pereyra, y a su padre, «uno de los más extraordinarios creadores ético-estéticos de América», al decir de su más devoto biógrafo, José Rafael Lantigua.  «Yo soy la hermana de la hija reintegrada, después que ella murió él depositó en mí todo el cariño que le tenía a mi hermanita», afirma Lourdes María, hoy de 72 años.  «La hija reintegrada» es uno de los más celebrados poemas de Moreno Jimenes.

Del reconocido creador del verso libre, «sin rima ni metro, sin harmonía, sin hilación, sin nada», habla también José Rafael Lantigua, el único biógrafo de este trovador  «que supo identificarse con las más puras esencias de la nacionalidad», como anotó  el diario El Caribe el día de su muerte. El actual Secretario de Cultura le visitaba cada tarde para grabar sus vivencias.

Ingenuo, mustio, místico

Yo era su adoración. Pasé tres meses interna en el hospital  y si dejó de ir tres días fueron muchos. Me decía: ‘Me haces mucha falta’.  Cuando yo salía preguntaba mi destino, advirtiéndome: ‘no  tardes, te voy a esperar aquí mismo».

Lourdes María cuenta y llora, revela secretos que sólo en ella depositó este hombre dulce, sin complejos, que siendo tal excelso cargaba un racimo de plátanos y ante la indignación de la esposa la calmaba: Emelinda, eso no es nada. «Tenía cosas ingenuas. Amaba  los animales, siempre tuvo perros, gatos y una pata que trajo para criar».

Refiere situaciones que demuestran la animadversión que sentían por él algunos  renombrados poetas. «Sabía muchas cosas que no daba a conocer», como la declaración de que desconocían sus teléfonos y direcciones cuando algún escritor extranjero quería visitarlo o invitarlo a promover su rica y novedosa producción.

Tras el tiranicidio, Moreno  decidió dar clases en los liceos Salomé Ureña y  Juan Pablo Duarte y ofrecer conferencias para justificar un exiguo sueldo que recibía como director fundador del Instituto de la Poesía, que cerró «porque la gente no estaba por poesía, sino por política. Iba todos los días en medio de las pedreas. ¿Quién lo paraba?» Leía y escribía a mano. El último cuaderno se perdió cuando llevaba a  pasar  a máquina los versos. Quedaron inéditos.

Lourdes fue su intérprete cuando él perdió la capacidad de oír,  la enfermera cuando la próstata y los bronquios lo postraron. Entonces «se volvió mustio. Vivía en un silencio total, con los ojos color café cerrados. Antes se había tornado místico, iba de su aposento al baño repitiendo: Ven, muerte, tan escondida / que no te sienta venir, / porque el placer de morir / no me vuelva a dar la vida».

«Nuestro poeta mayor»

Domingo Moreno Jimenes creó movimientos literarios, introdujo el verso libre, fue el primero en centrar su obra en lo dominicano, enfrentó la intervención yanqui de 1916 por lo que fue brutalmente atropellado en 1920, escribió hasta pasados los 80 años de edad, nieto de un ex Presidente, maestro de generaciones que buscó con dignidad el pan para sus hijos. ¿Por qué entonces recibió tantos zarpazos de algunos críticos? ¿A qué se debió la malquerencia de los que quisieron invalidar su obra?

José Rafael Lantigua responde que los dominicanos, lamentablemente, «solemos denostar a nuestros grandes valores». Pone los casos de poetas extraordinarios como Manuel del Cabral y Pedro Mir, que han sido igualmente vilipendiados y comenta: «El mal es general, no atañe a uno, sino a muchos. Ahora, Domingo Moreno Jimenes es, en esta trilogía de grandes, nuestro Poeta Mayor porque ningún otro introdujo los vocablos criollos en la poesía dominicana, que le fue muy criticado, precisamente eran los tiempos en que la obra poética de los europeos estaba influenciando a un grupo importante de poetas trascendentes de nuestra literatura y, obviamente, no podían aceptar que pudiese poner a un poema palabras y vocablos de factura criolla. «Poeta mostrenco», le llamó en una ocasión uno de esos grandes intelectuales».

Destaca los viajes de Moreno por los pueblos. «Se inventaba unos concursos de las reinas del arte, recogía un dinero por la venta de los boletos, elegía la reina y por ahí mismo se iba, como él decía, para alimentar a la gran prole de nueve hijos que tenía, y seguía en su romería lírica, contra todos los críticos».

