Ecología  del caos

<p><span>Ecología  del caos</span></p>

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Así como existe en las matemáticas y en la filosofía la Teoría del Caos, también tenemos una teoría relacionada con la Ecología del caos. Filosóficamente el Caos se entiende como un tipo de orden de características impredecibles. Es decir, no es necesariamente una ausencia de orden, sino una corriente de orden que atiende a situaciones temporales y contradictorias que suelen desembocar muchas veces en situaciones permanentes cuyas contradicciones no llegan a resolverse, sino a enquistarse, algo así como un cáncer cuyo desarrollo es saludable para sí, pero no para quien lo sufre.

Uno de los ejemplos mejor explicativos de la Ecología del Caos son las ocupaciones ilegales de terrenos, como los que ocurren actualmente en el Cinturón Verde de Santo Domingo. Veamos.

La falta de ordenamiento territorial en las políticas generales del país dominicano son un sabroso caldo de cultivo para el desarrollo de tumores caóticos que afectan, enferman –a veces mortalmente– zonas vitales de la naturaleza del entorno cercano y luego del más alejado.

La falta de ordenamiento en nuestro territorio permitió el establecimiento hace muchos años de bolsones de viviendas a orillas del río Ozama asociadas primero (y lógicamente) a la actividad pesquera en el río y la mar cercana, y luego a la actividad económica que significó el establecimiento de las generadoras de electricidad de «La Corporación», en el Timbeque, como también a la actividad económica generada por «La Incineradora». Asimismo, esa zona fue la que acogió a «inmigrantes» que llegaron desde el interior del país aportando mano de obra para la reconstrucción de la Capital luego del ciclón de San Zenón en 1930.

Aunque toda la economía del país se volcó hacia la reconstrucción de la Capital, esta reconstrucción no tomó en cuenta la necesidad de viviendas para los «inmigrantes», quizás esperanzado el gobierno en que éstos regresarían a sus lugares de origen, cosa que no ocurrió.

Los proyectos dirigidos hacia el crecimiento industrial de los años 40 y 50, basados en los buenos precios mundiales del azúcar, tampoco tomaron en cuenta las células cancerígenas establecidas mucho antes junto al río Ozama y que habían iniciado la aniquilación de la flora y fauna de sus manglares, y con ella la aniquilación de la fauna fluvial.

Cuando se inauguró el que es hoy el Puente Duarte, en diciembre de 1955, se inauguraba también lo que es hoy La Ciénaga. Es decir, muchos de los obreros que trabajaron en la construcción del puente se quedaron (al principio tímidamente) viviendo bajo el puente, cubiertos por la vegetación de los bosques ribereños de La Ciénaga. La construcción de viviendas, años después, con la caída de Trujillo, se extendió hasta lo que se llama hoy Los Guandules. La falta de controles en lo que se refiere a la expansión de las ciudades en la República Dominicana facilitaba que con cada temblor de la inestabilidad política del país los bolsones de miseria se extendieran, formando luego un inmenso cinturón de miseria a todo Santo Domingo.

La llegada de obreros desde las ciudades y campos del interior, entre 1967 y 1980, para nutrir los vientres de las empresas de zona franca en Santo Domingo y la demanda de obreros para la construcción, alimentaron todavía más el cáncer ya generalizado de las ocupaciones ilegales, terminando por cerrar el cinturón de miseria de Santo Domingo copando toda la zona desde la costa entre el malecón y la carretera Sánchez (kilómetros 9, 10 y 11), subiendo por Herrera y extendiéndose hasta la carretera Duarte, saltando luego hacia la zona húmeda de Los Ríos, La Yuca y otras zonas similares. En tanto, y subiendo igualmente desde la costa por los kilómetros 11, 12, 13 y más, de la autopista Las Américas, extendiéndose hacia el este (entorno del Hipódromo V Centenario) y hacia el norte. Todo Los Minas y Hainamosa, como anteriormente lo fueron Villa Duarte, Maquiteria, El Faro, Mendoza y otras.

Mientras todo esto ocurría no hubo Estado que se ocupara del ordenamiento territorial relacionado con el crecimiento de la ciudad. Este caótico crecimiento beneficiaba al negocio de la construcción y hasta a empresas del Estado, como la Corporación de Electricidad, que demagógicamente enarbolaba que sus líneas debían llegar a cada hogar dominicano. Claro, aunque no llegara el agua, la atención médica, el saneamiento ambiental o la educación. Una característica del caos desarrollada en dos frentes: lo impredecible de un pueblo sin dirección y lo impredecible de la corrupción estatal.

