¿Dominicanos al vapor?

¿Dominicanos al vapor?

Louis nació en una apartada comunidad rural en el norte de Haití; pero al igual que miles de sus compatriotas, un día decidió probar suerte en la vecina República Dominicana. Resultaba relativamente fácil burlar la deficiente vigilancia militar responsable de velar por la integridad territorial dominicana en la vulnerable frontera que separa a los dos países, sobre todo si se seguían al pié de la letra las recomendaciones de otros inmigrantes haitianos mucho más adelantados que él manipulando las reglas del juego: “tienes que ponerte un nombre que a los dominicanos les resulte más local, más fácil de pronunciar”. Y así fue como Louis decidió dejar atrás su antiguo nombre y adoptar el de “Luis”: sonaba más hispánico.

Y tal como le habían profetizado los augures en su país, “mi gente me decía que era bueno venir aquí, que aquí se ganaba dinero, que se vive mejor que en Haití,- no resultó difícil para Luis establecerse tranquilamente en República Dominicana, en una pequeña comunidad rural del municipio de Mao, provincia Valverde, próximo a la frontera. Allí consiguió reunirse con sus primos -siete en total- que tenían años residiendo ilegalmente en el país y quienes le ayudaron a conseguir un empleo en una plantación de arroz en donde la suerte lo seguiría acompañando; ya que “Carlos”, una especie de capataz en la finca, lo liberó muy pronto de las pesadas faenas agrícolas para llevárselo a su casa en la doble condición de doméstico ocasional y encargado permanente de atender a los cerdos.

En esta nueva situación “Luis” pasó a disfrutar de una alimentación relativamente buena, y además cada quince días le entregaban un dinerito suficiente para satisfacer necesidades elementales, comprar artículos imprescindibles en las tiendas del pueblo e incluso repatriar de vez en cuanto pequeñas sumas destinadas a su madre, en Haití. Las delicias de tan venturoso presente, sin embargo, parecieron esfumarse de repente cuando, en una de sus cada vez más frecuentes visitas a Mao, nuestro personaje fue detenido en una redada realizada por inspectores de Migración y conducido preso junto a otros compatriotas indocumentados a la sede de la Cuarta Brigada del Ejército, aguardando su repatriación.

Cuando “Carlos” se enteró del arresto de “Luis” se dirigió inmediatamente hacia a la sede de la fortaleza, desde donde llamó por teléfono al dueño de la finca, un hacendado muy respetado en la zona. Gracias a su mediación, se pudo evitar entonces que “Luis” fuera deportado inexorablemente junto a los demás: ¡Qué paraíso!

Pero “Carlos”, buen conocedor de lo difícil que podía ponerse en ocasiones la situación para los haitianos ilegales, decidió que no estaba dispuesto a permitir que su protegido continuara expuesto a los avatares de una deportación; y en lo adelante se dedicó a “mover todas sus teclas” para encontrar una solución definitiva, aunque para ello tuviera que invertir algún dinerito. La solución definitiva se presentó cuando logró convencer a una familia de la zona de que declararan a “Luis” como su hijo adoptivo, pues gracias a ese procedimiento éste podría conseguir, de manera perfectamente legal, un acta de nacimiento y una cédula personal de identidad. ¡Un nuevo ciudadano dominicano fabricado de la noche a la mañana gracias a una simple declaración falsa y motivada por apremios económicos disfrazados de solidaridad humana!

¿Cuántos “Luis” se encontrarán actualmente en República Dominicana? El dato es incierto, pero las propias autoridades de la Junta Central Electoral reconocen que el procedimiento descrito fue utilizado con mucha frecuencia en el pasado; y que gracias al mismo muchos haitianos ilegales -aprovechando la poca capacidad para investigar que tenían nuestras oficinas de Registro Civil en las zonas rurales y la mercenaria colaboración de muchos dominicanos dispuestos a violentar las leyes migratorias de su país sin temor a sufrir ninguna consecuencia penal- lograron obtener finalmente el privilegio de una nacionalidad amañada.

Aunque la historia de “Luis” pudiera parecer el argumento de alguna obra de ficción puedo garantizar que resulta cierta hasta en sus menores detalles; pues la escuchamos relatada personalmente por el mismo “Carlos” durante una reciente visita que hicimos a la ciudad de Mao, atendiendo a la invitación de un amigo que inauguraba su residencia campestre. De hecho, cuando nuestro amigo se preguntó a quién podría encargar de su cuidado y protección, “Carlos” le aconsejó que buscara un haitiano: “yo me encargo del papeleo”.

Actualmente, nos encontramos sometidos al fuego cruzado de organismos internacionales e intereses foráneos apadrinados por sectores locales que, no obstante conocer muy bien el peligro que representan tales dramas para nuestra sociedad en términos de preservación de su identidad y tradición cultural; por no decir de su soberanía, sin embargo, nos presionan cada vez más para que regalemos alegremente nuestra nacionalidad, como si pretendieran inducirnos, en pocas palabras, a crear dominicanos al vapor.

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