El 255 aniversario de la fundación de Baní

El 255 aniversario de la fundación de Baní

Fabio R. Herrera-Miniño

En atención a los lectores me voy a permitir condensar las palabras que pronuncié en el parque de los Fundadores el pasado 3 de marzo en Baní.
“Este 255 aniversario de la fundación de Baní coincide con una etapa conmovedora de la vida en el pueblo que Hostos llamó Baní es una familia.
Nunca como antes nuestra vida e historia se ha visto perturbada por acontecimientos de la conducta humana que han sacudido malamente nuestros procederes y hasta nuestras metas.
Para ubicar la población se inició la lucha de intereses para la fundación formal del pueblo y darle su forma institucional. La tradición dice que los intentos se iniciaron en Boca Canasta aprovechando un villorrio que habían dejado los indígenas ya extintos. Hasta se barajaron los lugares en El Llano y hasta Paya. Eran varias las familias que se disputaban el honor de que el pueblo se estableciera en sus predios, pero el tirijala típico desde entonces con los cambios de opinión característicos de la raza, impedía una solución hasta que dos familias hateras, la de Arquímedes Castillo y la de los Cuello donaron los terrenos al pie del Cerro Gordo y la finca de la Estrella para la fundación formal del pueblo.
Y el 3 de marzo de 1764 los vecinos del poblado dieron formalidad a la ocupación de los terrenos que al pie del Cerro Gordo les pertenecían a esos hateros de humilde extracción y dedicados al cultivo y crianza de animales. El gobernador español colonial de la ocasión Manuel Azlor y Uries le dio formalidad al acto de establecimiento de la villa con los testigos correspondientes. Por ser un terreno llano se adoptó como era costumbre el trazado de las calles en cuadrícula que era la fórmula española para sus ciudades y las del Nuevo Mundo. Esas primeras 15 calles que formaban rectángulos perfectamente definidos iban cinco en dirección norte sur y diez de este a oeste. El valle de Peravia era una llanura bien definida que su tierra se cubría en primavera y verano de los abrojos en la sabana que se llenaban de mariposas y servían para el pasto del ganado propiedad de los hateros del valle.
Ya el 17 de agosto de 1918, el eminente intelectual Arturo Logroño como editorialista del Listín Diario le dedicaba unos sentidos pensamientos que voy a permitirme reproducir: “Los maravillosos campos de Baní son la sal y la alegría de la tierra. Sabanas doradas rebrillantes de sol como si fueran de metal antiguo, enmarcadas por casuchas de tabla de palma real y techos de cana, limpísimas, prados en flor en los que pastan rebaños”.
La trayectoria de Baní es accidentada ya que por su tipo de construcción de sus viviendas de tablas de palma, tejamaní y cana era una tentación a los incendios provocados, espontáneos o por los haitianos que en sus invasiones tenían predilección por ese tipo de pirotecnia destructiva. Por eso la historia de Baní, con su iglesia, son hitos de hechos trágicos hasta que en la década del 80 del siglo XIX la comunidad entera decidió reconstruir su iglesia en mampostería y los vecinos, hombres, mujeres y niños en alegres romerías traían el agua y las piedras desde el río Bani y la cal desde el Cerro Gordo para preparar la mezcla.
Eugenio María de Hostos, en su viaje por el sur en 1882, se maravilló de la pequeña comunidad y sus habitantes. Y escribió las más bellas palabras de admiración y asombro que un intelectual de fuste como él pudiera haber plasmado en papel y decía: “Bani es una familia. Lo que tiene de encantador Bani, es que todo él constituye una familia, que todo obedece al principio de familia, que en él la familia es un principio, un verdadero, un visible, un palpable principio de organización, no la monstruosa, la repugnante agregación contra la cual tiene la conciencia honrada que protestar a cada paso, en los continuos pasos que hay necesidad de dar en medio de esas agrupaciones de la procacidad y el vicio contra las cuales es preciso amurallar el hogar de la familia verdadera encasillándola en su orgullo cuando no baste encasillarla en el sentimiento de su dignidad y su virtud.”
Y un banilejo ilustre, que fue presidente de la República por ocho meses en 1888, que amó su pueblo hasta el tuétano como Francisco Gregorio Billini, escribió motivadoras páginas para expresar su amor al terruño que no lo vio nacer pero de familias banilejas y de ascendencia italiana del Piamonte. Baní fue predio de sus correrías de niño. Y ya como adulto, después que concluyera su paso por la presidencia, dedicó todo su tiempo a escribir y de ahí surgió su inmortal obra: Bani o Engracia y Antoñita, en 1892.

Finalizo con las palabras en un pensamiento de Francisco Gregorio Billini en su obra ya mencionada que dice: “Anfiteatro en donde la naturaleza enamorada derramó sus primores, algunas de las de atrás más altas para que en lo verde de las primeras y en lo azul de las otras, esas lomas así colocadas, hicieran el contraste del zafiro y la esmeralda como si la esperanza debiera estar siempre más a la vista para ser la precursora del más allá.”

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