El absurdo ayer y hoy de “ESPERANDO A GODOT”

El absurdo ayer y hoy de “ESPERANDO A GODOT”

Recuerdo a nuestro profesor de filosofía y teatro, Máximo Avilés Blonda, y a mi hermano el actor Mario Heredia, hablar sobre el existencialismo de Sartre –El Ser y la Nada- y del llamado Teatro del Absurdo; eran corrientes nuevas que apenas descubríamos, surgidas en el contexto de la guerra y la posguerra, y que esbozaban un cuadro de desilusión por un mundo desgarrado por conflictos bélicos e ideologías.
En 1953 en París, se estrenó la obra del escritor irlandés Samuel Beckett, “Esperando a Godot”, generando una gran polémica, para luego convertirse en una de las obras más emblemáticas del llamado Teatro del Absurdo.
No tuvimos que esperar mucho tiempo, en agosto de 1963 asistimos a Bellas Artes a la representación por primera vez en el país, de “Esperando a Godot”, dirigida por Luis José Germán y en la que participaron los actores, Iván García, Rafael Vásquez, y Augusto Feria, a la que asistió también -como nota curiosa- el entonces presidente de la República, Juan Bosch.

Recuerdo las discusiones que se suscitaron sobre la obra, que de alguna manera rompía la ortodoxia teatral. Lo cierto es que la obra me impactó, y en la década de los ochenta estando en Madrid, tuve oportunidad de verla de nuevo ya desde otra perspectiva.
Pero como la espera se hace eterna, insistí y volví el pasado jueves, al supuesto encuentro con Godot, en Casa de Teatro, en una producción de Patricio León y bajo la dirección de Manuel Chapuseaux. La obra de Beckett, trasciende el espacio tiempo; pocas veces un autor sin un argumento propiamente, con elementos simbólicos, ha podido transmitir la más profunda, descarnada y desesperada soledad del hombre, que lo lleva a la anomia social, aislado de sus semejantes, de eso trata “Esperando a Godot”, es la metáfora de la espera… de lo que nunca llega.
Dos personajes, Estragón –Gogó- y Vladimir -Didi-, míseros trashumantes, se detienen en un lugar inhóspito, donde sólo queda un árbol sin hojas, allí esperan la llegada de Godot, pero mientras, conversan, y entre el decir y no decir nada, ven pasar el tiempo, y no pasa nada, los diálogos se vuelven repetitivos, el tedio los abate, la vida va perdiendo significado.
Estos personajes tienen dos intérpretes magníficos, Pepe Sierra –Gogó- y Patricio León –Didí- hay entre ellos una dialéctica formidable, una movilidad corporal y una gestualidad elocuente, inversamente proporcional a la invariabilidad verbal, no carente de ingenio, dando al drama cierta comicidad que lo acerca a la farsa, y provoca la risa o la sonrisa, en un público un tanto perplejo.
Una presencia que se torna intermitente, rompe la monotonía, es el “Muchacho” que viene a informarles que Godot no vendrá hoy, mañana sí… pero cuenta además que es maltratado por Godot, algo que les resulta absurdo a los dos amigos, por lo que pudiera significar; este instante perdura por la impresión causada por el joven actor José Hirujo, intenso en su introspección.
Dos personajes antítesis y paradigmáticos llegan al lugar, “Pozzo” una especie de dictador, y su criado, cuyo nombre paradójicamente es “Lucky”- feliz, afortunado- pero realmente es un esclavo maltratado.
Omar Ramírez con una actuación objetual, propia de los personajes de Beckett, interpreta a “Pozzo”, y con recursos válidos de actuación consigue la transición del arbitrario patrón, al ciego solitario que finalmente busca compañía.
Lucky, víctima de la intolerancia, finalmente habló, sólo una vez pero como un torrente indetenible y absurdo que hubo que callar. Lucky trasciende justo a través del silencio, de la sumisión, la quietud no obstante la demandante posición con su carga de elementos, y la elocuencia, contrasentido, de un rostro inanimado, así se convierte en un personaje vital; pero esto sólo es posible a través de un trabajo actoral muy digno logrado plenamente por el versátil Noel Ventura.

La escena minimalista y las luces que separan el día y la noche, son apropiadas, la música y las voces en off, acercan la obra a nuestro entorno lo que es un acierto, porque los personajes de Beckett tienen vigencia hoy, en un mundo no menos absurdo.
El aburrimiento lleva a los “amigos” a la posibilidad del suicidio, pero de nuevo vuelve la esperanza, finalmente en un anticlímax, parados frente al público quedan inmóviles, esperando a Godot… cierra el telón.

 

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