«Fue, en efecto, muy combatido. Aquel hombre pobre, de carácter recio, respondón, que no aceptaba que le enrostraran fallas a su trabajo, que se le vapuleara, siempre estaba presto a responder, pero, además, era un espíritu independiente, no le gustaban los grupos literarios, fue electo Pontífice del Movimiento Postumista pero cuando se fue para Santiago instaló la Colina Sacra puesto que La Colina Sacra era él, como la instaló en el Este». Refiere que lo mandaban a buscar y se negaba: «no, lo mío es mi obra, yo no tengo que dirigir grupos. No le gustaban los ambientes sociales, repelía eso, y aquel poeta llegaba con una carga lírica diferente a lo que hasta ese momento se había hecho. Creo que ocurre eso con todo revolucionador del verso pues, lógicamente, encontró adversarios, adversarios de importancia», expresó Lantigua.

Entre esos se mantuvieron implacables Manuel Rueda y Antonio Fernández Spencer. «Nunca aceptaron la obra de Moreno», dice Lantigua y piensa que se debió a que «había consideraciones estéticas muy divergentes sobre la forma y el hecho de hacer poseía». Moreno, señala, «vino a romper todos los parámetros» y reitera que, «ciertamente, fue despreciado en su época, atacado duramente. Todavía antologías y diccionarios repiten, sin indagar, que nació en Santiago, partiendo y copiando de la Antología Panorámica que hicieron Manuel Rueda y Lupo Hernández Rueda, que se reedita en estos días e insisten en decir que nació en Santiago. Manuel Mora Serrano, el estudioso más importante que hay de la obra de Moreno,  ha señalado con claridad donde nació». También  su hija Lourdes.

Lantigua profundiza en El Postumismo, la Poesía Sorprendida, los triálogos de Baeza Flores, Mariano Lebrón Saviñón y Moreno Jimenes. «Al cabo de los tiempos se demostraría que la generación poética por excelencia de nuestra literatura es la de la Poesía Sorprendida, pero la obra de Moreno como poeta entroncado en la visión y los valores locales es lo que le da dimensión a Moreno, la altura de ser el poeta mayor de nuestra literatura». Sin embargo, agrega, Moreno tuvo defensores muy leales, como Héctor Incháustegui Cabral, y seguidores muy fieles.

El poeta, en otro orden, no se plegó a Trujillo, aunque se le censura por un documento de principios de la funesta «Era» respaldando al brigadier y la publicación de un álbum laudatorio al tirano quien, insistentemente, después, quiso atraerlo a su círculo suponiéndolo su enemigo. Le propuso elegir «el cargo que quisiera y con el sueldo que aspirara», escribió Lantigua. Así surgió el Instituto de la Poesía. «No se doblegó ante nadie. Sobrevivió con mucha astucia, Moreno no era hombre de atarse a nada», manifiesta Lantigua. Justifica la postura del poeta al inicio del trujillato: «Hay que situarse en la época y en el momento, el país venía de pasar las montoneras y toda esa inestabilidad funcional que tuvo el país. Moreno hizo su álbum a Trujillo ¿por qué negarlo? Pero eso no desmerita en ningún modo su gran obra literaria».

Lourdes narró que, viviendo en San Cristóbal, un funcionario del régimen se le acercó diciéndole que «El Jefe» le regalaría la casa que habitaba con tan solo escribir una carta agradeciéndole «y antes del mes ya estábamos mudados».

Lantigua concluye: «Soy de los que creo en la obra. Importa poco el hombre. Lo único que queda es la obra y creo que lo que ha quedado de Moreno es su obra».

Domingo Moreno Jimenes

Nació en Santo Domingo, en la hoy 19 de Marzo, el siete de enero de 1894, hijo de Domingo Moreno y María Josefa Jimenes. Fue alfabetizado por Adán Creales, discípulo de Hostos y luego estudió en la escuela primaria San Luis Gonzaga. Pasó a la Escuela de Bachilleres, graduándose  de Maestro Normal de Segunda Enseñanza. Además de toda su producción literaria, fue profesor de Retórica, Historia de la Literatura Española, Hispanoamericana y Dominicana. Impartió también docencia en la Escuela Normal de Santiago y en el Liceo Secundario de San Cristóbal.

De su matrimonio con Emelinda Espinal son sus hijos Juan Isidro, María Teresa, Domingo Antonio y Lourdes María. Otras hijas suyas fueron Isabel y Ana Dolores. Moreno Jimenes murió  el 21 de septiembre de 1986, en Santo Domingo.

La calle

Es el único poeta al que se le designó una calle en vida: la misma del barrio de Mejoramiento Social donde se instaló desde 1947. Asistió a la inauguración y develizamiento de una tarja en su honor, hoy desaparecida. «Lo único que no le gustó, relata Lourdes, fue que el apellido lo pusieron terminado en zeta. Cuando lo llevaron comentó: ‘Yo soy apellido Jimenes, con ese’. Descendía de portugueses, no de españoles».

La vía nace en la Doctor Betances y se prolonga hasta el barrio El Caliche.

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