Dos esfuerzos por detener el crecimiento caótico

Aunque tuvo también el propósito de desarticular la resistencia violenta que recibía de lugares como Guachupita, La Ciénaga, Los Guandules, Gualey y Las Cañitas, entre otros barrios, el gobierno de Joaquín Balaguer aprovechó los beneficios económicos de la industria azucarera y las nuevas medidas impositivas para desarrollar un primer esfuerzo en una política de proyectos habitacionales que se conocieron como «multifamiliares», los cuales no solucionaron de ninguna manera el problema, sino que lo agravaron, pues la avalancha humana desde el interior creció indeteniblemente hacia Santo Domingo en busca de apartamentos gratuitos, empleos y funditas. No hubo forma de desalojar con buenas maneras sitios como La Ciénaga, por ejemplo, aunque se les construyeron edificios específicamente para ellos en Las Caobas. Definitivamente faltaron medidas de fuerza y medidas técnicas explicativas y de educación.

Un segundo esfuerzo posterior recurrió al alerta ecológica local, declarando un Cinturón Verde para evitar el crecimiento horizontal de Santo Domingo más allá de sus zonas vitales fundamentales: los principales acuíferos superficiales (río Haina, río Isabela, humedales del Ozama y el propio río Ozama) y los bosques periféricos.

Este último esfuerzo encontró una fuerte oposición entre los inversionistas de bienes raíces, que aprovecharon el caos corruptivo del Estado para ocupar algunas zonas del Cinturón Verde de Santo Domingo –no citamos nombres para no obstaculizar esta publicación– comprando a precio de vaca muerta a antiquísimos ocupantes, corrompiendo funcionarios y en complicidad con altos militares.

La caída de la industria del azúcar, el fiasco del turismo, el comercio alimentado por un gigantesco contrabando, la corrupción a todos los niveles, la ausencia de perspectiva política y la falta de visión ecológica, han impedido por otro lado la habilitación de una correcta política habitacional y de protección a la naturaleza de Santo Domingo, alimentando –eso sí– las células cancerígenas del caos, presentes ya en todo el organismo físico de la provincia.

Otras manifestaciones del caos

La Ecología del Caos no solamente estudia los efectos en crecimiento que ocurren en los ecosistemas y en el ambiente donde éste se estableció como una pequeña condición inicial, sino también aquellos efectos que con una iniciación similar devinieron en convertirse en grandes males ambientales casi incontrolables. Uno de esos males es el transporte, por ejemplo.

El transporte era considerado por el movimiento político democrático y progresista entre los años de 1960 al 1975 como pieza clave del avance obrero, democrático y revolucionario.

Siendo un movimiento organizado sirvió como punta de lanza para varias luchas democráticas, y siendo limitada su expansión material, en número de vehículos, no significaba el daño ambiental (contaminante y estresante) que significa ahora. Daño ambiental agravado por el dispendio económico, la degradación moral y el peligro público que éste significa.

Estimular el caos entre las organizaciones de choferes (1970-75) para desarticular su organización ocasionaría no solamente males sociales imprevisibles, sino también males ambientales muy graves: contaminación atmosférica, contaminación por desechos, contaminación sónica, contaminación visual, proliferación de enfermedades transmisibles por contacto, respiración y por ácaros, aumento de la tensión generalizada e inestabilidad social.

Naturalmente, por otro lado este caos beneficia a importadores de vehículos, funcionarios gubernamentales y empresarios-sindicalistas, creando uno de los quistes cancerígenos más resistentes en los gobiernos y la sociedad, lo que imposibilita cualquier tipo de solución saludable para la población.

El Cinturón Verde minado

Una noticia servida en un periódico local en relación con la reciente ocupación en una zona protegida ponía en boca del periodista una referencia que indicaba que la ocupación se efectuaba «en un cinturón verde», lo que indica que el autor desconoce la existencia del Cinturón Verde de Santo Domingo como área protegida, como proyecto nacional y como alternativa de protección ecológica de los recursos de agua de Santo Domingo.

Al igual que ocurrió en los años 60 y 70 con el movimiento choferil al apropiarse del transporte general, algunos medios de comunicación no asumen la visión caótica que significa la apropiación del conjunto de ecosistemas (bosques, ríos, manantiales, fauna) por parte de particulares, sean estos familias pobres, ricos inversionistas inmobiliarios, políticos buscadores, militares ambiciosos y estafadores escudados en las ocupaciones.

Si analizamos una célula cancerígena mientras muere víctima de un rayo radiactivo nos puede mover a pena. Lo mismo ocurre con el penoso aspecto de una familia que al ser desalojada presenta su aspecto más patético. En ambos casos el patetismo nos impedirá ver los males futuros que ocasionará tanto la célula cancerígena en un organismo como un grupo ocupante de una zona destinada a promover la salud ambiental de toda una ciudad.

Por otro lado está la capacidad crítica de nosotros como población dentro del caótico proceso que hemos creado. Habría que preguntarse si estamos en capacidad de enfrentarnos a ese caos que, habiéndose enquistado en los principales organismos de la sociedad dominicana, amenaza con desarrollar el cáncer que nos va cercenando espacios naturales fundamentales, como ocurre actualmente con el Cinturón Verde de Santo Domingo.

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