El abuso que no cesa

El abuso que no cesa

Ayer, fue “Día Internacional Contra el Uso de Niños Soldados”. La fecha, creada por la ONU en el año 1998, reta la indiferencia. Expone. Devela la fementida piedad convertida en lágrima, después de un relato estremecedor. La literatura permite, provoca. Una frase certera desconcierta y alerta. Miles de testimonios desgarradores, avalan el horror, empero, la práctica continúa. Indiferentes a las sanciones, a Convenios y Tratados, los señores de la guerra, mandan y el uso de niños soldados persiste.
Está consignado como delito de guerra- Estatuto de la Corte Penal Internacional- “reclutar o alistar, en las fuerzas armadas nacionales, a niños menores de 15 años o utilizarlos para participar en las hostilidades de conflictos armados internacionales o internos.”
El general canadiense Romeo Dallaire, autor de “Estrechando la mano del Diablo” preguntaba, luego de su estremecedora experiencia en Ruanda: ¿Son humanos todos los seres humanos, o algunos son más humanos que otros? Apostó y propugnó por los cambios, que todavía no suceden. El Comandante de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas, condenó “el maltrato, el abuso y la explotación de los niños en tiempos de guerra”.
Existen testimonios, capaces de inquietar a la persona menos sensible. Continuar campantes, tarareando una tonadilla infantil, como si nada, lacera y compromete con la infamia. Hollywood ayuda, pero a veces distorsiona. La fotografía tiene una fuerza que compite con la contundencia de una frase. Rithy Panh denunció el dolor camboyano con imágenes y textos. Reclutado niño, por los jemer rojos, logró llegar a Francia, con un saldo de muerte y escarnio, como equipaje. Forzado a despersonalizarse en un campo de concentración, ha legado la estampa horrenda del abuso. Más que resiliente, el escritor y director de cine permitió que Europa conociera la cara tenebrosa de un régimen que tenía fieles seguidores y defensores, en algunas academias de la progresía.
Los organismos internacionales no se atreven a certificar la exactitud de sus cifras. Apuestan a más, y mientras la exactitud espera, UNICEF calcula que 300.000 niños y niñas, en todo el mundo, “participan en grupos y fuerzas armadas con distintas funciones, como combatientes, cocineros, porteadores, mensajeros, espías o por motivos sexuales.”
Es difícil definir el sentimiento que provocan las estampas de esas víctimas. Miradas que perdieron la inocencia sin disfrutarla jamás. Infantes que tienen en sus manos el recuerdo del crimen, antes del desarrollo de los metatarsos. Batallones de famélicos, ocupando las polvorientas y ensangrentadas rutas africanas, convertidos en asesinos sin redención. Legiones de matones, con menos de 15 años, que suben y bajan montañas agrestes, para cumplir con encomiendas tenebrosas. Entre el miedo, la compasión y la derrota está la emoción.
El reclutamiento se hace, aseveran expertos, porque la minoridad secuestrada garantiza: “alto grado de lealtad, escasa reflexión moral acerca de los actos que comete”. Cuando se trata de niñas, la situación empeora, consigna un informe de NNU: Las niñas son invisibles entre los invisibles, no sólo en el frente, sino también fuera de él, porque no es frecuente que los programas de desmovilización y rehabilitación, contemplen acciones específicas para ellas.
Regodearnos con el espanto, nada aporta. Denunciarlo, doquiera que se produzca, sí es deber. La fecha, creada por la ONU, en el año 1998, permite recordar. Sin embargo, la consternación que produce repasar las ocurrencias, en los países que figuran en la “lista de la vergüenza”, tiene que trascender la conmemoración. El propósito, además de gritar la situación de esa minoridad utilizada, abusada, maltrecha, tiene que perseguir la eliminación de la infracción y la sanción correspondiente para los responsables.
República Democrática del Congo, Sudán, Somalia, Nigeria, Afganistán, Irak, Siria, son algunos de los países que conforman “la lista de la vergüenza”. De este lado, está Colombia. Además del reclutamiento forzado, las razones de los niños colombianos, para sumarse a los grupos armados, son similares a las causas comprobadas en otros países: violencia en el hogar, miseria, desamparo. Sirva el día después, para repudiar este abuso que no cesa.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas